Marx es la resurrección del Mesías político, que gobierna delirantemente mientras fustiga
Hay restos simbólicos y presencias simbólicas. De los primeros no vale la pena ni hablar. Pero hay una presencia simbólica que poco a poco se ha ido corporizando en el talante gubernamental hasta expresar con toda claridad su carácter y su destino. Marx ha ido tomando posesión de la lógica de la acción política con toda la prestancia que le permite el partir de una confusión primordial respecto de la cual la venezolanidad tiene pocos anticuerpos. El "argumento popular", entendido como la intención manifiesta de empoderar a las clases desposeídas, hacerlas protagonistas de su propio destino y actores principales de una reivindicación histórica, ha funcionado como la catapulta desde donde se ha lanzado de nuevo el viejo socialismo real, con las mismas imposibilidades de siempre para liberar al hombre. El argumento popular solo encubre una intención siniestra, mucho más oscura y perversa, la "manipulación popular" para garantizar la dictadura indefinida.
Más acá de los floridos espacios de las utopías, existe una realidad en donde las imposibilidades operan como restricciones. La promesa de un futuro lleno de igualdad se ensambla haciéndole una ablación radical a cualquier expresión de libertad. De eso se trata el socialismo como vía hacia el comunismo: del destrozo sistemático de todas aquellas instituciones que produzcan opciones a disposición del individuo. La dictadura del proletariado es una encomienda incondicional de todo el poder al líder, que usa toda la violencia de su gobierno contra la sociedad. La propiedad social de los medios de producción es la decisión de arrancarles a los ciudadanos sus derechos de propiedad, hasta convertirlos en siervos del Gobierno a cambio de que no los dejen en la calle o los tiren a la cárcel. La planificación de la producción social es el despojo de cualquier emprendimiento, iniciativa o innovación independiente, el reconocimiento de que es el Gobierno quien tiene la capacidad para ordenar la economía y abastecer sin injusticias las demandas y necesidades de los venezolanos.
"La comuna debe ser el espacio sobre el cual vamos a parir el socialismo" es la consigna con la que el Presidente lanza su plan de comunizar al país. El socialismo es la decisión de transitar hacia el comunismo, independientemente de lo que diga la Constitución. La instauración de gobiernos populares que funcionen como garrotes que destrocen garantías individuales y derechos humanos nos coloca en la caótica circunstancia del tumulto, de las variaciones emocionales de la mezquindad, la envidia o la benevolencia. Nos coloca en la infeliz eventualidad de tener que contar con la frágil ventaja de la retórica fortuita, que algunas veces invocará nuestra salvación, y muchas otras nuestra condena. ¿Eso es lo que quieren los venezolanos? ¿Aspiran a "la propiedad de los medios de producción en manos de la comuna; propiedad social en distintas combinaciones", como lo proclama el Presidente? ¿Desean el trueque y la moneda comunal? ¿Quieren negociar con la comuna el régimen de convivencia de los vecinos y las formas de controlar a las personas? Porque todas esas preguntas tienen una respuesta autoritaria e inconsulta en las leyes comunales que actualmente se discuten en la Asamblea Nacional. Todas ellas significan la instauración del comunismo entre nosotros.
Hay restos simbólicos y presencias simbólicas. De los primeros no vale la pena ni hablar. Pero hay una presencia simbólica que poco a poco se ha ido corporizando en el talante gubernamental hasta expresar con toda claridad su carácter y su destino. Marx ha ido tomando posesión de la lógica de la acción política con toda la prestancia que le permite el partir de una confusión primordial respecto de la cual la venezolanidad tiene pocos anticuerpos. El "argumento popular", entendido como la intención manifiesta de empoderar a las clases desposeídas, hacerlas protagonistas de su propio destino y actores principales de una reivindicación histórica, ha funcionado como la catapulta desde donde se ha lanzado de nuevo el viejo socialismo real, con las mismas imposibilidades de siempre para liberar al hombre. El argumento popular solo encubre una intención siniestra, mucho más oscura y perversa, la "manipulación popular" para garantizar la dictadura indefinida.
