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LA LIBERTAD, SANCHO, ES UNO DE LOS MÁS PRECIOSOS DONES QUE A LOS HOMBRES DIERON LOS CIELOS; CON ELLA NO PUEDEN IGUALARSE LOS TESOROS QUE ENCIERRAN LA TIERRA Y EL MAR: POR LA LIBERTAD, ASÍ COMO POR LA HONRA, SE PUEDE Y DEBE AVENTURAR LA VIDA. (MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA) ¡VENEZUELA SOMOS TODOS! NO DEFENDEMOS POSICIONES PARTIDISTAS. ESTAMOS CON LA AUTENTICA UNIDAD DE LA ALTERNATIVA DEMOCRATICA

miércoles, 23 de marzo de 2011

TRIBUNA LIBERTARIA. COMPENDIO OPINÁTICO. RAUL AMIEL. 23/03/11. OPINIONES DE MARY ANASTASIA O'GRADY, MANUEL F. AYAU, DAVID J. THEROUX Y MARTÍN KRAUSE

Los esfuerzos individuales nos traerán el progreso general. Cesare Cantú

1.- POR QUÉ OBAMA FUE A BRASIL.MARY ANASTASIA O'GRADY
2.- EL MITO DE KEYNES. MANUEL F. AYAU
3.- LARRY SUMMERS ASEVERA QUE EL DESASTRE JAPONÉS DARÁ IMPULSO A LA ECONOMÍA. DAVID J. THEROUX
4.- AVATAR Y LA ÉTICA DEL DERECHO DE PROPIEDAD. MARTÍN KRAUSE

La Fuerza de la esperanza se mueve. Esfuérzate, anímate y trabaja. Solo faltan 655 días, cuenta regresiva inexorable. Artículo 231. Constitución de 1999. El nuevo Presidente tomará posesión el 10/01 del primer año de su período constitucional.- @raulamiel

POR QUÉ OBAMA FUE A BRASIL.MARY ANASTASIA O'GRADY

El viaje del presidente Barack Obama a Brasil, Chile y El Salvador esta semana, mientras la guerra se intensifica en Libia, ha sido duramente criticado como prueba de un peligroso desinterés por un mundo que necesita del liderazgo estadounidense.

Sin embargo, hay razones para ir al menos a Brasil. Posiblemente, las escalas en Santiago y San Salvador se podrían haber postergado. Chile ya es un aliado estable y la parada en El Salvador para decir obviedades sobre la seguridad hemisférica mientras América Central se incendia en las llamas del narcotráfico sólo sirve para poner de manifiesto la esterilidad de la guerra de Estados Unidos contra las drogas.

Por otro lado, ir a Brasilia el sábado para reunirse con la presidente Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores, fue importante.

Por desgracia, Obama desacreditó su viaje incluso antes de subirse al avión al presentarlo como una misión comercial para crear empleos e impulsar la economía estadounidense. Si eso es lo que buscaba, habría sido mejor que se quedara en casa y presionara al Congreso para que deje sin efecto el arancel de 54 centavos por galón que se aplica al etanol brasileño de caña de azúcar y para que ponga fin a todos los subsidios estadounidenses al algodón, que fueron declarados ilegales por la Organización Mundial del Comercio tras una acusación presentada por Brasil. También podría haber enviado los acuerdos de libre comercio con Colombia y Panamá al otro extremo de la avenida Pensilvana, donde habrían sido fácilmente ratificados.

