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domingo, 24 de abril de 2011

TRIBUNA LIBERTARIA. COMPENDIO OPINÁTICO. RAUL AMIEL. 24/04/2011 ESCRIBEN CAL THOMAS, ALEJANDRO ALLE Y ALVARO VARGAS LLOSA

"Los grandes espíritus siempre han encontrado violenta oposición de parte de los mediocres.  Estos últimos no pueden entender cuando un hombre no sucumbe impensadamente a prejuicios hereditarios sino que honestamente y con coraje usa su inteligencia.” .- Albert Einstein

1.     ATLAS SHRUGGED: LA PELÍCULA. CAL THOMAS
2.     CONSENSO DE WASHINGTON: LA CRÍTICA OLVIDADA. ALEJANDRO ALLE
3.     LOS RESCATES FINANCIEROS Y EL POPULISMO. ALVARO VARGAS LLOSA

La Fuerza de la esperanza se mueve. Esfuérzate, anímate y trabaja. Solo faltan 624 días, cuenta regresiva inexorable. Artículo 231. Constitución de 1999. El nuevo Presidente tomará posesión el 10/01 del primer año de su período constitucional.- @raulamiel

ATLAS SHRUGGED: LA PELÍCULA. CAL THOMAS

Veintinueve años después de su muerte, la novelista Ayn Rand llega a un teatro cerca de usted. Después de muchos intentos fallidos, su novela de 1957 “Atlas Shrugged” ha sido llevada al cine.

En una época cuando los gastos excesivos, los altos impuestos y demasiadas regulaciones del gobierno cada vez más estrangulan al sector privado, robándonos nuestras libertades y transformando el país en un modelo de un estado socialista, la historia de Rand nos recuerdan cuánto se adelantó ella a su tiempo y cuán peligrosa es la época que vivimos ahora.

Por lo menos un miembro del Congreso ha reconocido lo intuitiva que fue Rand. Se ha dicho que el Representante Paul Ryan, autor de la propuesta Republicana de presupuesto, le pidió a su personal que leyera “Atlas Shrugged” en el 2010. Rayn, según cuenta Christopher Beam de la Revista New York, hasta le da crédito a Rand como “la razón por la cual me involucré en el servicio público”.

“Atlas Shrugged” es una novela, pero su trama no parece ficción. En ella, una exitosa mujer de negocios, Dagny Taggart, jefa de una de las más grandes compañías ferroviarias de los EE.UU., batalla para mantener su compañía activa en tiempos de mala economía. Buscando nuevas formas para mantenerse a flote, ella se asocia con el magnate del acero, Hank Rearden, que ha desarrollado una nueva aleación de metal, que se supone sea el metal más fuerte del mundo. El éxito parece estar asegurado. Entonces, el gobierno federal interviene. El gobierno proclama que la asociación Taggart-Rearden es “injusta” con otros productores de acero y aprueba una ley regulando cuántos negocios puede poseer un individuo. La ley eufemísticamente se titula la ley de “Igualación de la Oportunidad”.

Si el lenguaje y el escenario suenan contemporáneo, así es. El Presidente Obama, que juega con recortar gastos y quiere aumentar los impuestos, es la personificación de la filosofía sobre la cual Ayn Rand advirtió. Hasta la Prensa Asociada, que tiende a no pensar cínicamente cuando se refiere a la administración, notó cuán habilidoso es Obama para hacer esto. En un titular sobre las negociaciones que supuestamente llevaron a $38 mil millones en recortes de gastos, la Prensa Asociada escribió: “Trucos en el Presupuesto Ayudaron a Obama a Salvar sus Programas Favoritos de los Recortes”.

“Atlas Shrugged” es sobre aquellos que castigarían los logros individuales y subsidiarían “el colectivo”. Es la personificación de la filosofía de Karl Marx, “De cada uno de acuerdo con su habilidad, a cada uno de acuerdo con su necesidad”. Para decirlo en otra forma, el colectivo cree que si usted gana $2 y yo gano $1, usted me debe a mí 50 centavos para que las cosas sean “justas”. Esto es redistribucionista o, para parafrasear al presidente, “distribuyendo la riqueza”.

Ayn Rand no es lectura para todo el mundo. Su filosofía tiene raíces en el objetivismo, que, según Wikipedia, “sostiene que la realidad existe independiente de la conciencia, que los seres humanos tienen contacto directo con la realidad a través de la percepción de los sentidos… que el propósito moral apropiado para la vida de uno es la búsqueda de su propia felicidad o un auto interés racional y que el único sistema social consistente con esta moralidad es el respeto total a los derechos individuales, personificado en el laissez faire (dejar hacer – doctrina de no interferir) del capitalismo”.

El objetivismo es una filosofía sin Dios y lo opuesto a lo que Thomas Jefferson justamente creía era la fuente de nuestros derechos, que son “otorgados por nuestro Creador”.

Este vacío religioso no significa que Rand no tuviese razón, al igual que la tenía Dwight Eisenhower cuando advirtió en su discurso de despedida en 1961 sobre los peligros del “complejo militar-industrial”.

