El intento de sembrar la discordia entre los hombres, de descalificar o intimidar a los ciudadanos es propio de las mentalidades autoritarias, que no comprenden la esencia de la unidad de la nación. Es lamentable que un presidente de la república ignore que las opiniones de la sociedad deben ser refutadas con ideas y argumentos, no con agravios o gestos de intemperancia. El hecho de que un gobernante apele a la agresión verbal para responder a la opinión de la Iglesia resulta penoso, porque lesiona principios esenciales de la convivencia democrática. En el caso específico del cardenal Jorge Urosa Savino, la actitud presidencial resulta particularmente incomprensible, porque se trata de un ordenado de la Iglesia católica que se caracteriza por el equilibrio y la racionalidad de sus juicios. Ello comporta la defensa y promoción de los derechos humanos, exige un reconocimiento de la dimensión religiosa del hombre. Esto es el derecho a la libertad de conciencia y a la libertad religiosa, cuyo reconocimiento efectivo está entre los bienes más altos y los derechos más graves de todo pueblo.
Todas las organizaciones religiosas son parte de la nación y es inaceptable la pretensión de que sus pastores se vean o se sientan segregados de la comunidad a la que pertenecen. El espíritu religioso está unido al sentimiento general de la nación venezolana por lazos indestructibles. Las religiones, especialmente la Iglesia católica, con su largo enraizamiento en la cultura venezolana, siempre han tenido participación en la defensa de los grandes valores que dan sentido a la vida de la persona humana, por eso ante lo que está aconteciendo en nuestro país no puede quedar indiferente y silenciosa la Iglesia. No es signo de sana laicidad negar a la comunidad cristiana, y a quienes la representan el derecho de pronunciarse.
La historia en sí misma nos da a conocer las persecuciones sufridas por la Iglesia católica y por la religión en general. En los últimos tiempos hay que hacer mención a las persecuciones religiosas en el siglo XX en la Alemania nazi, España, China, los países de la órbita soviética, Cuba y Republica Dominicana, entre otros. Se debe recordar las 144 declaraciones de obispos alemanes contra el nazismo, entre otras, la declaración de Fulda de 1935. En el campo de concentración de Dachau había 3644 obispos y sacerdotes presos. En 1942 Martin Borman en una circular secreta decía: “Las concepciones nacionalsocialista y cristiana son incompatibles. Y, señalaba la Iglesia católica, como la evangélica, y toda estructura que debilitara el influjo del Führer deben ser “eliminadas”. El argumento de los nazis era que la Iglesia “se metía en política”. Razones parecidas sostuvo un laicismo político beligerante que mató a muchos católicos, una ideología que excluye todo lo religioso de la vida pública, que elimina todo signo religioso. Y, es eso, que los ismos son malos, como el clericalismo o el militarismo, y que una cosa es el laicismo político (incompatible con la libertad religiosa) y otra, la laicidad del Estado donde hay un mutuo respeto entre el Estado y la Iglesia.
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