Digamos las cosas como son: la reputación de Obama como un proteccionista lo precede. Si él cree que no es así, entonces nuestro presidente, que es un excelente orador, no tiene un buen oído.
En cuanto a las buenas razones para hacer este viaje, considere los intereses geopolíticos compartidos entre Estados Unidos y la mayor democracia de América Latina. Aunque el ex presidente Lula da Silva, también del Partido de los Trabajadores, no hizo durante sus ocho años de gestión prácticamente nada para liberalizar una economía que, en su mayor parte no es libre, se las ingenió para respetar las reformas al funcionamiento del banco central de su predecesor, Fernando Henrique Cardoso. Como resultado, luego de décadas de caos inflacionario causado por el financiamiento del banco central a los déficit del gobierno, Brasil ha mejorado ampliamente la estabilidad de los precios durante más de una década. Terminar el ciclo de repetidas devaluaciones ha permitido la formación de una clase media sustancial y ha dado forma a una nación que crecientemente quiere ser parte de una economía moderna y globalizada.

Millones de brasileños que salen de la pobreza es algo para celebrar. Pero lo que es más problemático es cuando el liderazgo de un ex gigante dormido aislado anuncia que busca alianzas con tiranos. Eso fue lo que ocurrió mientras Lula estuvo en el gobierno.

Lula tenía una debilidad por los matones. Dadas sus raíces en el movimiento sindical de izquierda, su debilidad por el dictador cubano Fidel Castro era comprensible. Pero su decisión de servir como relacionador público del presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad en el escenario mundial no lo fue.

Afortunadamente, no sirvió de mucho. Por otro lado, su apoyo a Hugo Chávez, que es antidemocrático en el frente interno y apoya a los terroristas colombianos más allá de sus fronteras, perjudicó los esfuerzos multilaterales para contener la amenaza venezolana.

Ahora, Rousseff quiere dar forma a una nueva política exterior que, aunque lejos de alinearse con Estados Unidos, sería menos propensa a buscar activamente alianzas con dictadores y líderes autoritarios. Estados Unidos debe apoyar tal esfuerzo. En la lucha por la estabilidad hemisférica, Brasil es un actor crucial.

Como presidente se esperaba que Rousseff, que fue alguna integró un grupo guerrillero marxista, se inclinara más por la izquierda ideológica que su predecesor y que fuera igual de peligrosamente populista. Pero hasta ahora ha optado por el pragmatismo. Mientras que al carismático Lula le gustaba ser el centro de la atención, ella mantiene un perfil bajo. Cuando habla, es seria y comedida. Lula se quejaba en voz alta de las críticas y quiso reducir la libertad de prensa. Rousseff rechazó la idea.

Hay una vieja tradición brasileña de reservar el ministerio de Relaciones Exteriores a la izquierda más excéntrica. Eso y la vieja ambición brasileña de derrotar la hegemonía estadounidense en la región es una manera de explicar el respaldo a los déspotas bajo el gobierno de Lula. Brasil también tiene valiosos contratos comerciales con Venezuela. Rousseff parece haber decidido que la estrategia de Lula era contraproducente, especialmente para el objetivo brasileño de obtener un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas.

Poco después de ganar la segunda vuelta de las elecciones el pasado 31 de octubre, Rousseff comenzó a criticar la situación de los derechos humanos en Irán y Cuba, algo que Lula nunca tuvo el coraje de hacer. Otra señal importante, aunque sutil, es la forma en que la presidenta parece estar distanciándose de Chávez y sus secuaces.

Si Brasil busca un acercamiento con Estados Unidos, es un acontecimiento positivo para todo el hemisferio. Como aliado en asuntos fundamentales, como la oposición a la tortura en las cárceles cubanas, Brasil podría ser parte de una largamente esperada ofensiva regional para denunciar los abusos a los derechos humanos. También podría ser útil el próximo año cuando Venezuela realice sus elecciones presidenciales. Chávez ha dicho que incluso si pierde, no abandonará su cargo y el comandante del ejército lo apoyó.

Esto podría generar una situación no diferente a la que atraviesa Libia hoy. Sería útil si Estados Unidos y Brasil están enviando el mismo mensaje.

Es lamentable que el comandante en jefe que estaba comenzando una guerra, no haya tenido el buen criterio de volver a casa luego de la reunión en Brasilia.


