2024 fue un año negro para los demócratas de Venezuela, en especial para aquellos que aun se empeñaban en manifestar, marchando ordenadamente por las rutas permisadas previamente por el régimen, siempre de blanco. El gobierno de la República Socialista y Bolivariana de Venezuela, encabezado por el septuagenario mariscal Chávez, estaba secundado por un grupo de dirigentes pacifistas y entreguistas, los mismos que, como sus ancestros políticos, habían decidido que se podía convivir pacíficamente con Chávez y con las fuerzas de ocupación cubanas.
CHAVEZ 2024 |
Luego de la victoria de la Batalla de Petare por parte de las milicias venecubanas y la ocupación de una buena parte del país, aquellas élites políticas-militares de la ex Venezuela estaban convencidas que Chávez era invencible, más que nada por el apoyo militar cubano. Fueron ellos, quienes a nombre de una sociedad envilecida y postrada, aceptaron la suspensión indefinida de todas las elecciones para pactar un armisticio con los cubanos sucesores de los hermanos Castro, cuya intención fue hacer una nación, políticamente indivisible entre ambos países, un objetivo geopolítico que comenzó el 8 de mayo de 1967 con la invasión a Venezuela por las playas de Machurucuto, objetivo alcanzado y consolidado desde que, el ahora mariscal Chávez asumió la conducción de este ex-país a finales del milenio anterior.
El único foco de resistencia estaba en las entrañas del monstruo. Lo dirigía alias Medardo, un veterano del plan de becas Gran Mariscal de Ayacucho con tres doctorados a cuestas, que conducía los movimientos de resistencia utilizando como tapadera su carnet del PSUV y diseminaba órdenes y convocaba encuentros desde la cabina de mandos del vetusto tren extraurbano Nº 11402, el mismo que en Pinar del Río transportaba los bagazos de caña, desde los ingenios azucareros hasta las plantas de compost vegetal, mismos que fueron reacondicionados y ’adqueridos’ por el régimen apenas dos años antes para el recorrido extra urbano entre Caracas y Cabruta del Orinoco, el único que medio funcionaba del tantas veces postergado mega plan ferrocarrilero nacional.
El inmenso, pero escurridizo ‘negro Medardo’ se negó a dejar la lucha, aún cuando los dirigentes demócratas del año 24, la nueva camada de líderes, fiel heredera de los conchupadores de la V República, prefería pactar con el narciso y auto condecorado Mariscal. Él prefirió resistir a entregarse. Sabía por conocimiento y experticia que a los dictadores se les revoca el poder desalojándoles por la fuerza, y además contaba con el apoyo de las Madres del Barrio, la repudiada organización informal de amas de casa, que contaba con más de 2.500 células y conchas de abrigo a todo lo largo y ancho de lo que aún quedaba de país.
Las más favorables condiciones para dar el golpe final se dieron aquel mayo del 2024. La integración geopolítica y social de las dos únicas naciones comunistas del planeta, Cuba y Venezuela, se oficializó con la consolidación oficial de la postmoderna URSS, la Unión de Repúblicas Socialistas Suramericanas, a la que incluyeron, además de las dos naciones fundacionales, a Bolivia, Paraguay, Nicaragua y Argentina. Era tal el grado de desintegración política provocado por la expansión del socialismo del Siglo XXI, que la Argentina se integró parcialmente, solo con las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos, Corrientes y Misiones, pues el resto de esa nación vivió una desgastadora y sangrienta guerra de secesión, inducida por la corriente socialista del neoperonismo militarizado, que a la postre dividiría a la gran nación de Belgrano en tres Estados independientes: La Argentina, La Liga Federal del Norte y la Confederación Austral de la Tierra del Fuego.
Aquella madrugada de mayo del 2024, el negro José Concepción Tuvíñez, alias Medardo, convocó a las más aguerridas Madres del Barrio. Se encontrarían en el andén 17 de la terminal ‘Fabricio Ojeda’ y embarcarían como otros tantos miles que regresan a Cabruta, la más grande ciudad dormitorio del país, luego de la tercera jornada laboral de cada día, la más agobiante, la que pega a las 8 de la noche y suelta a las 4 de la madrugada en cualquiera de las miles de factorías socialistas improductivas con las que la revolución chavista rodeó y contaminó más a Caracas y que se convirtieron en la única fuente de empleo y sostén económico para los diez millones de habitantes y pisatarios de aquella ciudad que alguna vez fue considerada ‘la sucursal del cielo’, ahora avenida en oficina del infierno.
Durante las tres horas del trayecto hablarían sobre las acciones que ejecutarían ellas y él les explicaría el engranaje de los eventos que se desarrollarían el jueves 24 de julio de ese año, fecha del natalicio del Mariscal, día ‘de júbilo popular’ en el que Chávez inauguraría en Venezuela, Ecuador y Bolivia unas obras tan inconclusas como la restauración del Estado Vargas (ahora llamado Provincia Negro Primero) por la vaguada del año 99, de la que 25 años después aún había miles de desplazados viviendo en mugrosos campamentos provisionales, o arrimados a familiares y amigos en otras ciudades. Era la actividad proselitista que estaban esperando pues le alejaría momentáneamente de Caracas y con él, a su poderosa cohorte de milicias presidenciales, su personal guardia pretoriana, integrada exclusivamente por curtidos soldados élite del ejército cubano, los únicos a quienes confiaba la protección y resguardo de su vida.
Con la representación de las Madres del Barrio acudieron a la cita tres jóvenes egresados de la única red universitaria del país, la URSS, siglas de la Universidad Regional Socialista de Suramérica. Vinieron como acompañantes de algunas de aquellas mujeres y como enlaces de otros movimientos opositores que se integraban al complot. El negro José Concepción les vio embarcar en el vagón 7 y un intenso calofrío le recorrió la espalda hasta la rabadilla. Fue el mismo espasmo que sintió frente a su televisor, esquinado en su destartalado cuartucho del centro de Caracas donde malvivía, cuando días después vio por la televisión estatal, la única disponible por señal abierta y por suscripción, que entre los sempiternos manifestantes de todos los meses marchaban los tres acompañantes aquellos, ahora vestidos de blanco, enarbolando unas banderolas en las que se hacían menciones directas a lo conversado aquella madrugada en el ruinoso y destartalado vagón número 7 del tren extraurbano11402.
Como sucedió 22 años atrás, se permitió que se desarrollara la acostumbrada manifestación mensual de los opositores, pero en este mayo del año 24, como en aquel abril del 2002, convino el gobierno con algunos dirigentes para que se violentara la ruta permisada y la manifestación se dirigiera hacia el Palacio de Gobierno. José Concepción comprobó por televisión aquello que temió en persona durante reunión con las Madres del Barrio y los tres acompañantes en el vagón número 7. Los ‘comeflor’ habían develado las claves del complot en aquellas banderolas y los tres violentos golpes a la puerta de su cuartucho, inusuales en aquel domingo, se lo terminaron de confirmar. Lentamente se dirigió al gavetero del destartalado escaparate, tomó el álbum familiar, la granada y el crucifijo, Y en el momento en que por televisión se transmitía cómo las milicias populares repelían la avalancha blanca que se aproximaba a Palacio, una explosión sacudió el centro de la ciudad y tras de ella, la alegría eufórica de los que marchaban rezagados, creyendo que era la señal de que el tirano había caído en la que luego fue llamada ‘la rebelión de los comeflor’.
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