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lunes, 22 de noviembre de 2010

TRIBUNA LIBERTARIA., RAUL AMIEL - COMPENDIO OPINÁTICO.- 22/11/10 OPINIONES DE ALBERTO BENEGAS LYNCH (H), RICARDO MANUEL ROJAS Y CARLOS ALBERTO MONTA

"Nadie puede hacerte sentir inferior sin tu consentimiento." Eleanor Roosevelt

*¿POR QUÉ LAS IZQUIERDAS TRABAJAN TANTO?. ALBERTO BENEGAS LYNCH (H)
*¿QUÉ ES LA INFLACIÓN? . RICARDO MANUEL ROJAS
* RAÚL CASTRO Y EL GÉNIO DE LA LÁMPARA. CARLOS ALBERTO MONTANER

¿POR QUÉ LAS IZQUIERDAS TRABAJAN TANTO?. ALBERTO BENEGAS LYNCH (H) Es un hecho comprobable que los miembros de la tradición de pensamiento que provienen de las izquierdas dedican mucho tiempo al estudio y a la difusión de sus ideas, sea a través de centros de investigaciones, cátedras universitarias, publicación de libros, ensayos o artículos y, en otro orden de cosas, a la militancia partidaria y no partidaria. Sin embargo, también se observa un contraste muy grande con los esfuerzos muchas veces anémicos por financiar y trabajar en el estudio y la difusión de las ideas en las que se sustenta una sociedad abierta.

Hace tiempo escribí una columna titulada “El síndrome del poeta” donde apuntaba a mostrar que habitualmente en círculos de artistas, escritores de ficción, sacerdotes, escultores, músicos, poetas y equivalentes donde hay una gran sensibilidad y creatividad, sus integrantes tienden a rechazar las propuestas liberales y se inclinan por el socialismo. Si algún liberal se acerca a esos círculos con el propósito de elaborar sobre ideas sociales, la reacción puede resumirse con esta respuesta: “no me va a explicar usted el significado de la ley de la oferta y demanda, el proceso de formación de salarios, el multiplicador bancario, el librecambio, análisis fiscal o el teorema de la regresión monetaria, puesto que nosotros estamos en temas mucho más sublimes y alejados del burdo economicismo”. Sin embargo, cuando se pronuncian en temas sociales, sus aseveraciones resultan alarmantes y terminan perjudicando gravemente a quienes dicen quieren proteger.
Ahora bien, ¿por qué este contraste entre una y otra posición en cuanto al entusiasmo en el trabajo por parte de las izquierdas y tanta desidia entre quienes se dicen partidarios de la sociedad libre? Encuentro la explicación en lo que se denomina la “mística”, esto es, quienes siguen doctrinas envueltas en misterios y cargadas de contemplaciones a situaciones trascendentales y perfectas, muchas veces -a pesar del dictum marxista de que “la religión es el opio de los pueblos”- asimiladas a posturas religiosas afectadas y exuberantes linderas en el fanatismo. Me parece que esa es la clave de nuestra incógnita. Unos más fantasiosos y otros menos, todos los socialistas dibujan sociedades perfectas.
Así lo han hecho Sismondi, Saint-Simon, Owen, Fourier, Proudhon, Rodbertus, Lasalle hasta llegar a Marx (y antes Platón, Campanella, Moro y Harrington). Karl Marx y Engels prometen la abolición de estratos sociales y la división del trabajo, sociedad en la consignan en 1846 que cada cual “pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado y, después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos”. En definitiva Marx promete “a cada uno según su necesidad” en un estado idílico sin sobresaltos ni confrontación alguna donde la escasez carecería de sentido.

Esto se fabrica en la visión marxista con el expediente de la construcción del “hombre nuevo” desinteresado y, al mismo tiempo, autorrealizado, alejado de los venenos que impondría el régimen de propiedad privada (escribe con Engels en su manifiesto comunista de 1848 que “pueden sin duda los comunistas resumir toda su teoría en esta sola expresión: abolición de la propiedad privada”) y en la primera obra que escribieron en coautoría, en 1845, adhieren al materialismo determinista, lo cual arrasa con la condición humana, idea ya presente en la tesis doctoral de Marx sobre Demócrito presentada en la Universidad de Jena.

