En
la Semana Santa hay dos lavatorios que nos impresionan desde niños: Pilatos se
lava las manos y Jesús lava los pies a los discípulos. Aquel no quiere poner en
riesgo su poder por salir en defensa de un pobre inocente, se lava las manos y
lo entrega.
En
la liturgia del Jueves Santo impresiona ver a Jesús arrodillado lavando los
pies a sus discípulos, incluso a Judas.
El Señor no los trata como siervos sino como
amigos, y les dice que serán felices si hacen lo mismo unos con otros (Juan
13,17). Todo un símbolo de una humanidad nueva en la que el poder es para
servir y no para oprimir. Lavar los pies significa reconocer la dignidad del
otro y proclamar que servir no es rebajarse, sino ejercer la propia dignidad:
que el mayor entre ustedes sea el que más sirve.
Jesús
expresamente relacionó el rescate de la dignidad humana y la paz con el amor y
el servicio mutuo. También la humanización de la riqueza y del poder pasa por convertirlos
en servicio y vida. Ese es el sentido del Hijo del Hombre y el sueño de la
humanidad, en sus versiones religiosas y también en las seculares que proponen
el horizonte de libertad, igualdad y fraternidad, con economía y poder al
servicio de la vida.
En
Venezuela estamos enredados en un campo minado de odio, exclusión, ineptitud y
deseos de revancha, de todo lo que impide un verdadero renacer humano
compartido. Si los otros sólo cuentan como instrumentos para el poder, no es
posible construir la República.
En
el más reciente documento de la Conferencia Episcopal (19-03-12), los obispos
rememoran el terrible terremoto de 1812 con unas oportunas reflexiones sobre la
ruina de la Primera República que se derrumbó ese año, luego de una efímera
vida de 10 meses. No pudo tener éxito dicen, pues cada sector social iba a lo
suyo: “La libertad e igualdad, proclamada desde 1810, fue en los hechos
selectiva y excluyente de las mayorías, conformadas por los pardos, mestizos,
indios y negros” (n.5). La República era un proyecto histórico que las mayorías
no sentían propio y cada provincia miraba a lo suyo, dispuesta a enfrentarse a
las otras. Eso causó la derrota de la Primera República en 1812. Mucho peor fue
la ruina de la Segunda República ahogada en sangre de venezolanos en 1814.
La
actitud espiritual hacia el otro tiene raíces interiores, que florecen en la
plaza pública y alimentan para bien o para mal la vida económica y política. De
ahí que frente a las amenazas y las esperanzas que preñan el año 2012, los
obispos nos llamen a la reconciliación como actitud espiritual: “Reconciliarnos
va más allá del buen trato; lleva en sí un cambio de mentalidad y paradigma,
donde el centro de nuestra dedicación esté en el otro, en el ser que tiene
igual dignidad, pero que vive en medio de elementos contradictorios para una
vida plena. Trabajar por construir la unidad entre los venezolanos no es tarea
fácil.
El
progreso y el bienestar de este país sólo podrán lograrse con la participación
de todos los ciudadanos.
Ante
las dificultades, por grandes que sean, no debemos desesperar, ni como
personas, ni como creyentes. (…) “Construyamos un futuro de entendimiento y de
paz, el único camino que nos puede ofrecer la alegría de vivir juntos como
hermanos”.
La
Semana Santa nos invita a no condenar al justo lavándonos las manos, y a servir
a los demás lavándoles los pies; a pasar de Pilatos a Jesús.
No a la violencia
y al desastre cotidiano en que millones viven muriendo de mengua. Ahí está la
responsabilidad de construir el futuro social, político y económico de
Venezuela. Ese es el Espíritu del Dios-amor que da vida frente a tanta muerte
desatada que aflige a nuestro país en contraste con tanto poder usado para
dominar y oprimir, y no para servir y dar vida. Jesús no es líder político,
pero encarna el Amor de Dios y revela la dignidad humana de dar la propia vida
en el servicio a los demás, y también en la política.
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