Un amigo a quien le
reconozco preclara inteligencia —y de quien admito que de escribir sabe
muchísimo más que yo— me reconvino en días pasados. Por mail me hizo saber su
preocupación por el empleo que yo hago de algunos términos para referirme al
tipo aquel. Cree los utilizo “con imprudencia y exceso”; que los remoquetes empleados
llevan una “exagerada carga chacotera” y que algunos son “inútilmente vejatorios”.
Su consejo: que me abstenga de seguir utilizando en mis escritos “locuciones o
modos adverbiales que sean irrespetuosos o inmoderados”.
Habrá que hacerle
caso al amigo porque en eso de saber escribir, ¡sabe! Aunque va a ser difícil
por varias razones que trataré de explayar de seguidas.
La primera, es que mi
mamá me instiló desde muy niño que “hay que respetar para que lo respeten a
uno”. Cosa que se me confirmó luego, cuando me decidí por la vocación militar y
se me explicó “que la lealtad es una calle de dos vías”. Puesto en el predicamento
que nos ocupa, y ya los venezolanos estando saturados de cognomentos
denigrantes de parte del innombrable en contra de quienes se oponen a su manera
de mandar como: “escuálidos”, “majunches”, “plastas” y otros similares, ¿es que
no va a ser posible retrucarle en el mismo tono?
De todos los insultos
que provienen del jetabulario presidencial, el que más escuece es ese de
“apátridas” con el que trata de descalificar a cualesquiera que no se prosterne
obsecuentemente a su intento de que todos pensemos igual a como el decidió. O
que, por lo menos, no pensemos en absoluto. El tipo se arrogó una prerrogativa
de decidir quiénes son compatriotas de él y quiénes no. Y que solo los que
tienen carné del PUS merecen ese apelativo. No acepto que nadie me diga que quiere
a Venezuela más que yo. Igual que yo, sí. En eso no tengo inconveniente. No soy
menos venezolano que nadie. Pero él se cree con derecho a rebajarme. ¿Qué de
diferente tiene eso con aquella clasificación del general Gómez de “malos hijos
de la Patria” contra a quienes se
oponían a sus tropelías? Para ponerlo con las palabras de Pompeyo Márquez hace
algunos días: “Llamar apátrida a la mayoría de nuestros compatriotas es una
grosería inaguantable”. Palabras que todo venezolano tiene que suscribir rotundamente.
La segunda razón es
que soy un convencido de algo que dijo Napoleón: “De la única dimensión de la
cual no hay regreso es del ridículo”. La manera más eficiente de poner de
relieve las groseras ineptitudes, corrupciones y falacias de un régimen —incluido
este— es caricaturizándolo. Unos, los diestros en dibujo —Zapata, Rayma,
Pam-chito, Edo y Bozone, por ejemplo—, utilizan trazos; otros, diciendo las
cosas como las vemos. Algunos somos más afortunados y podemos ponerlas por
escrito; los más, sin embargo, pueden (y deben) usar radio-bemba, que tan
eficaz es. En todo caso, hay que acordarse de Horacio: “Ridendo corrigo mores”. Se puede corregir las costumbres por medio
de la burla. Y conviene hacerlo así. Por una parte, más gente se entera de los
muchos pecados, incompetencias y venalidades gubernamentales; por la otra, se
demuestra que no hay miedo de denunciar. La más eficaz de las sanciones
sociales es el ridículo. Hay que usarlo…
Criterio contrario al
del amigo que menciono al comienzo tiene otro que no desmerece en inteligencia
al primero: Le gustan “los otros nombres del innombrable que has utilizado” y
me sugiere hacer una lista de ellos. Estoy en un disparadero: ¿qué hacer? Creo
que acordarme de Aristóteles: “La virtud está en el medio de dos extremos que
son viciosos”. Y de Pero Grullo: “Ni calvo ni con dos pelucas.” A recortar,
pues. Pero sin llegar a llamar al señor: “Su Alteza Serenísima, el Primer
Magistrado de la Nación”. ¡Ni de vainas!
Por ejemplo, el
pasajero del caracol (por aquello de que el animal está dentro) anda por Cuba
buscando alivio a su mal. Cosa que es su derecho, pero que también habla muy
mal de su sentido común. Porque, según él, “los médicos de Cuba son los mejores
del mundo”. ¿Cómo no denunciar que eso es una falta de respeto para con el
gremio médico venezolano? ¿Cómo no decir que eso no es verdad? Los cubanos no
pueden estar al día en los últimos avances de la ciencia médica. Sencillamente,
si no tienen Internet, ni divisas para suscribirse a revistas especializadas, ni
pueden asistir a congresos internacionales; pues no pueden estar actualizados.
Pero, hay algo más en
ese viaje. Por aquello de “piensa mal y acertarás”, uno —que está consciente de
que el narcisismo del tipo lo impulsa a buscar ser el centro de todas las
miradas— tiene que colegir que se fue también para ver si se puede “colear” en
una audiencia con Benedicto. De patentizarse esa sospecha, a uno no le queda
sino calificarlo de “güelefrito”?
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Realmente es inconcebible soportar en cuerpo y alma propia el insulto y la procacidad dirigida en nuestra contra por parte de un .....(aceptaré a disgusto la última denominación por que creo que aun le queda grande) ¡güelefrito!, (eso si en minúscula y con una carga de desprecio infinita), sin responder adecuadamente a la ofensa recibida. Nuestro señor, que está en las alturas, ya puso su otra mejilla para prodigarnos el perdón, no tenemos nosotros despues de tan inmenso acto de sacrificio, querer igualarlo y ni siquiera imitarlo. No hay palabra ni calificativo que pueda ser imprudente o excesivo para quien destruyó la dignidad, la educación, la temperancia, la bondad, el raciocinio de un pueblo y la economia, la cultura, la democracia, la esperanza del pais donde habita. Su amigo, no importa cuan ilustrado sea, no puede imponerle, como lo hace la bestia con sus seguidores, que opine, piense y manifieste sus ideas con palabras, calificativos, ideas, ajustadas a cánones de redacción que no se correspondan con las que recibimos del contendor. Usted y yo fuimos formados como guerreros y seríamos ignorantes e incapaces si respondemos a un ataque con cañones y misiles usando dagas, espadas, flechas y lanzas; a no ser que queramos ser vencidos como los indios a pie con sus armas arrojadizas contra los españoles con sus caballos y sus bocas de fuego. Seguiré leyéndole con admiración mientras mantenga su fuerza en la réplica y defensa de nuestros derechos. Siga adelante, siempre de pie y con la cabeza en alto, cuando se arrodille procuraré pasarle por encima.
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