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jueves, 18 de marzo de 2010

INFLACIÓN “PROGRE”. ALBERTO MEDINA MÉNDEZ, CASO ARGENTINA, CONGO Y VENEZUELA

Argentina ya es parte integrante del patético podio de los países con mayor inflación del globo. Solo es superada por Venezuela y el Congo. Con ese dato no podemos menos que preocuparnos, ya no por el ranking, sino por lo que significa como sociedad.

No existe un impuesto más perverso, cruel y regresivo que el que produce el aumento indiscriminado y generalizado de precios en una economía. Se trata del gravamen que castiga con más virulencia a los que menos tienen. Sin duda alguna, se trata del más expoliador e inmoral de los impuestos.

Y es paradójico que sean los autodenominados gobiernos “progre”, los que torturen con tanta rudeza a esos ciudadanos a quienes dicen defender y proteger. Tal vez no sea tan sorprendente. Casi toda la estructura impositiva vigente en el planeta se ajusta a este modelo que ha elegido esquilmar contribuyentes, logrando que se transfieran recursos desde los sectores más débiles a los de mayor poder adquisitivo. Es la matriz perfecta para profundizar brechas y fortalecer a la pobreza que dicen querer erradicar.

Es un clásico. No debiera llamar tanto la atención. Lo hacen con demasiada frecuencia, las mas de las veces sin entenderlo, sin siquiera proponérselo como una meta. Es que su negación a comprender las reglas de juego que rigen el intercambio voluntario entre individuos, hace que prefieran ignorar las permanentes señales que reciben.

Así, recorren el camino ya conocido de “matar al cartero”, convirtiéndolo en un eslabón más de esa cadena que explica lo que nos pasa como comunidad. Quieren destruir el termómetro, porque no les gusta lo que les muestra. Prefieren sus propias lecturas, aunque para ello deban tergiversar lo que sucede. Y allí empieza aquella historia tradicional de buscar culpables, responsables, en ese obsesivo recorrido paranoico.

Aparecerán como los naturales conspiradores, esos que ellos suponen que tienen la capacidad para inocular inflación como si fuera un germen. La descripción predilecta de los “progre” dirá que penamos de estos males por obra y gracia de los especuladores de siempre, la decadente burguesía local, la oligarquía terrateniente vacuna, los intereses transnacionales, los traidores a la patria, los enemigos de la Nación, los concentrados capitales foráneos, los despiadados empresarios, los acaparadores consuetudinarios, los avariciosos del mercantilismo y los capitalistas salvajes.

Por momentos, diera la sensación de que esos personajes de caricatura fueran exclusivamente residentes locales y tuviéramos el extraño privilegio de haber logrado el monopolio de la maldad en nuestra nación. Es como que todos los perversos del mundo decidieron habitar nuestro suelo para complotarse contra este “gobierno de avanzada”.

Esa historieta es insostenible. Si esos “villanos” estuvieran proporcionalmente dispersos por el planeta, al menos la inflación sería un fenómeno universal, pero no lo es en los términos que conocemos. Lo concreto es que somos uno de los países que conforman ese triste terceto que lidera el doloroso ranking global.

Teorías que no resisten análisis serio alguno. Solo panfleto, retórica superficial, slogans y lugares comunes con bastante olor a naftalina. No quieren asumir lo evidente, eso que surge de sus propias acciones, de sus decisiones mas instintivas y retrógradas.

No es muy difícil verificar la directa correlación que vincula a la emisión monetaria con los índices de inflación. Son dos líneas que van casi en paralelo. La decisión de emitir sigue siendo monopolio estatal, patrimonio exclusivo de los caprichos gubernamentales. Lo hacen a veces para regular el mercado de divisas y otras simplemente para financiar lo que les falta para cubrir ese déficit que su despilfarro irresponsable ha provocado.

Solo quien vive de un salario nominal estático, rígido puede entender lo que se pierde en calidad de vida, en poder adquisitivo, en esperanzas y sueños, cuando los precios suben y los ingresos se estancan. Solo un necio puede subestimar o minimizar lo que sufre alguien que no tiene capacidad de respuesta para ajustar sus ingresos, porque “un iluminado” decidió discrecionalmente que lo ayudaría emitiendo moneda espuria.

Luego pretenden compensar con ridículos aumentos nominales, disfrazados de conquistas sociales y logros gubernamentales que no cubren aquella inflación real que ya se devoró las remuneraciones y que hace retroceder día a día a las más genuinas pretensiones de una sociedad, logrando que estas estén cada vez mas acotadas.

Los ricos, los que más tienen, siempre poseen variantes, alternativas, salidas. Viven de lo que producen, de lo que comercializan, y allí siempre tienen a mano alguna herramienta para ajustar, al menos parcialmente, sus ingresos, contrarrestando, el desbastador efecto de la inmoral inflación con la que nos vapulean a diario.

Quienes se dicen defensores de la sociedad, ufanándose de pertenece a ese grupo de gente con ideas de avanzada, verdaderos progresistas, no son más que un puñado de improvisados, solo personajes que siguen viviendo en un cuento de hadas. Piensan que pueden alterar la ley de gravedad tan solo con su voluntarismo infantil. Hay malas noticias para ellos, pero también para nosotros.

En esta tenaz actitud de resistirse a las naturales leyes que permiten la armoniosa convivencia de los seres humanos, seguiremos pasando por estos tsunamis. Mientras crean que pueden manipularlo todo y que la inflación los sostendrá en sus finanzas, que pueden emitir lo que sea sin consecuencias, tendrán que apelar a mucho más que maquillajes en los indicadores. La gente percibe, de todos modos, eso que aspiran a ocultar. No hay más que caminar por las calles y encontrarse con el fenómeno a diario.

Pueden seguir remando contra la corriente, solo encontrarán más de su misma medicina. Ellos siguen preparando ese coctail que estallará en sus propias manos, pese a las múltiples advertencias que reciben desde muchos sectores. Es que los populistas, siguen pensando que pertenecen a una privilegiada casta de “iluminados” que pueden gobernar las leyes naturales, que podrán distorsionar todo, sin que nadie lo note y sin que los mecanismos naturales de equilibrio se les vuelvan en su contra.

Mientras tanto, estos personajes que nos gobiernan, y muchos de los que dicen estar en la otra vereda, pero que piensan parecido, nos harán padecer las consecuencias de sus equivocadas estrategias, apoyándose en aquella patética creencia que dice que “un poco de inflación no es malo”, como si se trata de un medicamento inocuo. Es simple, solo se trata de veneno, de lo peor, uno que siempre destruye todo a su paso.

Padecemos de una de las más dolorosas enfermedades. Vivimos con inflación. Peor habrá que entender que es la natural consecuencia de un Estado obsceno en su tamaño, que malgasta sin sonrojarse y que sigue creciendo irresponsablemente, de la mano de una dirigencia política que ha elegido creer que emitir moneda es inofensivo.

Alberto Medina Méndez
amedinamendez@gmail.com
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