En todo caso, esta tarea arrogante de reconstrucción y rediseño del hombre y de la consiguiente ingeniería social siempre ha terminado en el Gulag con el espectáculo bochornoso de seres humanos escuálidos y hambrientos, en medio de la mugre y rodeados de alambrados de púa esperando ejecuciones sumarias, sometidos a todo tipo de ultrajes y vejaciones en el contexto de persecuciones implacables a disidentes, todo concebido y planificado por una cúpula de iluminados, enceguecidos por una soberbia superlativa que viven en la opulencia rodeados de alcahuetes y cortesanos-genuflexos. Y la historieta del “socialismo con rostro humano” constituye una grotesca contradicción en los términos, un imposible que pretende unir dos conceptos mutuamente excluyentes: la libertad y la servidumbre. Esto por más que, paradójicamente y haciendo caso omiso de los indecibles padecimientos a los que sus experimentos conducen una y otra vez, las izquierdas se arrogan el monopolio de los sentimientos de abnegación y magnanimidad, mientras que endosan la mezquindad y la malicia a los espíritus liberales.

De cualquier manera, la sola propuesta de “la felicidad perfecta” que proponen los socialismos hace que muchos incautos se dejen arrastrar por tamaño anzuelo y hacen que trabajen sin cesar para imponer la sociedad socialista. A esto debe agregarse que el cuadro socialista se aprecia en medio de razonamientos sobresimplificados y entrecortados que no hurgan en las consecuencias mediatas de sus políticas.

Por otro lado, el liberalismo o la sociedad abierta exige análisis detenido y propone algo mucho más prosaico y pedestre: trabajar, esforzarse y ahorrar para prosperar en un contexto de comerciantes que, para mejorar sus propios patrimonios, se ven obligados a servir a sus semejantes en un ámbito competitivo donde la contratara de la libertad es la responsabilidad por las acciones que cada uno lleva a cabo. Pongámoslo de esta manera: por un lado, se promete el paraíso terrenal y por otro la inocultable realidad de que dos más dos son cuatro y nadie parece dar la vida por semejante aritmética.

Pero es indispensable mirar el problema desde otro costado. Las faenas cotidianas en defensa de las autonomías individuales, indispensables por parte de cada persona que desea que se la respete, no pueden menospreciarse ni soslayarse. Probablemente no se trata de una “mística” pero no es menor el sostener que se trata nada más y nada menos que de la supervivencia de la condición humana, por lo que sin duda vale la pena esmerarse en trabajar diariamente. Es de esperar que las reacciones en esta dirección se produzcan en grado suficiente para que las personas con autoestima y sentido de dignidad puedan sobrevivir a los embates de un Leviatán cada vez más contundente y avasallador.

Por último, en estas lides debe tenerse en cuenta no solo el peligro intelectual de una doctrina totalitaria que arrasa con las libertades y despoja al ser humano de su esencia, sino que debe estarse prevenido de las trampas que permanentemente tienden los autócratas. En este sentido, ilustro la idea con el comportamiento del bufón del Orinoco que persigue sin piedad a toda manifestación de periodismo independiente en Venezuela. Pero las jugadas arrogantes a veces tienen sus sorpresas: al día siguiente de las elecciones parlamentarias el tirano caribeño del socialismo del siglo xxi después de su acostumbrada incontinencia verbal anunció que daba lugar a cuatro preguntas de periodistas y cuando pensó que todo estaba amañado se le filtró una de Andreina Flores... la pregunta que se hacía toda persona medianamente informada. Este interrogante hizo que el bufón de marras estallara de ira y mostrara más claramente el rostro repugnante de la intolerancia y la cobardía. Aquella corajuda periodista, en medio de reflexiones de alcahuetes y genuflexos como un tal Luis Bilbao (militante disfrazado de periodista) y de las preguntas rastreras y serviles (las otras tres permitidas por el poder) como la del corresponsal ruso, el cubano y la corresponsal de la televisión oficial venezolana, preguntó como era posible que con cantidad de votos similares a la oposición el partido gobernante haya obtenido treinta y siete diputados más que la alianza de partidos democráticos, si acaso éstos no tendrían razón de que las jurisdicciones electorales estaban dibujadas por las autoridades. Solo una muestra más de la mala fe del poder omnímodo y, afortunadamente, todo sucedió en cadena oficial para registro del mundo. Una muestra más de la kleptocracia, que no solo roba a través de confiscaciones de propiedades ajenas sino que roba representantes en la legislatura en una de las tantas fantochadas de las izquierdas en el poder.

¿QUÉ ES LA INFLACIÓN? . RICARDO MANUEL ROJAS

En las últimas décadas, muchos políticos –y economistas que avalan académicamente sus discursos-, se han empeñado en sostener que la inflación es el aumento de los precios. Ello es muy conveniente, pues permite echarle la culpa a alguien más que al propio gobierno por sus nefastas consecuencias (por ejemplo a los comerciantes que “suben” los precios, a los “especuladores”, a las variaciones del comercio internacional, etc.).


Sin embargo, la teoría económica más ortodoxa ha explicado desde siempre que la inflación es el aumento en la cantidad de dinero circulante en relación con los bienes disponibles. El aumento de los precios es una consecuencia de la inflación, al igual que la fiebre es una consecuencia de la infección. Son efectos, no causas; y el único ente capaz de generar inflación es el gobierno, al emitir moneda sin respaldo.

