La muerte de quien hace casi diez años mató a más de 3 mil personas con el atentado a las Torres Gemelas, Osama Bin Laden, nos hace preguntarnos si con ella “se hizo justicia”, como dijo Barack Obama en su mensaje a la nación norteamericana, o más bien se consumó una venganza.
Primeramente, la venganza no es un capricho, es una pasión que, como las demás pasiones, ayuda a vivir y a morir. Como deber tribal su razón de ser es fomentar el respeto a la tribu, a la familia, a la nación. La venganza, no lo olvidemos, es un deber de los deudos para con el ultrajado. El eterno problema es cómo detener el círculo vicioso de la venganza, pues ésta se instituyó para frenar y disuadir al agresor. Ahora bien, la venganza lo único que consigue es estimular a éste, entonces, termina obrando contra sus propios fines. Por eso la civilización ha ido poniendo freno a la venganza; empezó con Moisés instituyendo las ciudades-asilo para los homicidas involuntarios hasta situarla finalmente en manos de los jueces, quienes son los llamados a encontrar el punto de equilibrio entre la venganza disuasoria y la venganza retadora.
Asimismo, es tan cierto que la justicia es esencialmente venganza (aunque una venganza que persigue detener la sucesión interminable de venganzas), que en griego se llaman prácticamente igual: díke se llama a la justicia, y ekdíke se llama a la venganza. ¿Raro? En absoluto. Más aún, en este caso el prefijo ek parece que funciona de refuerzo de díke, con lo que es probable que al crear la palabra, los griegos pensaron que en realidad la venganza es la justicia más completa y más absoluta. Es así porque la propia díke es polisémica, es decir, significa al mismo tiempo justicia y venganza (y a su vez al significado anterior a justicia, que es "uso/costumbre"). Al alejarse las finalidades de la justicia y de la venganza, los griegos tuvieron la necesidad de crear una palabra distinta para cada una de ellas. ¿Y qué hicieron? Pues bien, a la justicia la llamaron "justicia" a secas (díke) y a la venganza "justicia total" (ekdíke). Aunque este no alude explícitamente a la “fuerza” como sucede con el término latino vindicatio, de donde se origina la palabra venganza, que da a entender, por cierto, que la máxima justicia es la venganza.
Así pues, el oficio de la justicia es canalizar la venganza. Por lo que, a quienes la fortuna ha convertido en vencedores, si no exterminaron a sus enemigos en la guerra ya no deben hacerlo después. La sed de venganza que quede, ha de saciarla, hoy por hoy, la justicia. En otras palabras, habrá que buscar los chivos expiatorios y organizar contra ellos la ceremonia de la venganza, con todas sus solemnidades, y cuanto más larga mejor, para dar tiempo entretanto a que se apaguen las llamas, de manera que se salde la factura con el menor número de víctimas posible. De lo que se trata es de apagar el fuego, no de avivarlo. Eso es, precisamente, lo que pretende la justicia desde que se inventó. Y apagar el fuego requiere, por una parte, disuadir a los pirómanos, y por otra, no irritarlos. Justamente para eso tiene una balanza la justicia: para sopesar cuánto ha de poner en el platillo de la venganza, y cuánto en el del perdón y el olvido.
Al fin y al cabo, la venganza es un plato que se sirve frío y se come despacio.
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