Los pronósticos geopolíticos son resbaladizos. Cuando
los soviéticos lanzaron su satélite Sputnik
en 1957, hasta los analistas de
la CIA se asustaron, asegurando que la URSS se convertiría en la principal
potencia mundial en poco tiempo. Pero como sabemos, la Guerra Fría culminó con
el fin del comunismo en la tierra de Lenin. Recuerdo también el impacto de
numerosos libros que aparecieron hace tres décadas anunciando el “superimperio”
japonés. Lo cierto, sin embargo, es que Japón lleva años estancado, con una
población que envejece y decrece peligrosamente ¿Y qué decir de la Unión Europea,
a la que muchos atribuían hasta hace poco el timón del futuro? Hoy el sueño
europeo yace exhausto, sus economías al borde de la bancarrota y apenas
sostenidas mediante la impresión de toneladas de dinero inorgánico, en medio de
un continente sin ilusiones que evade retos y no quiere tener hijos.
EL DORADO SE VUELVE AMARILLO |
Vivimos ahora los tiempos del auge chino. A diario se
nos advierte que el porvenir pertenece a los herederos de Confucio y Lao Tsé.
Lo de moda es aprender mandarín y elucidar los enigmas de la cultura asiática.
Todo esto luce bien, pero los fracasos predictivos del pasado reciente deberían
sugerir prudencia a los convencidos de que “China dominará el mundo”.
Una parte importante del pueblo chino ha hecho
notorios avances materiales en corto tiempo, dirigidos por una élite que arrojó
al basurero de la historia los inservibles dogmas maoístas y adoptó el capitalismo
salvaje de Estado como fórmula salvadora. Sólo personas que combinan el delirio
con la ignorancia creen que en China se interesan por el socialismo. Pero como
todo en la vida, los progresos ni son mágicos ni son gratis.
El combustible de la expansión económica china ha sido
el crédito barato, reforzado por la baja remuneración laboral. Los millones que
han emigrado a las ciudades imponen una asfixiante presión sobre el mercado
inmobiliario, que en nuestros días genera una burbuja en camino de explotar. El
crédito barato ha financiado la más grande fiebre de construcción de la historia
humana, pero nadie sabe qué garantías tienen los bancos, los gobiernos locales
y corporaciones de desarrollo que han actuado con todavía mayor opacidad y
ausencia de controles que en Estados Unidos, Grecia o España. Para citar un ejemplo,
en la ciudad de Wuhan, novena del país, la municipalidad gastó en 2011 la suma
de 22 millardos de dólares en proyectos de infraestructura y habitacionales,
pero sus ingresos por concepto de impuestos alcanzaron apenas una quinta parte
de lo invertido. Las autoridades estiman que tomará ocho años colocar las miles
de unidades habitacionales no vendidas a los precios actuales, sin contar las
que se siguen edificando. Tal situación se refleja a lo largo y ancho de China.
Los pronósticos acerca del futuro chino tienden, por
un lado, a adoptar una visión lineal de la historia, pretendiendo que
tendencias actuales se prolongarán hacia delante en condiciones y marcos similares.
Esto jamás ocurre así. Por otro lado, los pronósticos ignoran o minimizan los
problemas de China, que sigue siendo un país muy pobre donde el descontento de
millones crece día a día. China imita y copia pero pocas veces inventa o
innova. El aumento de las ambiciones estratégicas de Beijing inquieta a sus
vecinos, incluyendo a Rusia. De allí el beneplácito del Japón y Corea del Sur,
entre otros, ante la decisión de Washington de dar prioridad al Asia en su
política exterior.
No menosprecio lo que ha logrado y puede lograr China,
pero considero errado exagerarlo.
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