Al igual que un cuerpo humano que es bombardeado por virus, algunos de los cuales se las arreglan para penetrar el sistema inmunológico, la libertad, el capitalismo y el espíritu empresarial están bajo ataque constante, no sólo de parte de enemigos extranjeros, sino también nacionales.

La película tiene algunos problemas; mayormente porque se desarrolla en una época en que los trenes reinaban. Los más jóvenes necesitarán conocer un poco de historia antes de verla, o algún contexto después. Yo tuve que explicárselo a mi hija, pero cuando lo hice, ella “got it” (entendió).

Algunos inevitablemente llegarán a la conclusión de que “esto no puede pasar aquí” y esto es una postura conspiratoria más de la Extrema Derecha. Esto sí puede pasar aquí y, de hecho, con un país que está tan endeudado con los chinos y que ya no celebra los logros individuales, sino que busca castigarlos, regularlos y cobrarles impuestos hasta la muerte, ya está pasando aquí.

Vayan a ver “Atlas Shrugged”. Muy apropiadamente ya esta en los cines desde el 15 de abril.

NOTA de TL.- Estamos haciendo las diligencias pertinentes para traerla a Venezuela lo más pronto posible.

CONSENSO DE WASHINGTON: LA CRÍTICA OLVIDADA. ALEJANDRO ALLE

Si el objetivo era trascender, la decisión de John Williamson al acuñar una expresión con el nombre de la capital de los Estados Unidos era la correcta: su recordación estaba garantizada.

Era previsible, sin embargo, que semejante denominación atraería voces críticas. Lástima que por las razones equivocadas. Es que merecía críticas pero por otras razones. Olvidadas.

Todo comenzó en 1990, cuando el Institute for International Economics publicó un trabajo denominado "Ajuste latinoamericano: cuánto ha ocurrido", en el cual el profesor Williamson, encargado de editar la publicación, escribió el segundo capítulo bajo el título: "Qué entiende Washington por reformas de política". Hablaba de políticas públicas en materia económica. Y para hacerlo describió un consenso que, según él, se estaba gestando en Washington.

¿A qué se refería Williamson? Al "común denominador de recomendaciones que las instituciones con sede en Washington tenían para los países latinoamericanos, dada la situación de 1989". No hablaba de la Casa Blanca, sino del FMI y del Banco Mundial.

¿Requería ello cumplir al pie de la letra, y sin cuestionamiento alguno, toda recomendación que proviniese de tales instituciones? En absoluto. Es por demás sabido que esos entes suelen estar plagados de tecnócratas que desconocen el funcionamiento del mundo real.Sin embargo, sería una ingenuidad descartar un decálogo de buenas prácticas, que de eso precisamente se trata el vilipendiado Consenso de Washington, sólo por su sospechoso nombre y su tufillo a burocracia high-life.

En efecto, las ideas rescatadas por Williamson en aquel "común denominador de recomendaciones", fueron puntualmente las siguientes: 1) Disciplina fiscal, 2) Redireccionamiento del gasto público, 3) Reforma fiscal, 4) Liberalización financiera, 5) Adopción de un tipo de cambio competitivo, 6) Liberalización del comercio, 7) Eliminación de barreras a la inversión extranjera directa, 8) Privatización de empresas del Estado, 9) Desregulación del mercado y entrada de la competencia, y 10) Aseguramiento de los derechos de propiedad.

Ese es, sin una coma de más ni una de menos, el Consenso de Washington tal como lo definió su autor, John Williamson. De primera mano y sin manipulaciones. Puede notarse que no es la leyenda que algunos venden, repetida como opinión previa y tenaz de algo que se conoce mal. Que es la definición de prejuicio. Para que algunos compren.

Quienes reflexionen sobre los diez puntos señalados seguramente coincidirán, sean de izquierda o de derecha, con varios de ellos: disciplina fiscal (controlar el gasto público), redireccionamiento del gasto (mejorar su calidad), derechos de propiedad (mejorar la seguridad jurídica), reforma fiscal (mediante un pacto serio, discutido en la Asamblea, no en la ANEP). Habría que estar muy despistado para renegar de tales cosas.

Asimismo, es totalmente comprensible la posición de quienes, sean de izquierda o de derecha, discrepen con ciertos puntos que exhiben un turbio historial de malas implementaciones y corrupción, como fue el caso de ciertas privatizaciones en América Latina. No todas, ni en todos los países.

En un trabajo publicado por Dani Rodrik (PNUD, 2001) titulado: "The Global Governance of Trade as if Development Really Mattered", su autor, lejos de negar la importancia de los diez puntos que constituyen el Consenso de Washington, les agregó un concepto esencial.

En efecto, Rodrik enfatizó en el fortalecimiento institucional, requisito imprescindible para alcanzar el desarrollo, definiendo un "Consenso de Washington aumentado", que implicaba agregar reformas políticas, medidas anti-corrupción y la creación puntual de redes sociales de seguridad. Sin descartar los diez puntos de Williamson.
En palabras de Rodrik "ello iría más allá de la liberalización y privatización para enfatizar la necesidad de crear el sustento institucional de las economías de mercado". Impecable.