EL MITO DE KEYNES. MANUEL F. AYAU

El famoso economista inglés John Maynard Keynes, promotor del notorio Fondo Monetario Internacional y de políticas monetarias inflacionarias, en una ocasión dictó una conferencia en Harvard, cuya presentación estuvo a cargo de John Kenneth Galbraith. En la presentación, Galbraith con orgullo dijo haber sido el primer keynesiano en América. Pero Keynes comentó después que él mismo no era “keynesiano”, sino que sus discípulos solían exagerar sus teorías a extremos que no compartía.

La teoría que comúnmente se conoce como esencia del keynesianismo es que cuando el gobierno aumenta el circulante, a través del gasto estatal deficitario, con dinero nuevo y sin respaldo, aumenta la demanda de todo y así se estimula la economía. Parece muy simple. Muchos la creyeron y así comenzó la universalización de la inflación como medio para progresar. Pero después de tantos desastres inflacionarios se aprendió que aumentar el dinero en circulación, sin aumentar la producción, no solamente incrementa los precios y los costos sino que —más grave aún— se distorsiona la asignación de los recursos. El poder adquisitivo representado por el nuevo dinero beneficia a quienes primero lo reciben, porque estos logran gastarlo antes de que su efecto se refleje en los precios. A quienes el nuevo dinero les llega más tarde, cuando lo gastan se dan cuenta que los precios aumentaron. El poder adquisitivo que logra el gobierno es a costillas de ahorrantes, dependientes de pensiones y provoca la pérdida de poder adquisitivo para todos. Es decir que se trata, más bien, de un cruel y deshonesto impuesto.

La falacia keynesiana fue expuesta —antes de que Keynes naciera— por el economista J. B. Say, de quien los keynesianos siempre se han burlado. Muchos economistas serios se opusieron al keynesianismo, pero casi nadie les hacía caso. Hoy, nuevamente, están saliendo los keynesianos del closet para ofrecer soluciones frente a la supuesta “crisis del capitalismo”.

La llamada Ley de Say tiene sentido común y es una verdad evidente: todos compramos (demandamos) lo que queremos con lo que producimos. El dinero sólo sirve para que el intercambio no sea en base al trueque. Es decir, aportamos los bienes o servicios que producimos a cambio de dinero y con ese dinero compramos. Nuestro poder adquisitivo sigue siendo el valor de mercado de nuestro aporte a lo que otros desean. Siendo ese principio tan obvio y de tan fácil comprensión cuesta entender cómo se extendió el error. Pero las modas académicas a menudo no tienen sustento lógico y quien no las aplaude no escala en su profesión. Al keynesianismo se le bautizó como “economía de la demanda”, bajo la ridícula creencia que es el dinero lo que crea la demanda y no lo que se produce para poder obtener lo que uno necesita. La Ley de Say fue bautizada “economía de la oferta” y los keynesianos resucitados la acusan de haber fracasado, junto con el mercado.

Una cosa debería ser evidente: la única riqueza de la que pueden disfrutar los pueblos es la que producen e intercambian. Cada quien crea demanda al gastar el dinero que recibió a cambio de lo que produjo y, en consecuencia, solamente aumentando la producción se logra aumentar la demanda real. La expansión monetaria keynesiana no aumenta lo producido sino que aumenta los precios y las distorsiones que causa más bien disminuyen la producción.


LARRY SUMMERS ASEVERA QUE EL DESASTRE JAPONÉS DARÁ IMPULSO A LA ECONOMÍA. DAVID J. THEROUX

Tal como era de esperar, a pocos días del completo desastre y la masiva pérdida de vidas (10.000 y contando) en Japón desde el terremoto record de 8,9 grados de magnitud y el tsunami, un importante economista keynesiano se manifestó en defensa de la “falacia de la ventana rota” en la economía al afirmar que el desastre japonés en verdad impulsará el crecimiento económico. El economista no es otro que Larry Summers (ex Presidente de la Harvard University, y actualmente Profesor Charles W. Eliot en la Kennedy School of Government de Harvard, ex director del Consejo Nacional Económico de Obama, ex Economista en Jefe del Banco Mundial, y ex Secretario del Tesoro con Clinton). En una entrevista en el canal CNBC Summers efectivamente sostiene que el desastre:

