Una nueva concepción doctrinaria acaba de ser añadida oficialmente al Manual de la Guerra Comunicacional que se adelanta desde el Comando Estratégico Operacional –C.E.O.- de la neo dictadura chavorrevolucionaria (Teodoro Petkof dixit).
Se trata de la conceptualización de enemigo interno, que más allá de su aplicación nefasta, cuyo origen se remonta a la Escuela de las Américas que los Estados Unidos establecieron en el fuerte Gulick, en Panamá, viene a integrarse como pieza clave de la nomenklatura oficial, con la que el régimen del teniente coronel iniciará el procedimiento de ‘ablandamiento conceptual’, paso necesario en la construcción de una matriz de opinión con la que, nuevamente, intentará polarizar al país mientras en simultáneo genera un escenario ficticio, una especie de rizo caótico envolvente, para que las oposiciones se desgasten, y como lo aconseja la milenaria estrategia china Jie dao sha ren ‘matar con cuchillo prestado’ matará, figurativamente hablando, a las oposiciones con un cuchillo facilitado por ellas mismas, que en nuestro caso es la incorregible manía de caer en la diatriba estéril, una afición que se estimula también desde la MUD.
El término enemigo interno, también señalado como ‘enemigo endógeno’ no es, como vemos, ni original ni nuevo. Lo novedoso del asunto es que ahora es oficial. Con él se institucionaliza, desde el régimen y su partido, un nuevo apartheid social, aún más terrible y grave que las tristemente célebres listas Tascón y Maisanta, porque no requiere del soporte ¿didáctico? de una lista. Basta que alguien (incluso de su bando) manifieste inconformidad o disenso con ‘las líneas de Chávez’ que son las mismas del todo el régimen, para que pueda ser señalado y hasta acusado de enemigo interno... proyanki... etc. en un ‘tribunal comunal’.
Así mismo como lo leyó: en un ‘tribunal comunal’. Lea a entre líneas y con detalle la pomposa Ley de las Comunas y podrá deducir que tal exabrupto legal está de anteojito... Casi que sugerido por el legislador.
Y la oficialización del término, como parte de la doctrina de la guerra comunicacional del régimen, viene de la mano del mismo general multisoleado, Henry Rangel Silva, a la sazón comandante del CEO, el mismo aquel que afirmó que, aunque la oposición triunfare en las elecciones del 2012, los militares desconocerían tal renegado triunfo, por considerarlo ‘atentatorio’ contra el espíritu socialista de la fuerza armada nacional, convertida desde ese mismo instante en guardia pretoriana del comandante-presidente.
Si algo hay que reconocerle a los actuales actores del régimen cuasi dictatorial es que, con la mano férrea de su caudillo, adelantan paso a paso, sin prisas pero sin pausas, la consolidación del régimen, utilizando para ello las estrategias y las tácticas de la moderna confrontación, la guerra de cuarta generación, una denominación dentro de la doctrina militar que es fundamentalmente propagandística y que comprende a la guerra de guerrillas comunicacional, diversos planteamientos comunicacionales tomados de la guerra asimétrica, la comunicación persuasiva de baja intensidad, las hostilidades de la descalificación y la guerra sucia y el terrorismo de Estado, todo ello en combinación con estrategias no convencionales de combate ideológico que incluyen medios no convencionales de comunicación persuasiva con la población civil y la promoción de la autocensura de los medios masivos, ‘inducida’ por el resultado de la confiscación írrita de otros medios.
El novedoso pensamiento militar revolucionario oficializa el término enemigo interno con un propósito múltiple: El primero de ellos es que re oxigena la ya desgastada dualidad entre patriotas y escuálidos, que en su momento sirvió para la necesaria polarización social, especialmente para cohesionar bajo el ala patriótica a los segmentos poblacionales D y E, mayoría electoral a la que se le asoció el término patriota con los beneficios (hoy comprobadamente inútiles) de unas misiones. Así les funcionó el ensamble semántico, hasta que la realidad se hizo tan evidente que la dupla patriota – misiones se embadurnó con las heces, públicas y notorias, de su ineficiencia. La percepción, (verdadero escenario de la guerra comunicacional) les obligó a implementar tácticas dilatorias y de ‘diversión’ que en la terminología militar consiste en la acción de distraer o desviar la atención y fuerzas del enemigo. De esa necesidad surgieron, como puntuales maniobras distraccionistas los muchos magnicidios ficticios, las envalentonadas amenazas al imperio yanqui, a las que solo faltaron el rastrillar del machete de Noriega y la inclusión en el diccionario de la nomenklatura, de términos como guerra asimétrica.
El enemigo interno o enemigo endógeno es otro de esos términos de nuestro particular ‘folk’ revolucionario. Es la tropicalización chavista del ‘enemigo único’, la regla propagandística con la que Joseph Goebbels arreciaría la campaña comunicacional persuasiva de apoyo a la discriminación y el posterior extermino de 6 millones de judíos, ‘diversión’ táctica que sirvió como cortina de humo comunicacional para avalar uno de los más perversos genocidios de la humanidad, cuyo resultado práctico conocemos hoy como ‘El Holocausto’. Sostiene Jean-Marie Domenach, en la página 56 de su texto ‘La Propaganda Política’, (Capítulo V – Reglas y Técnicas) que la regla de la simplificación y del ‘enemigo único’...”Se tratará, en la medida de lo posible, a ese lote ínfimo de adversarios reconocidos (recuérdense los términos ‘escuálidos’ y ‘victoria pírrica’)- como una sola categoría inferior, como si se tratara de un individuo”. No es, por lo tanto, ni casual ni descontextualizado, que el régimen haya oficializado doctrinariamente el término enemigo interno. Es una más de las designaciones ‘inesperadas’ en las que se confunden como en un intragable menaje semántico lo más perverso del apartheid, los presuntos beneficios ofertados en una política social y la filosofía de una ideología aberrante.
En la explotación comunicacional del enemigo interno subyace una táctica de extraordinaria eficacia política y también psicológica: consiste en asignar al adversario la violencia y los errores propios, en una exhibición que desconcierta a las audiencia, desconcierto útil y necesario para que el líder del proceso pueda realizar de manera pública, pero velada por las apariencias, una catarsis de sus insoportables pecados, y al mismo tiempo una auto purificación de sus odios internos al ventilarlos públicamente, aun cuando se los endilgue al otro, que en este caso es el enemigo interno.
La confesión de Hitler a Raushning corrobora esta regla, tal y como nos lo relata P. Rainwald: “Todos llevamos el judío en nosotros, pero es más fácil combatir al enemigo visible que al demonio invisible”
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