La Nación - 13-Mar-12 - Opinión
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Editorial I
Vencer el miedo
La consolidación de la vida democrática impone que distintos
sectores abandonen un silencio que avala los abusos de poder
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Editorial I
Vencer el miedo
La consolidación de la vida democrática impone que distintos
sectores abandonen un silencio que avala los abusos de poder
En los últimos años se ha ido construyendo en nuestro país, fundamentalmente en sectores empresarios, una creciente sensación de que es mejor callar lo que uno piensa, sobre todo si esto contraría las acciones del gobierno nacional.
Este clima de miedo es contemporáneo con el llamado "relato", esto es, el modo como las más altas autoridades del Gobierno se ven a sí mismas y les gusta que las reflejen. Si alguien desliza un comentario que no encaja en esa leyenda creada desde el poder político, será invadido por un fuerte temor de que algo malo podrá sucederle.
El miedo a verter opiniones o a difundir informaciones que podrían incomodar a las autoridades nacionales puede advertirse en empresarios, en economistas, en representantes de organizaciones sociales o fundaciones, en sectores religiosos, en intelectuales, en periodistas y en dirigentes políticos, incluso del propio oficialismo.
Sería interesante desgranar ese sentimiento para poder ver cuánto de cierto hay detrás de ese llamativo silencio en actores que, tradicionalmente, eran protagonistas. Hoy, por ejemplo, no hablan algunas organizaciones sociales que nunca dejaban de hacer oír su voz cuando la calidad institucional era amenazada. Por caso, muchas de ellas se han callado ante el oscuro Proyecto X.
También hicieron silencio frente a las desafortunadas declaraciones de la Presidenta sobre los docentes, a quienes descalificó sin fundamentos, acusándolos de trabajar sólo cuatro horas diarias y de tomarse tres meses de vacaciones. La hipocresía de algunos sectores es a menudo palpable en actos oficiales, donde empresarios y sindicalistas aplauden ante las cámaras de TV anuncios presidenciales que luego, lejos de las cámaras y micrófonos, no dudan en cuestionar.
Igual actitud se observa en dirigentes del oficialismo que despiden con aplausos al secretario de Transporte saliente a pesar de que sobre sus espaldas carga la vida de 51 personas muertas y más de 700 heridos.
Hemos visto más de una vez cómo se usan las herramientas del Estado para intentar enderezar a los que piensan distinto y se animan a expresarse. Pero, a pesar de ese peligro, es un riesgo que se debe correr para evitar caer en el discurso único que llevaría al país a un estancamiento más profundo. Ejemplos cercanos tenemos en el continente.
La vida democrática se nutre de la diversidad de ideas y del debate constructivo. Si distintos sectores de la Nación se dejan ganar por el miedo o pretenden prosperar a la sombra del poder político, no sólo se estarán resignando a no levantar vuelo, sino que les seguirán haciendo un grave daño a las instituciones y a la libertad de expresión.
Es verdad que el diálogo y la discusión de ideas difícilmente pueda producirse con un gobierno que entiende al principio de división de poderes como un mero obstáculo burocrático. Pero si se persiste en el silencio con el afán de obtener una pequeña ventaja sobre los demás, si prevalece la mezquindad sectorial, no harán más que profundizarse los abusos de poder, el intervencionismo cada vez más arbitrario y las provocaciones de quienes manejan los resortes del Estado.
La bonanza de la economía ha sido con frecuencia una excusa para callarse la boca. El consumo exacerbado a veces mitigaba o sepultaba cualquier crítica. Hoy, no vivimos precisamente momentos florecientes en el terreno económico y, seguramente, no podamos echarle la culpa al mundo. En todo caso, es responsabilidad de un gobierno que prefirió escuchar los elogios hipócritas de muchos antes que los cuestionamientos constructivos de quienes se animaron a formularlos.
Es por eso preciso desmitificar el clima de miedo e invitar a todos los sectores a actuar con coraje cívico, respondiendo a quienes bregan por la consolidación de un pensamiento único mediante atropellos autoritarios.
Este clima de miedo es contemporáneo con el llamado "relato", esto es, el modo como las más altas autoridades del Gobierno se ven a sí mismas y les gusta que las reflejen. Si alguien desliza un comentario que no encaja en esa leyenda creada desde el poder político, será invadido por un fuerte temor de que algo malo podrá sucederle.
El miedo a verter opiniones o a difundir informaciones que podrían incomodar a las autoridades nacionales puede advertirse en empresarios, en economistas, en representantes de organizaciones sociales o fundaciones, en sectores religiosos, en intelectuales, en periodistas y en dirigentes políticos, incluso del propio oficialismo.
Sería interesante desgranar ese sentimiento para poder ver cuánto de cierto hay detrás de ese llamativo silencio en actores que, tradicionalmente, eran protagonistas. Hoy, por ejemplo, no hablan algunas organizaciones sociales que nunca dejaban de hacer oír su voz cuando la calidad institucional era amenazada. Por caso, muchas de ellas se han callado ante el oscuro Proyecto X.
También hicieron silencio frente a las desafortunadas declaraciones de la Presidenta sobre los docentes, a quienes descalificó sin fundamentos, acusándolos de trabajar sólo cuatro horas diarias y de tomarse tres meses de vacaciones. La hipocresía de algunos sectores es a menudo palpable en actos oficiales, donde empresarios y sindicalistas aplauden ante las cámaras de TV anuncios presidenciales que luego, lejos de las cámaras y micrófonos, no dudan en cuestionar.
Igual actitud se observa en dirigentes del oficialismo que despiden con aplausos al secretario de Transporte saliente a pesar de que sobre sus espaldas carga la vida de 51 personas muertas y más de 700 heridos.
Hemos visto más de una vez cómo se usan las herramientas del Estado para intentar enderezar a los que piensan distinto y se animan a expresarse. Pero, a pesar de ese peligro, es un riesgo que se debe correr para evitar caer en el discurso único que llevaría al país a un estancamiento más profundo. Ejemplos cercanos tenemos en el continente.
La vida democrática se nutre de la diversidad de ideas y del debate constructivo. Si distintos sectores de la Nación se dejan ganar por el miedo o pretenden prosperar a la sombra del poder político, no sólo se estarán resignando a no levantar vuelo, sino que les seguirán haciendo un grave daño a las instituciones y a la libertad de expresión.
Es verdad que el diálogo y la discusión de ideas difícilmente pueda producirse con un gobierno que entiende al principio de división de poderes como un mero obstáculo burocrático. Pero si se persiste en el silencio con el afán de obtener una pequeña ventaja sobre los demás, si prevalece la mezquindad sectorial, no harán más que profundizarse los abusos de poder, el intervencionismo cada vez más arbitrario y las provocaciones de quienes manejan los resortes del Estado.
La bonanza de la economía ha sido con frecuencia una excusa para callarse la boca. El consumo exacerbado a veces mitigaba o sepultaba cualquier crítica. Hoy, no vivimos precisamente momentos florecientes en el terreno económico y, seguramente, no podamos echarle la culpa al mundo. En todo caso, es responsabilidad de un gobierno que prefirió escuchar los elogios hipócritas de muchos antes que los cuestionamientos constructivos de quienes se animaron a formularlos.
Es por eso preciso desmitificar el clima de miedo e invitar a todos los sectores a actuar con coraje cívico, respondiendo a quienes bregan por la consolidación de un pensamiento único mediante atropellos autoritarios.
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