“. . . añadirá complejidad al desafío de la recuperación económica de Japón. Irónicamente, podría llevar a algunos incrementos temporales del PBI mientras se lleva a cabo un proceso de reconstrucción. A raíz del anterior terremoto de Kobe, Japón en realidad ganó algo de fortaleza económica”. (Que quede constancia de que el terremoto de Kobe mató a más de 6.000 personas y dejó sin hogar a 300.000).

Ahora, en un excelente artículo en The Daily Caller, “Los tsunamis no son estímulos”, Ryan Young refuta el sinsentido keynesiano de Summers:  

“Los economistas llaman a esta línea de pensamiento la falacia de la ventana rota; si un niño impacta una ventana con una pelota de béisbol, se crea un trabajo para quien la reparará. . . . Pero es claramente una falacia. . . . He aquí por qué: si el tsunami nunca hubiese ocurrido, para empezar la gente seguiría teniendo todos los edificios y automóviles que tenía. Serían capaces de gastar su dinero en otros bienes adicionales que deseen. ¿Y esos nuevos empleos en la construcción que el tsunami creará? Hasta el último de los trabajadores podrían en su lugar estar haciendo otra cosa. Podrían estar produciendo computadoras, televisores, casi cualquier cosa. Para empezar, quienes eran trabajadores de la construcción podrían estar construyendo nuevas fábricas o nuevos hogares, además de los que ya tienen. En cambio, estarán trabajando horas extras sólo para recuperar lo que ya tenían. Esto no es un estímulo, aun cuando se refleje en el PBI. Es mejor construir que reconstruir”.

La falacia de la “ventana rota”, una de las más perniciosas en la economía, ha sido largamente utilizada para defender una amplia variedad de intervenciones gubernamentales, desde la renovación urbana al “dinero por chatarra” a los subsidios a la energía “limpia” y a los proyectos de obras públicas para la guerra. Por ejemplo, John Maynard Keynes argumentaba en el capítulo 10 de su libro, La Teoría general del empleo, el interés y el dinero, que puede tener sentido económico edificar pirámides completamente inútiles a fin de estimular la economía, aumentar la demanda agregada, y fomentar el pleno empleo. El keynesiano ganador del Premio Nobel y prominente columnista socialista delNew York Times Paul Krugman ha afirmado de manera similar que las masivas municiones y otros gastos y proyectos de obras públicas de la Segunda Guerra Mundial pusieron fin a la Gran Depresión (véase aquí y aquí), una visión que el asociado senior de El Instituto Independiente Robert Higgs refuta cabalmente en su fecundo libro, Depression, War, and Cold War.

No obstante, la “falacia de la ventana rota” fue primero refutada muchos años atrás por el economista francés Claude-Frédéric Bastiat en su ensayo de 1850,“Lo que se ve y lo que no se ve”, que se puede encontrar en su libro, Selected Essays on Political Economy. Y una de las mejores críticas de la falacia se encuentra en el libro más vendido del economista de la Escuela Austríaca Henry Hazlitt, La economía en una lección.

Los desastres naturales y provocados por el hombre son por sí mismos suficientemente trágicos. ¿Debe también la humanidad seguir padeciendo medidas gubernamentales basadas en chifladas opiniones de keynesianos que perturbadoramente consideran a tales calamidades como económicamente beneficiosas y se niegan a aprender la simple lección de la “falacia de la ventana rota”?

