La mendicidad es uno de los oficios más antiguos de la humanidad. No existe época ni sistema político en que no la haya habido. Cientos de historias y abundante literatura se han escrito desde tiempos bíblicos en torno a la figura del mendigo. El cine, en todas sus épocas, ha hecho lo propio; miles de películas hasta han romantizado la condición de este ser menguado. Algunos suponen que con el retiro del tradicional pedigüeño de las calles se desvanece el fenómeno de la mendicidad. Sin embargo, por sus profundas y recónditas implicaciones sociales, humanas y políticas, la limosna trasciende cualquier propósito de ocultarla.
Al indio que camina por las calles de Bombay o Calcuta no le sorprende ver cientos de miles de mendigos con los que se cruza. Para él son parte de una tradición y hasta de su propia cultura. Para un europeo o americano con algo de sensibilidad es posible que le turbe algunas noches de sueño. ¿Cómo se mitiga la mendicidad en los pueblos malamente llamados en desarrollo siendo que todas las naciones con sus propias tipologías están en desarrollo? Lo único cierto es que con la repartición de limosna no se aminora la pobreza.
En Venezuela la subvención otorgada a través de misiones no basta para mitigar la miseria. ¿Cuáles son los planes del Gobierno para incrementar la visión primaria que dé alguna esperanza a los desposeídos para salir de su inopia casi crónica? Los hipócritas y sensibleros del régimen enfurecerían si alguien osara criticar la forma como el régimen intensifica la repartición de limosnas siendo que en ellos priva más la demagogia que bienestar para sus receptores.
Veamos cómo se soslaya la limosna. El trabajo que normalmente realizaba un solo funcionario, ahora se lo dividen entre cuatro, cinco y seis personas. El caso de PDVSA bien lo ilustra. La faena que realizaban 20.000 trabajadores en 2001 para producir 3,5 millones de barriles de petróleo diarios; hoy lo realizan 100.000 para una producción diaria de 2,4 millones. Sin embargo, la elocuencia de los politiqueros se esmera por divulgar cómo en una empresa socialista se incrementa la corriente de los formadossiendo que lo único que se crece es una subvención disfrazada.
Similares circunstancias se observan en empresas expropiadas como Agropatria, Sidor, cementeras, bloqueras, entre muchas. Bajo esa premisa en menos de 3 años no habrá hombres que cultiven la tierra ni obreros, especializados o no, para las industrias de la construcción y artesanía productiva. ¡Pero no importa!; basta con el dinero de la renta petrolera para fortalecer la dádiva y aniquilar decisivamente la fuerza de trabajo productiva. Se repite la analogía del boxeador que se hizo millonario en dólares en una sola pelea y quedó arruinado a los pocos meses por la disipación incontrolada entre sus adulones.
Cualquier esfuerzo en pro del desarrollo quedará en la estacada si se siguen destrozando las estructuras sociales tradicionales del país. La industria privada ha sido minusvalorada por cuestiones ideológicas mientras importamos no sólo maquinarias, vehículos, alimentos, medicamentos, sino sistemas educativos forjados en un país comunista. Ello implica sustituir nuestros valores y expectativas por otra cosa. El régimen autodefinido socialista se niega armonizar el desarrollo científico con el espacio social disponible. La importación del know-how (hábitos, conocimientos, experiencias) sociopolítico fracasado puede conducirnos a terribles catástrofes mientras se sigue cimentando la mendicidad patológica como oficio.
En el fondo lo que domina en la psiquis oficialista es un inmenso prejuicio respecto a las naciones abiertas que estimulan el trabajo como forma de crecimiento. Todavía priva en algunos coadyuvantes del régimen la obsesión de los años 60 contra las naciones desarrolladas por aprovecharse de nuestras materias primas que luego reimportábamos como productos acabados. Ese desequilibrio no se modifica incrementando la mendicidad como política de Estado. La venganza chavista no cabe en un mundo tecnológico, por demás indetenible, sino abriendo la tijera del desarrollo tal como lo hacen Chile, Perú, Colombia, Méjico y Brasil. Lo demás es volver a creer en pajaritos preñados.
Al indio que camina por las calles de Bombay o Calcuta no le sorprende ver cientos de miles de mendigos con los que se cruza. Para él son parte de una tradición y hasta de su propia cultura. Para un europeo o americano con algo de sensibilidad es posible que le turbe algunas noches de sueño. ¿Cómo se mitiga la mendicidad en los pueblos malamente llamados en desarrollo siendo que todas las naciones con sus propias tipologías están en desarrollo? Lo único cierto es que con la repartición de limosna no se aminora la pobreza.
En Venezuela la subvención otorgada a través de misiones no basta para mitigar la miseria. ¿Cuáles son los planes del Gobierno para incrementar la visión primaria que dé alguna esperanza a los desposeídos para salir de su inopia casi crónica? Los hipócritas y sensibleros del régimen enfurecerían si alguien osara criticar la forma como el régimen intensifica la repartición de limosnas siendo que en ellos priva más la demagogia que bienestar para sus receptores.
Veamos cómo se soslaya la limosna. El trabajo que normalmente realizaba un solo funcionario, ahora se lo dividen entre cuatro, cinco y seis personas. El caso de PDVSA bien lo ilustra. La faena que realizaban 20.000 trabajadores en 2001 para producir 3,5 millones de barriles de petróleo diarios; hoy lo realizan 100.000 para una producción diaria de 2,4 millones. Sin embargo, la elocuencia de los politiqueros se esmera por divulgar cómo en una empresa socialista se incrementa la corriente de los formadossiendo que lo único que se crece es una subvención disfrazada.
Similares circunstancias se observan en empresas expropiadas como Agropatria, Sidor, cementeras, bloqueras, entre muchas. Bajo esa premisa en menos de 3 años no habrá hombres que cultiven la tierra ni obreros, especializados o no, para las industrias de la construcción y artesanía productiva. ¡Pero no importa!; basta con el dinero de la renta petrolera para fortalecer la dádiva y aniquilar decisivamente la fuerza de trabajo productiva. Se repite la analogía del boxeador que se hizo millonario en dólares en una sola pelea y quedó arruinado a los pocos meses por la disipación incontrolada entre sus adulones.
Cualquier esfuerzo en pro del desarrollo quedará en la estacada si se siguen destrozando las estructuras sociales tradicionales del país. La industria privada ha sido minusvalorada por cuestiones ideológicas mientras importamos no sólo maquinarias, vehículos, alimentos, medicamentos, sino sistemas educativos forjados en un país comunista. Ello implica sustituir nuestros valores y expectativas por otra cosa. El régimen autodefinido socialista se niega armonizar el desarrollo científico con el espacio social disponible. La importación del know-how (hábitos, conocimientos, experiencias) sociopolítico fracasado puede conducirnos a terribles catástrofes mientras se sigue cimentando la mendicidad patológica como oficio.
En el fondo lo que domina en la psiquis oficialista es un inmenso prejuicio respecto a las naciones abiertas que estimulan el trabajo como forma de crecimiento. Todavía priva en algunos coadyuvantes del régimen la obsesión de los años 60 contra las naciones desarrolladas por aprovecharse de nuestras materias primas que luego reimportábamos como productos acabados. Ese desequilibrio no se modifica incrementando la mendicidad como política de Estado. La venganza chavista no cabe en un mundo tecnológico, por demás indetenible, sino abriendo la tijera del desarrollo tal como lo hacen Chile, Perú, Colombia, Méjico y Brasil. Lo demás es volver a creer en pajaritos preñados.
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