*FERNANDO LONDOÑO ESCRIBIÓ EN EL PAIS.COM: "LAS DOS COLOMBIAS”
14 de mayo de 2008
Llegaremos muy pronto al centenario de un escrito memorable de José Ortega y Gasset, que bautizó 'Vieja y Nueva Política'. Lo que proponía en él era la crisis interior de su patria, fundada en la distancia irreparable que notaba entre la España oficial y la España vital. Aquella era la que se expresaba en una política anticuada, parlamentos sin compromiso íntimo con la Nación, periodismo de formas anacrónicas e intereses superficiales. La otra, la honrada, honda, auténtica España, ni se sentía representada ni ligada con el andamiaje de las apariencias caducas.
Qué coincidencia fantástica con los problemas que afrontamos. La Colombia verdadera es la que acompaña al presidente Uribe, porque agradece la paz que le permite acariciar los proyectos más ambiciosos, aprecia el heroísmo de sus Fuerzas Militares, tiene en cada hogar el testimonio de las oportunidades que nacen con el crecimiento de la economía, aplaude las ejecutorias logradas en educación, salud, seguridad social y obras públicas y entiende como patrimonio irrenunciable que el secreto del éxito está en la libertad de conciencia, de expresión y de empresa. Esa Colombia es la del 83% de favorabilidad del Presidente, es decir, la que no quiere renunciar al presente para regresar a su pasado oscuro.
Pero hay una Colombia oficial, rastro de la que fue derrotada en las urnas. La que se atrinchera en las posiciones de la vieja política y quiere volver por sus fueros. La viuda de un poder que perdió y de un prestigio que jamás reconquistará. Es la Colombia asociada a la demagogia del vecindario, más audaz mientras peor le va. La aliada de Castro y de Chávez, de Daniel Ortega y Rafael Correa, de Evo Morales y de la señora Kirchner. Para decirlo rápido, es la quinta columna del Foro de Sao Paulo, que no supera las 'saudades' del poder perdido.
Entre esas dos realidades opuestas hay una pugna irreparable. En este choque de poderes, la Colombia oficial viene representada por el Polo Democrático y su aliado, lo que resta del Partido Liberal. Y, por supuesto, por los que obran a nombre o en conexión con esos partidos, con ciertas ONG, con la masonería y con las Farc.
Sólo cuando se entienda la disputa en sus términos reales y cuando se practique el derecho a la crítica sobre ciertos actos oficiales, provengan de donde provengan, se entenderá por qué está preso casi medio Congreso sin razón ni justicia. Por qué esa feroz acometida contra las Fuerzas Militares. Por qué se convierten delincuentes confesos en héroes nacionales. Por qué cierta gran prensa se solaza con los ataques que nos lanzan desde el Foro de Sao Paulo.
Las cosas son así y no como uno las quisiera. El que insista en examinar los últimos acontecimientos, sin penetrar en su trasfondo político, está pecando de ingenuo. Esta es una lucha a muerte entre la Colombia oficial, hace rato destituida por el pueblo, y la Colombia vital, joven y ambiciosa de grandes hazañas. Estamos como atónitos, perdidos en un panorama que sospechamos, pero no dominamos, navegando sin brújula, sin unidad y sin medios de acción ni de respuesta. Es hora de que aparezcan los grandes liderazgos y de que se asuman los compromisos sagrados con la Patria y su destino. Si un pequeño grupo de exiliados del poder gana la partida, las inmensas mayorías merecen su suerte. ¿Lo entenderemos a tiempo?
14 de mayo de 2008
Llegaremos muy pronto al centenario de un escrito memorable de José Ortega y Gasset, que bautizó 'Vieja y Nueva Política'. Lo que proponía en él era la crisis interior de su patria, fundada en la distancia irreparable que notaba entre la España oficial y la España vital. Aquella era la que se expresaba en una política anticuada, parlamentos sin compromiso íntimo con la Nación, periodismo de formas anacrónicas e intereses superficiales. La otra, la honrada, honda, auténtica España, ni se sentía representada ni ligada con el andamiaje de las apariencias caducas.
Qué coincidencia fantástica con los problemas que afrontamos. La Colombia verdadera es la que acompaña al presidente Uribe, porque agradece la paz que le permite acariciar los proyectos más ambiciosos, aprecia el heroísmo de sus Fuerzas Militares, tiene en cada hogar el testimonio de las oportunidades que nacen con el crecimiento de la economía, aplaude las ejecutorias logradas en educación, salud, seguridad social y obras públicas y entiende como patrimonio irrenunciable que el secreto del éxito está en la libertad de conciencia, de expresión y de empresa. Esa Colombia es la del 83% de favorabilidad del Presidente, es decir, la que no quiere renunciar al presente para regresar a su pasado oscuro.
Pero hay una Colombia oficial, rastro de la que fue derrotada en las urnas. La que se atrinchera en las posiciones de la vieja política y quiere volver por sus fueros. La viuda de un poder que perdió y de un prestigio que jamás reconquistará. Es la Colombia asociada a la demagogia del vecindario, más audaz mientras peor le va. La aliada de Castro y de Chávez, de Daniel Ortega y Rafael Correa, de Evo Morales y de la señora Kirchner. Para decirlo rápido, es la quinta columna del Foro de Sao Paulo, que no supera las 'saudades' del poder perdido.
Entre esas dos realidades opuestas hay una pugna irreparable. En este choque de poderes, la Colombia oficial viene representada por el Polo Democrático y su aliado, lo que resta del Partido Liberal. Y, por supuesto, por los que obran a nombre o en conexión con esos partidos, con ciertas ONG, con la masonería y con las Farc.
Sólo cuando se entienda la disputa en sus términos reales y cuando se practique el derecho a la crítica sobre ciertos actos oficiales, provengan de donde provengan, se entenderá por qué está preso casi medio Congreso sin razón ni justicia. Por qué esa feroz acometida contra las Fuerzas Militares. Por qué se convierten delincuentes confesos en héroes nacionales. Por qué cierta gran prensa se solaza con los ataques que nos lanzan desde el Foro de Sao Paulo.
Las cosas son así y no como uno las quisiera. El que insista en examinar los últimos acontecimientos, sin penetrar en su trasfondo político, está pecando de ingenuo. Esta es una lucha a muerte entre la Colombia oficial, hace rato destituida por el pueblo, y la Colombia vital, joven y ambiciosa de grandes hazañas. Estamos como atónitos, perdidos en un panorama que sospechamos, pero no dominamos, navegando sin brújula, sin unidad y sin medios de acción ni de respuesta. Es hora de que aparezcan los grandes liderazgos y de que se asuman los compromisos sagrados con la Patria y su destino. Si un pequeño grupo de exiliados del poder gana la partida, las inmensas mayorías merecen su suerte. ¿Lo entenderemos a tiempo?
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