AVATAR Y LA ÉTICA DEL DERECHO DE PROPIEDAD. MARTÍN KRAUSE

El último éxito comercial de Hollywood presenta esa vieja fórmula de la lucha entre buenos y malos y el triunfo final de la justicia sólo que ahora, en vez de ser los yanquis los buenos y los nazis los malos, los primeros son una tribu naturista de la cual Cameron, director de la película, apenas muestra de qué se alimentan y qué extraen de la naturaleza (parece que cazan pero tratan bien a las víctimas) y los otros son una perversa compañía motivada por la maximización del lucro.

Por supuesto que hay una valoración ética detrás de unos y otros que la película no esconde, pero es una descripción burda de unos y otros que ni vale la pena discutir. No obstante, la película plantea un dilema ético asociado al derecho de propiedad (los nativos salen en defensa de “nuestra tierra”, o sea que defienden tal derecho) que ya fuera discutido por economistas con un ejemplo asombrosamente parecido a la película.

En un debate académico que se extendió a través de varios artículos, los profesores Harold Demsetz, de la Universidad de California Los Ángeles y Walter Block de la Universidad de Loyola en Nueva Orleáns consideraron cuál debería ser el criterio para asignar un derecho de propiedad cuando existen dos usos alternativos e incompatibles entre sí1. Ambos reflejan dos visiones centrales de la ética económica contemporánea.

Demsetz es un economista utilitarista de actos para quien la justificación de una acción estará dada por las consecuencias, definiendo como favorables aquellas que generen la vieja condición planteada por Jeremy Bentham del “mayor beneficio para el mayor número”. Es decir, es necesario hacer un cálculo de costos y beneficios y si éstos superan a los primeros la acción es correcta.

Plantea el siguiente caso: supongamos que una isla contiene todo el stock conocido de un cierto árbol y ésta es habitada por una secta religiosa que veneran a esos árboles como si fueran Dios. Pero resulta que ahora se descubre que  estos árboles contienen una sustancia que es una cura segura del cáncer. La secta religiosa no está dispuesta a entregarlos por ninguna compensación material. Demsetz asignaría el derecho de propiedad de esos árboles a quienes fabricaran la droga contra el cáncer y, en todo caso, que la secta tuviera que comprar su inviolabilidad. Los derechos de propiedad son, para este autor, instrumentales, y no cree que puedan defenderse de otras forma que por la utilidad que una cierta asignación genera.

Block, por el contrario, es un iusnaturalista libertario seguidor de John Locke en este punto. Para el filósofo clásico inglés el derecho de propiedad se origina y encuentra su justificación ética, en la mezcla de trabajo con un recurso que no tiene propietario. Es decir, alguien llegó primero, descubrió un recurso sin dueño, y lo posee, generando su derecho originario que luego puede transferir a través de contratos o legados. Critica a Demsetz con ironía al comienzo: ¿cómo saber si la asignación de los árboles para curar el cáncer es más “eficiente” que como objeto venerado?, ¿y si Dios realmente existe y se enojara mucho por eso condenando a la humanidad? Los derechos deben respetarse sin ningún tipo de valoración de eficiencia. Para él, no es primero la eficiencia y luego la asignación de derechos de propiedad sino al revés: precisamente porque se protegen estos derechos el mercado alcanza la eficiencia.

Incluso en propios términos utilitaristas esa violación del derecho de los nativos no sería “eficiente” ya que generaría inseguridad jurídica, ya que todo derecho estaría sujeto a una evaluación de costo y beneficio realizada por vaya a saber quién.  Para Block el funcionamiento del libre mercado demanda el no uso de la violencia y el respeto de las relaciones voluntarias sin considerar las utilidades de determinado acto. El sistema será más eficiente gracias a que se respetan los derechos.

Probablemente Cameron, motivado por lo “políticamente correcto” no hubiera objetado que se asociara a los malos de la película al utilitarismo de Demsetz y la escuela de Chicago de la que éste es un prominente representante. Pero seguramente no habría imaginado que el más puro liberalismo de libre mercado le estaría proveyendo argumentos a favor de la posición de los avatares.

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