¡POBRE BOLÍVAR! ¡POBRE PAÍS!
No es igual ser parte de la historia, que pasar
a la historia. Vivir equivocadamente, puede devenir en aciagas consecuencias.
Sólo que los problemas no tendrán la misma repercusión en quien los padezca.
Sobre todo, si esa persona tiene configuración pública pues las acusaciones
lloverán a cántaros. Y posiblemente, las condenas que sobre ella podrían
recaer. Es así que hoy día, el acto de gobernar ha adquirido connotaciones
trascendentes. No tanto por la preeminencia que distingue a quien ejerce el
papel de conductor de tan entremezclados y delicados procesos, como por el
alcances de las decisiones que han de tomarse en el curso de todo propósito.
Por eso, gobernar resulta ser más difícil de lo
que puede entender quien tenga una mediana noción del problema.
Particularmente, quienes no se han preparado para reconocer las dificultades
que comprometen tan abnegado ejercicio de moralidad, honestidad y de sentido
democrático. El patético ejemplo del actual presidente de la República, revela
lo que en principio, podría declararse como incompetencia, ignorancia, apatía,
negligencia, inconsciencia o descuido. O la aberrante sumatoria de todos esos
vicios capitales.
Sin embargo, precediendo y presidiendo tan
abrupto conjunto de perversiones, su labor se ha visto signada por el desmedido
y enfermizo afán de sentirse por encima del resto de los mortales. Los gestos
que adopta y la entonación que le imprime a su discurso, están alineados con la
postura que asume toda vez que presume ser “el nuevo Libertador de América”. De
ahí, su paranoia la cual raya en mera fabulación. Problema éste propio de quien
vive realidades de manera delirante con el grave riesgo de complicarle el
futuro a Venezuela al momento que sus decisiones pudieran enmarañar aún más su
ya complicada gestión gubernamental, como en efecto lo ha logrado.
La encubridora decisión del Tribunal Supremo de
Justicia, al ordenar colocar la imagen del nuevo rostro de Simón Bolívar,
constituye una crasa demostración del grado de compulsión que ha venido
caracterizando la funcionalidad administrativa del Ejecutivo Nacional. La
ignominia que envuelve buena parte de las determinaciones adoptada por el Jefe
de Estado, de forma altanera, demuestran la impudicia con la cual ha manejado
el país. Tanto que obviando la historia, desconoció el trabajo artístico de
José Gil Castro y José María Espinosa, quienes en su momento pintaron al
Libertador en vivo y cuyas imágenes han acompañado el proceso de construcción
republicano o lo que por ello puede comprenderse.
La obsesión de Chávez, creerse “salvador de
América”, gracias a quienes exaltan su ego y elogian su verborrea, lo ha
llevado a cometer francos errores. Habida cuenta de la excesiva impunidad que
sus ejecutorias incitan de cara al foro oficialista mayoritario de la Asamblea
Nacional. De hecho, la reconstrucción de las facciones de Bolívar, dictada al
mismo tiempo que ordenaba la investigación de la muerte de Bolívar, no sólo es
burlarse de la memoria iconográfica nacional. También es suponer que por tal
“gracia”, el país político aplaudiría tan grotesca orden un tanto resultado del
holgazaneo presidencial. Pero también, producto del descocado culto bolivariano
acomodado según las circunstancias e intereses del momento político.
Al lado de lo que dicha situación es capaz de
provocar por deformar el imaginario histórico, el país ha caído en una
vulgarización de aquellos procesos para los cuales está comprometida la
responsabilidad del gobernante. No obstante, los absurdos engolados a través de
los desorientados mandatos presidenciales, han alcanzado un nivel de referencia
que no tiene parangón, si se compara Venezuela con los países que la circundan
geopolíticamente. Frente a todo análisis, las mediciones dan cuenta de la
miopía que afecta la visión del régimen. Por donde pueda observarse, la
desorganización cabalga cual razón para permitir la ampulosa corrupción que
tiene mareados a quienes exhortan al oficialismo a conservar el poder por
cualquier vía posible. El caos administrativo consume todos los canales de
funcionalidad de la economía venezolana. Igualmente, de la sociedad. Tanto que
puede decirse con profunda pena, ¡pobre Bolívar! ¡pobre país!
VENTANA
DE PAPEL
TODO UN BASURAL
¿Por qué la ciudad debe pagar los platos rotos
de la incómoda confrontación entre el Alcalde de la ciudad-capital y el
gobernador del Estado Mérida?. Aunque la situación se ha visto impactada por la
brecha que vino abriéndose entre la empresa Urbaser y la gerencia municipal, el
problema tiene otra dimensión que no siempre es calculada. Tampoco, evitada. El
problema es de corte cultural, social e indiscutiblemente, político. Sin
embargo, la fuente de la suscitada complicación tiene su raíz en la carencia de
una primordial educación cívica cuyos frutos trascienden cualquier coyuntura,
por enrevesada que sea. La población merideña, ni siquiera por estar enraizada
a una Universidad de histórico y académico abolengo, deja de actuar alejada de
la pesada consciencia rentística que le ha marcado el ingreso petrolero según
el cual el venezolano ha vivido la degradación de un modelo político cuyo
influjo logró resabiarlo a que todo lo resolvía el gobierno.
O sea el paternalismo del Estado petrolero,
malcrió al venezolano al permitirle que la desidia fuera parte de su manera de
pensar y actuar. Así que en buena medida, el problema de la ciudad radica en la
inercia de una población que poco sentido de colaboración tiene para
compadecerse de las dificultades operacionales que afecta la habitual
recolección de desechos sólidos cuya acumulación –intencional pues pareciera
superar los niveles ordinarios de generación de basura por habitante- ha afeado
una Mérida cuya limpieza originaria resulta de su inclinación natural toda vez
que las aguas de lluvias arrastran residuos menores. Hoy, sin ninguna mala fe
por parte de quienes son responsables de tan vital labor de salud pública, el
problema se magnificó. Pero otros aprovechándose de ser época electoral, lo
empeoraron. Al final, la ciudad se convirtió en todo un basural.
CON BOZAL DE AREPA SOCIALISTA
No hay duda del inmenso esfuerzo que realizaron
los atletas venezolanos que, en distintas disciplinas deportivas, destacaron el
nombre del país ante un denodado abanico multiétnico y pluricultural. La
participación de estos abnegados deportistas, cundió de esperanzas las
motivaciones de un país acostumbrado a convivir una misma suerte política y
económica. A pesar de que las actuales condiciones político-partidistas han
propendido a “voltear la tortilla hasta quemarla”. Es decir, a subvertir la
situación de familiaridad nacional con la radical y chocarrera excusa de que
“quienes no están conmigo, están contra mí”. No obstante, en medio de los
criterios que infunde el régimen con el desparpajo de intimidar a quien puede,
el grupo de atletas que representó al país en los Juegos Olímpicos Londres
2012, al igual que otros sectores del devenir social nacional, han sentido los
efectos de tan pérfida coerción.
De manera que han caído en las garras del
chantaje gubernamental al extremo que tienen que someterse a sus designios.
Todo, por temor a verse relegados del financiamiento estatal. Es decir, tienen
que lucir sus capacidades manifestando su apego al gobierno y que, además, su
rendimiento y metas alcanzadas “lo deben a Chávez”. Pareciera que olvidaron el
esfuerzo individual, por asegurarse su estabilidad económica. Pero no por ello,
han dejado su orgullo de deportistas meritorios. Aunque, contradictoriamente,
hayan tenido que soportar cualquier humillación como quien debe pasarla mal al
saber que tienen que verse cuales subordinados con bozal de arepa socialista.
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