Pensando en esta distorsión del concepto, se me ocurrió consultar el diccionario de la Real Academia Española para ver cómo la define. Esto lo hice con cierto recelo ideológico, basado en el rechazo de que exista una autoridad política del lenguaje.

Ya en el siglo XVIII, los autores morales escoceses explicaban que las mayor parte de las instituciones sociales son el producto de una evolución espontánea que, si bien requiere de la participación humana, no son organizadas o diseñadas por ninguna autoridad o director. Adam Ferguson lo decía con estas palabras: “Las naciones tropiezan con instituciones que ciertamente son el resultado de la acción humana, pero no la ejecución del designio humano”. Es bueno recordar que tanto Ferguson como Adam Smith ubicaban entre estas instituciones que crecían espontáneamente, al derecho, el mercado, la moneda y el lenguaje.

Por eso probablemente el idioma inglés no tiene, como el castellano, una autoridad que se arrogue el monopolio de determinar el significado de las palabras que las personas utilizan. Al igual que en el mercado, existe una “mano invisible” que termina consensuando el significado de los términos entre los distintos diccionarios, sin que medie imposición de autoridad alguna.
Consulté en la página web de la Real Academia Española cuál es el significado de la palabra “inflación” en su acepción económica en la actualidad, y me encontré con esta definición: “Econ. Elevación notable del nivel de precios con efectos desfavorables para la economía de un país”.
Desalentado por esta diferencia entre la acepción “oficial” del término y su significado real, decidí consultar a la vigésima edición del mismo diccionario, del año 1984, y me encontré con que la Real Academia Española definía a la inflación de este modo hace veinte años: “Econ. Exceso de moneda circulante en relación con su cobertura, lo que desencadena un alza general de precios”.

Advertí entonces que los conceptos vienen siendo cambiados por la autoridad del lenguaje, del mismo modo que ocurría con el decálogo de la “animalidad” en la granja o con la neo-lengua de 1984, descriptos por Orwell.

Esta decisión del “dictador de la lengua”, resulta curiosamente operativa para los dictadores de la moneda, del mercado y del derecho, para usar los ejemplos traídos por Ferguson hace más de dos siglos.

El nuevo concepto impuesto arbitrariamente justifica que los gobernantes, como “dictadores monetarios”, sigan emitiendo moneda sin pudor, desligando este proceso de sus consecuencias inflacionarias; permite echarle la culpa del aumento de los precios a los comerciantes y por lo tanto intervenir como “dictador del mercado”, imponiendo “precios sugeridos”, cerrando la exportación de productos, etc., y como “dictador de la ley”, amenazando con la cárcel a quienes no acaten sus regulaciones, como ocurre con la ley de Abastecimiento en Argentina.

El punto de partida de todo ello es torcerle el sentido a las palabras, distorsionar los conceptos, y de ese modo evitar una discusión razonable sobre la realidad.

Pero como decía Francis Bacon, “la realidad, para ser comandada, debe ser obedecida”. Distorsionarla, sólo puede conducir al caos general, incluso para quienes piensan que el engaño es una forma aceptable de gobierno.

La causa de la inflación seguirá siendo el aumento de la emisión monetaria, aunque filólogos y políticos pretendan disponer otra cosa.

RAÚL CASTRO Y EL GÉNIO DE LA LÁMPARA. CARLOS ALBERTO MONTANER

En La Habana cuentan que Raúl Castro se encontró una vieja lámpara perdida en la azotea del Comité Central, la frotó y se le apareció el clásico genio. “Pídeme dos deseos”, le dijo la criatura. “¿No eran tres?” –preguntó Raúl extrañado. “La situación es muy mala –contestó el genio—y hemos reducido la cuota”. “Muy bien –dijo Raúl–, convierte el Hotel Nacional en un edificio de oro. Lo vendo y salimos de todas las deudas”. “No seas idiota, Raúl –le respondió el genio, que tenía muy mal carácter–. Eso es imposible. Yo soy un genio, no un mago”. Y agregó: “¿Cuándo has visto tú que un edificio se transforme en oro? Pídeme el segundo y último deseo”. Raúl suspiró, pensó un rato, y le dijo: “logra que el comunismo cubano sea eficiente y productivo para poder salir de la crisis”. El genio se le quedó mirando y contestó, resignado: “Bueno, ¿dónde está el edificio ése que quieres que te convierta en oro?”.