Se trata, precisamente, de la razón por la cual el consenso original debió haber sido criticado: su débil énfasis en la institucionalidad.

En verdad, no debiera sorprendernos, porque al menos en aquellos tiempos, los asuntos institucionales eran ignorados por los tecnócratas high-life. Extrañamente, hoy se los critica por lo que decían. Y se olvida lo que omitían.
Hasta la próxima.


LOS RESCATES FINANCIEROS Y EL POPULISMO. ALVARO VARGAS LLOSA

Las consecuencias políticas para la Unión Europea de haber rescataado a Grecia, Irlanda y, en cualquier momento, Portugal son perturbadoramente claras: un aumento del sentimiento populista en el continente hábilmente explotado por los partidos nacionalistas que antes eran marginales.

Auténticos Finlandeses, un partido dirigido por un líder agitador de 48 años llamado Timo Soini, ha capturado uno de cada cinco votos en los comicios generales de ese país. Dada la naturaleza de un sistema político que torna inevitables las coaliciones, el resultado ha colocado al True Finns en una solida posición para ser parte del nuevo gobierno. Aunque la crisis económica y, en menor medida, la inmigración explican en parte este éxito, en las últimas semanas de la campaña Soini puso un énfasis mucho mayor en el rescate de Grecia y Irlanda, y lo que veía como el inminente salvataje de Portugal.

En Francia, la extrema derecha del Frente Nacional, ahora liderado por Marine Le Pen, ha superado al Presidente Nicolás Sarkozy y a su partido de centro-derecha en las encuestas, y le fue bien en las recientes elecciones regionales. La transferencia de riqueza de una parte de Europa a otra ha sido central en el mensaje de Le Pen, eclipsando a la inmigración, el “punching ball” tradicional. En Holanda, el líder nacionalista Geert Wilders, que ha apoyado al gobierno minoritario, está también agitando sentimientos populistas sobre los rescates. Pese a que ningún líder o partido de esa índole ha explotado aún la frustración social en Alemania, el papel clave de ese país en el rescate del sur de Europa ha provocado una revuelta electoral contra la canciller Angela Merkel, quien perdió una elección estatal importante en Baden-Württemberg. No es inconcebible que emerja un movimiento populista —o que integrantes de los partidos mayoritarios, incluyendo a los demócrata-cristianos de Merkel, adopten una posición frontal contra la UE.

Peor aún. Los paquetes de rescate sólo han logrado ganar algo de tiempo para las autoridades europeos. El inminente paquete de 115 mil millones de dólares para rescatar a Portugal, como fue el caso de los rescates griego e irlandés, está diseñado para dar oxígeno al beneficiario mientras hace reformas, hasta que la recuperación económica permita aliviar la pesada deuda. Pero no hay crecimiento económico significativo alguno y la carga de la deuda en los tres países se prevé que aumente. Inevitablemente tendrán que volver a los mercados a rogar crédito.

Había una alternativa mejor. La alternativa era, como la canciller Merkel sugirió tímidamente en el inicio de la crisis de la eurozona, efectuar ese exquisito eufemismo: la “reestructuración” de la deuda. En español corriente: dejar que la gente que asumió riesgos irresponsables pierda parte de la deuda que retiene. Sí, esto hubiera perjudicado a algunos bancos del norte y centro de Europa que tienen bonos del sur de Europa. Pero, ¿cuál fue el beneficio de haber rescatado a esos países si al final el sur de Europa se encamina de todos modos hacia una “reestructuración” de la deuda?

El costo político ha sido el fortalecimiento del extremismo populista. Desde hace algunos años esta corriente social y política hace noticia en la UE, aumentando y disminuyendo según el nivel de resentimiento social contra el chivo expiatorio de turno. Pero puede llegar un momento en el que la persistencia de las causas, reales o imaginarias, de esta ira social lleven al fenómeno nacionalista a un nuevo nivel. La causa de la ira es ahora más real de lo que ha sido en los últimos años. Es mejor hacerle frente ahora. No veo cómo Europa puede seguir postergando la decisión de purgar algunos de sus excesos sin incubar más resentimiento.

Aquellos que chantajearon a Alemania y a otros países para que subvencionaran el rescate del los países del sur de Europa y otros países en aprietos cuando los alemanes expresaron dudas iniciales no vieron que la causa fundamental del problema de la eurozona es que el euro no fue nunca tratado como una moneda sino como un instrumento político para aglutinar a economías muy disimiles bajo un mecanismo inflexible. La política de salvatajes financieros es una vuelta más de ese tornillo imposible.

Los extremistas surgen en las naciones civilizadas cuando el desquiciamiento de las cosas hace que sus soflamas suenen razonables. En vísperas de la elección, Timo Soini afirmó: “Cada vez que se rescató a un país, las autoridades europeas le garantizaron a la opinión pública que no habría más rescates……los nórdicos están cansados de pagar las fiestas del sur”. Suena razonable. Y muy espeluznante.

PD: En la columna de la semana pasada, afirmé que, de acuerdo con una encuesta reciente, el 52 por ciento de los peruanos respaldaría un régimen militar. La cifra correcta es un (igualmente perturbador) 42 por ciento.

raulamiel@gmail.com

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