El divisionismo y el escándalo mediático son estrategias maestras del desgobierno al cual estamos textualmente sometidos los venezolanos.
Es casi un patrón crónico y metódico utilizar como táctica divisionista el alboroto neurálgico de la polémica planificada. Es ingenuo pensar que cada acontecimiento grotesco al que estamos expuestos no tenga un plan estratégico con el fin único de diluir nuestra atención.
En estos 11 años de retroceso, los escándalos han sido política de Estado; cada nuevo evento, idea o acción extrema por parte del líder bolivariano nos horroriza de manera espeluznante. Exclamamos a viva voz ¡ahora sí que está tumbao!, ¡el pueblo no tolerará más esto!, ¡los militares se alzarán! ¡Éste es su final!, ¡los norteamericanos no lo permitirán! Estas frases que son íconos de quienes, en teoría, somos opositores del caos revolucionario, son de una inocuidad absoluta. Habría que preguntarse: ¿de qué pueblo hablamos?, pareciera que fuéramos extranjeros y que nuestra visión es de analistas distantes que no se mojan los pies con lo que realmente es nuestro, así que debemos empezar por reformular los cuestionamientos y asumir de una buena vez que pueblo somos todos.
A este desgobierno, no le quita un segundo de sueño el escándalo burdo y putrefacto, más bien lo estimula y lo aprovecha con astucia plena. Insisto una vez más, la gran obra del comandante rojo es que encontró la clave precisa para el manejo de la psique criolla. Los venezolanos somos y seremos de memoria estrecha y corta, nuestro país es una especie de isla de la fantasía donde todo puede ocurrir y olvidarse en un abrir y cerrar de ojos.
La popularidad descendente de este gobierno, no es producto de los eventos grotescos que nos dejan boca abierta, mucho menos tiene que ver con patrones de moralidad que sentimos que nos ofenden, eso en el reino de la doble moral donde todos, en mayor o menor grado, tenemos lazos de complicidad frente a lo que nos está sucediendo, es completamente anodino. Aquí el desenlace final lo dictará únicamente la niña desobediente con quien no puede este régimen, que no es otra que la propia economía.
Mientras discutimos y nos alarmamos con la exhumación de Bolívar, el país está en caída libre acelerada con un aparato productivo casi detenido por las dificultades cambiarias.
Igualmente cuando nos anuncian que estamos próximos a un conflicto armado con Colombia, por supuesto con el empujoncito del imperio yankee, aquí la delincuencia suma cifras exorbitantes.
Un gobierno que tiene tutelado el poder judicial, no tiene nada de qué preocuparse frente a los actos delictivos que cometa, no le inquieta en lo más mínimo los miles de contenedores de alimentos podridos, ni los maletines de dólares, ni la corrupción efervescente. No tiene intención alguna de tapar tales desmanes, primero porque sería una obra de magia nunca antes vista, un acto de semejante magnitud es sencillamente asombroso y segundo porque en el fondo es una genial táctica para que perdamos el foco de lo que realmente nos atañe.
En este instante el llamado es al colectivo, nuestra mirada tiene un solo norte y es lograr una mayoría contundente en la Asamblea Nacional para iniciar el camino hacia la verdadera democracia. No caigamos en el juego de la ilusión, seamos disciplinados esta vez, caminemos firmes hacia nuestro primer objetivo, las elecciones del 26 de septiembre. ¡Atentos todos!
Jonathan Humpierres (Juan Diego)
Cantautor, músico y abogado venezolano
juandiegocd@yahoo.com
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