Raúl Castro está empeñado en que el comunismo cubano sea eficiente y productivo. No comparte el pesimismo del genio del cuento. Sus reformas no están encaminadas a crear libertades políticas y económicas, como esperaban los más ilusos, sino a salvar y relanzar el modelo socialista de economía planificada, dirigido por los sabios y bienintencionados burócratas del Partido, donde predomine la propiedad estatal de los medios de producción, ahora acompañado de cooperativas y de un tenue tejido microempresarial privado, también sujeto a los objetivos generales del Estado y bajo la estricta vigilancia del gobierno para que la acumulación de riquezas no sea excesiva. O sea, el mismo monstruo, pero imperceptiblemente mutado.
Para lograr sus propósitos, Raúl ha puesto en circulación un documento de 32 páginas titulado “Lineamientos de la política económica y social”, que será el foco de las discusiones hasta llegar al VI Congreso del Partido Comunista convocado para abril del 2011. Nada de exámenes políticos de fondo. Nada de cuestionamientos esenciales al sistema dictatorial que mantiene a los cubanos en una creciente miseria desde hace más de medio siglo. La discusión se limita al tema estrictamente económico.

Era previsible. Raúl no es un ideólogo. Ni siquiera se considera un político. Se ve como un gerente, un tipo pragmático, organizado, capaz de armar un equipo de trabajo, asignar responsabilidades, establecer calendarios y hacer cumplir las metas con mano dura. Siempre ha percibido a su hermano como un ser superior, genial, más inteligente que él, pero caótico, arbitrario, torpe en la elección de sus subalternos e incapaz de desarrollar planes a largo plazo. Piensa que sin Fidel no hubiera habido revolución, pero estima, como muchos cubanos, que por culpa de Fidel y de sus arrebatos anarcolocos la revolución es un desastre.

Raúl cree que él puede arreglar ese desastre. Será su gran victoria personal en la secreta competencia que mantiene con su hermano mayor. Durante toda su vida ha sido un segundón, un apéndice a veces humillado del Máximo Líder (a Raúl le llaman, en voz baja, el Mínimo Líder), pero ésta es su oportunidad histórica de ganarle esa batalla íntima y dolorosa y demostrar que él es capaz de triunfar donde el otro fracasó estrepitosamente. Aspira a que el escueto epitafio de la tumba mediática en que seguramente los enterrarán algún día, dirá: “Fidel Castro, que era el más listo y audaz, hizo la revolución comunista. Raúl, que era el más sensato y organizado, la salvó y consiguió perpetuarla tras la muerte de ambos”. Esa será su victoria.

Aunque la reforma es económica, el objetivo de medio y largo plazo es de carácter político. Raúl sabe que el fracaso material del gobierno es de tal magnitud que difícilmente el régimen sobreviva cuando él y Fidel no estén al frente de los cuarteles. Ya casi nadie cree en el sistema porque el sistema, como se le escapó a Fidel, “no funciona”. Para poder transmitir ordenadamente la autoridad dentro de las instituciones del Partido y evitar el derrumbe post mortem, hay que legitimar a la clase dominante aportando comida, vivienda, agua potable, comunicaciones, electricidad, transporte, ropa, salud, educación y un mínimo de diversión.

Hasta ahora han podido sobrevivir gracias a la caridad soviética, primero, y luego a la venezolana, pero Hugo Chávez es un tipo impredecible que puede desaparecer mañana, como ocurrió con la URSS. El sistema comunista cubano tiene que ser autosuficiente, especialmente si se mantiene el propósito de entronizar la dinastía dejando en el poder a Alejandro Castro Espín, coronel de los servicios de inteligencia e hijo y mano derecha de Raúl.

Pero todo es una fantasía. Su reforma del aparato productivo fracasará, como ocurrió con las otras seis anteriores que ha implementado el gobierno a lo largo de más de cincuenta años. Raúl cree que el sistema se salva si las empresas en poder del Estado se vuelven eficientes y rinden beneficios. Las va a operar con criterios comunistas, pero va a juzgar sus resultados con categorías del capitalismo. Eso es un disparate. Quiere que las empresas produzcan cada vez más con cada vez menos, que es la esencia de la productividad capitalista, y por eso en el plazo de dos años va a lanzar al desempleo a un millón trescientas mil personas, una cuarta parte de la fuerza laboral, sin advertir que el pecado original del modelo comunista está, precisamente, en la propiedad estatal de los medios de producción y en la existencia de un poder central planificador manejado por burócratas que toman las decisiones, determinan los precios artificialmente y aplastan la creatividad y el espíritu emprendedor de la sociedad.

Raúl supone que el modelo comunista se basa en ideas correctas hasta ahora mal ejecutadas. Morirá sin entender que las enormes deficiencias del comunismo real son la consecuencia natural de las ideas disparatadas de Marx, Lenin y el resto de los corifeos. Desaparecerá sin comprender el pesimismo del genio de la lámpara.

raulamiel@gmail.com

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