La corrupción en altas proporciones y en tantos ámbitos, además del gran vacío que le deja al erario público -es decir, a los ciudadanos venezolanos- genera tres perversas consecuencias: primera, la mengua en la legitimidad del Estado y del gobierno; segundo, el desaliento de los ciudadanos hacia el pago de impuestos; y, tercero, el desprestigio de la democracia como sistema.
El robo es lo que primero se mira, se critica e indigna. Lógico, porque es el efecto inicial y la carne suculenta de los escándalos que se publican. Sin embargo, las secuelas posteriores son más dañinas.
Es muy difícil creer en un Estado tramposo y ladrón, en su autoridad para imponer normas, y en sus lineamientos y políticas. El desprestigio causado por la corrupción lleva a un descreimiento por las instituciones que puede ocasionar un desgobierno. Obviamente, la corrupción no es cometida por el Estado, persona jurídica que no actúa por sí sola sino por medio de funcionarios que la manejan, y que en conjunto se llaman gobierno que a su vez representa al Estado. Pero todos los conceptos quedan manchados.
Eso es lo mismo que buscan muchos politiqueros hace mucho y que no han terminado de lograr, pese a la ineficiencia en el tema de los últimos 13 años de gobierno socialista-comunista.. Sin embargo, la corrupción en la magnitud y extensión que hoy estamos viendo puede lograr ese descrédito.
Los funcionarios corruptos y sus cómplices privados le están haciendo el trabajo al alto gobierno rojo-rojito, pese a que éste además de sus medios inaceptables es también corrupto. Pero de los politiqueros corruptos no esperamos pulcritud porque además tampoco votamos por ellos ni les queremos.
Así pues, la corrupción resulta siendo subversiva: carcome la legitimidad del Estado y mina su credibilidad hasta convertirlo en un fardo. Y no discuto acá si en este gobierno están ocurriendo los actuales hechos ni bajo cuál se investigan, quiero ir más hondo: la imagen general que está quedando es la de un Estado que no hace su trabajo, no vigila el dinero que le damos con el objeto de que nos haga obras y nos preste servicios, y que se lo deja robar de unos cuantos. ¿Entonces para qué sirve una cosa así?
Por otro lado, la corrupción origina desconfianza que a su vez genera cultura del no pago. ¿Quién va a querer pagar sus impuestos en la cantidad establecida y a tiempo, si sabe que se los robarán? ¿Quién quiere seguir trabajando para esos señores que están hoy en La Picota unos, en cargos públicos otros, o en empresas privadas los demás? Nadie. Los países menos corruptos tienen la mayor cultura de pago de impuestos.
Pero hay más: la democracia venezolana hoy gobierno socialista-comunista, también sale muy maltrecha con tanta corrupción, quizás está herida de muerte. A fin de cuentas, la democracia es el camino por el que se llega a manejar el Estado y la cancha en la cual éste juega, y la corrupción también la desprestigia como sistema, tanto por ser el camino técnico hacia un fin y a la vez fin, como por estar impregnada de corrupción en su proceso. En campañas y elecciones empieza la ruta de la corrupción, el "iter criminis" que llaman los abogados penalistas.
La corrupción vicia entonces el camino, el fin o poder que otorga, y el establecimiento que conforman: democracia, gobierno y Estado quedan desprestigiados y en duda, en una inmensa duda que los deja agonizantes, ¿quién los puede reemplazar? No quiero ni pensar en la respuesta.
Más atención, que aquí no sólo estamos jugando a policías y ladrones: quizás asistimos al derrumbamiento de un sistema social y político sin que siquiera estemos pensando en idear un cambio democrático y legal profundo. Y hay buitres merodeando…
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