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lunes, 19 de noviembre de 2012

ÁLVARO REQUENA, ¿QUÉ SIGNIFICA “COPELIA”?


Si los presos recibieron o no helados Copelia, yo no lo sé. Tampoco me interesa. Lo que sí es curioso es la fijación con el tema que llevó en los siguientes ocho años a que el Presidente fomentara la instalación de una fábrica de los famosos helados cubanos en el estado Falcón, con equipos iraníes
El 25 de mayo de 2004, con motivo del atentado del 11/3 en Madrid, los famosos “paracachitos” caraqueños que aparecieron y fueron capturados el día de la madre, los supuestos magnicidios develados y nunca expuestos, la fuerte presión política para que se diese el referendo revocatorio y algunas otras cosas que pasaron en ese mes, escribí un artículo que, al igual que hoy, publiqué en la red de internet. El asunto que me motivó a tal cosa fue la habanera heladería Copelia, para ese momento fuente de inspiración de paz y justicia magnánima para el Presidente de la República, que ofreció enviarles helados Copelia, importados de Cuba, a esos muchachos presos por haber sido capturados infraganti en uniformes militares y con supuestas aviesas intenciones desestabilizadoras y magnicidas.
Si los presos recibieron o no helados Copelia, yo no lo sé. Tampoco me interesa. Lo que sí es curioso es la fijación con el tema que llevó en los siguientes ocho años a que el Presidente fomentara la instalación de una fábrica de los famosos helados cubanos en el estado Falcón, con equipos iraníes. Se estableció pues en Venezuela la heladería Copelia y así como sus magníficos helados fueron el día de la inauguración, motivo de exquisito solaz y regocijante esparcimiento, los días siguientes dejaron de aparecer, por falta de insumos, dicen.
Muchas cosas en Venezuela son así. Hoy se crean, pasado mañana se inauguran y luego, simplemente, no sirven, no funcionan. Por ahí, en internet andan unas listas de empresas del estado, expropiadas, asumidas, cogestionadas o generadas exclusivamente por el gobierno, que no marchan o lo hicieron una vez y se desinflaron.
Ahora bien, el caso de los helados Copelia es especial. Cómo casi todos ustedes saben o han oído, el subconsciente de los seres humanos es un impresionante evaluador y secreto gestor de nuestras acciones. Pues bien, en este caso de los helados Copelia, la cosas son así.
Fue Ernst Theodor Amadeus Hoffman, un imaginativo, fantasioso y a veces macabro escritor, que tuvo muy importante influencia en Poe y Baudelaire, y cuyo cuento del “hombre de arena” inspiró a Delibes en la composición del famoso ballet “Coppélia”. En dicho ballet, Coppelius es el creador de una muñeca autómata a la que llamó Coppélia y pretendía quitar la fuerza vital a Franz para dotar así a la muñeca de su propia vitalidad; entonces, Swanilda la novia de Franz se disfraza como Coppélia y así engañan a Coppelius y logran escapar. Al final se casan Franz y Swanilda, Coppelius asiste a la boda y la vida continua para todos. Hasta que aparezca otro Franz para quitarle su vitalidad y dotar a Coppélia de la vida que los autómatas no tienen, entretanto seguirá Coppelius fabricando muñecos autómatas, es decir, otras Coppelias.
Es pues claro que detrás de propuesta industrial se esconde un propósito simbólico de obvia intención: la fabricación de autómatas. El simbolismo del helado: la marioneta colorida pero fría, sin vida, cargada de movimientos automáticos y la extracción forzada de la vitalidad de otros para usarla y explotarla. Son los mitos modernos y su constante generación de arquetipos.
Pero, ¿Por qué no funciona la fábrica? El inconsciente colectivo de la comuna que fabricaría los helados, se dio cuenta del paquete que significaba endosar ese simbolismo al ya maltratado espíritu del ciudadano venezolano. La defensa valiente es no hacer esos helados, al menos no con ese nombre.
Digo yo.
La solución, por supuesto, vendrá dada por otra forma de fabricación, como puede ser, por ejemplo, una o dos apropiaciones o expropiaciones, o incluso nacionalizaciones, de otras heladerías. O, quizá, sería más conveniente y práctico, cambiar el nombre a la fábrica y hacer la fábrica en recuerdo consciente de Beethoven y llamarla “Helados Fidelio”. De esa manera se matan varios pájaros de un tiro: se honra al inconsciente, a Fidel y al genio de Beethoven que dio forma musical a un drama en el que una mujer, que busca la libertad de su esposo preso injustamente y que estaban matando de hambre, poco a poco, disfrazada de hombre entra en la prisión como el custodio “Fidelio”. En esa prisión hay también prisioneros políticos y todos los presos cantan con alegría al salir libres al patio y con tristeza profunda cuando los devuelven a las mazmorras. Al final obtienen la libertad cuando se descubre el dominio macabro del alcaide y este es depuesto de su cargo por el ministro de prisiones.
Se imagina el lector comer helados Fidelio en cualquier plaza Bolívar de Venezuela.
Imagina usted el valor psicológico de apoyo a la justicia y a las buenas costumbres, que significa comer un helado Fidelio: No más presos políticos, no más alcaides corruptos y maltratadores, no más presos olvidados sin juicio y vivan los ministros de prisiones que adecentan y cambian las costumbres.
Coma helados Fidelio y empápese de eficiencia carcelaria.
alvarogrequena@gmail.com
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