Más acá de los floridos espacios de las utopías, existe una realidad en donde las imposibilidades operan como restricciones. La promesa de un futuro lleno de igualdad se ensambla haciéndole una ablación radical a cualquier expresión de libertad. De eso se trata el socialismo como vía hacia el comunismo: del destrozo sistemático de todas aquellas instituciones que produzcan opciones a disposición del individuo. La dictadura del proletariado es una encomienda incondicional de todo el poder al líder, que usa toda la violencia de su gobierno contra la sociedad. La propiedad social de los medios de producción es la decisión de arrancarles a los ciudadanos sus derechos de propiedad, hasta convertirlos en siervos del Gobierno a cambio de que no los dejen en la calle o los tiren a la cárcel. La planificación de la producción social es el despojo de cualquier emprendimiento, iniciativa o innovación independiente, el reconocimiento de que es el Gobierno quien tiene la capacidad para ordenar la economía y abastecer sin injusticias las demandas y necesidades de los venezolanos.
"La comuna debe ser el espacio sobre el cual vamos a parir el socialismo" es la consigna con la que el Presidente lanza su plan de comunizar al país. El socialismo es la decisión de transitar hacia el comunismo, independientemente de lo que diga la Constitución. La instauración de gobiernos populares que funcionen como garrotes que destrocen garantías individuales y derechos humanos nos coloca en la caótica circunstancia del tumulto, de las variaciones emocionales de la mezquindad, la envidia o la benevolencia. Nos coloca en la infeliz eventualidad de tener que contar con la frágil ventaja de la retórica fortuita, que algunas veces invocará nuestra salvación, y muchas otras nuestra condena. ¿Eso es lo que quieren los venezolanos? ¿Aspiran a "la propiedad de los medios de producción en manos de la comuna; propiedad social en distintas combinaciones", como lo proclama el Presidente? ¿Desean el trueque y la moneda comunal? ¿Quieren negociar con la comuna el régimen de convivencia de los vecinos y las formas de controlar a las personas? Porque todas esas preguntas tienen una respuesta autoritaria e inconsulta en las leyes comunales que actualmente se discuten en la Asamblea Nacional. Todas ellas significan la instauración del comunismo entre nosotros.
Pero no la inalcanzable utopía de la igualdad, sino la terrible realidad de una dictadura que nos va a someter al despotismo, la pobreza y la opresión. Así han sido todas y cada una de las experiencias anteriores de comunismo. Así será esta, porque comunismo y represión son sinónimos.
Marx está siendo invocado como el daimon que le resuelve a una sola persona todas sus obsesiones. Es el artilugio con el que se impone un régimen indefinido en todos los sentidos posibles. Indeterminado en el tiempo, impreciso en sus resultados, confuso en sus objetivos sociales y absolutamente ineficaz en el manejo de la complejidad. Marx es una exigencia de reduccionismo radical a tener un solo jefe, un solo patrón y un solo tipo de producto. Marx es la pretensión de abatir la diversidad y la innovación, el emprendimiento y la disidencia. Marx es la resurrección del Mesías político, que gobierna delirantemente mientras fustiga y abate a todos los que lo contrarían. Ese Marx instrumental está en el Panteón Nacional en el arca donde antes reposaban las cenizas del Padre de la Patria. A él es a quien rinden homenaje y pleitesía. Con él es el pacto.
CEDICE@CEDICE.ORG.VE
EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA
Marx está siendo invocado como el daimon que le resuelve a una sola persona todas sus obsesiones. Es el artilugio con el que se impone un régimen indefinido en todos los sentidos posibles. Indeterminado en el tiempo, impreciso en sus resultados, confuso en sus objetivos sociales y absolutamente ineficaz en el manejo de la complejidad. Marx es una exigencia de reduccionismo radical a tener un solo jefe, un solo patrón y un solo tipo de producto. Marx es la pretensión de abatir la diversidad y la innovación, el emprendimiento y la disidencia. Marx es la resurrección del Mesías político, que gobierna delirantemente mientras fustiga y abate a todos los que lo contrarían. Ese Marx instrumental está en el Panteón Nacional en el arca donde antes reposaban las cenizas del Padre de la Patria. A él es a quien rinden homenaje y pleitesía. Con él es el pacto.
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