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martes, 3 de diciembre de 2013

GABRIEL S. BORAGINA, EL PODER ADQUISITIVO DEL DINERO

Todavía sigue siendo popular un muy antiguo error de muchos economistas que creen que la inflación es el aumento generalizado de los precios. Y, en consecuencia, también es mayoría la gente que repite en forma inconsciente el mismo error. Sin embargo, la inflación no es eso, sino que se trata de un fenómeno monetario, uno de cuyos efectos es la disminución del poder adquisitivo del dinero.
Murray N. Rothbard explica en forma sencilla en qué consiste el poder adquisitivo del dinero:
"Cuando rige el sistema de trueque, si el precio de una docena de huevos es de un kilogramo de manteca, el poder adquisitivo de una docena de huevos será, inter alía, de un kilogramo de manteca. El poder adquisitivo de una docena de huevos será también una décima parte de un sombrero, etcétera. A la inversa, el poder adquisitivo de la manteca equivale a su precio en términos de huevos; en este caso, el poder adquisitivo de medio kilogramo de manteca es media docena de huevos. Después de la aparición del dinero, el poder adquisitivo de una docena de huevos es igual a su precio monetario, que en nuestro ejemplo es un dólar. El poder adquisitivo de medio kilogramo de manteca será cincuenta centavos de dólar, el de un sombrero diez dólares, etcétera."[1]
Inmersos desde antaño y en nuestros días en una economía monetaria, la gente está acostumbrada a medir el poder adquisitivo de su dinero en términos monetarios y no en términos de trueque, pero, en última instancia, los que se intercambian son unos bienes por otros.  Los bienes económicos (y recordemos que el dinero también es un bien económico) poseen todos poder adquisitivo entre sí.
El poder adquisitivo del dinero es lo que le confiere su valor y viceversa:
"El valor del bien económico utilizado como dinero está sujeto a las mismas consideraciones que otras mercancías. Los individuos le otorgan un valor porque resulta útil; les permite, en un futuro próximo o lejano, adquirir otros bienes. Le dan valor porque goza de poder adquisitivo, y goza de este poder adquisitivo porque la gente le da valor.
Éste es un razonamiento tortuoso, a menos que reconozcamos el orden correcto del proceso de valoración. El valor de cambio del dinero es una función de las valoraciones subjetivas de la gente; éstas se ven influidas por su recuerdo del poder adquisitivo del pasado el que, a su vez, puede ser rastreado hasta el valor de uso del bien monetario. Sin conocer el origen de su valor de cambio, pero recordando claramente el poder adquisitivo que poseía ayer, la gente le otorga valor al dinero, según sus escalas de valor. Pueden aumentar sus tenencias de efectivo si el dinero en efectivo es más valioso que los bienes económicos ofrecidos a cambio, o pueden reducirlas si los bienes disponibles para intercambio son más valiosos. Los cambios del valor individual afectan a los cambios del poder adquisitivo."[2]
El poder adquisitivo del dinero dependerá entonces de factores subjetivos (la valoración que le otorgan los consumidores a la moneda) pero también estará relacionado con otras condiciones, que son de orden objetivo, dadas estas por la cantidad de circulante que exista en la economía, lo que, a su turno, afectará los precios y estos, nuevamente, -en un efecto de feedback- las valoraciones que la gente haga de su dinero.
La inflación disminuye el poder adquisitivo del dinero, y puede llegar a suprimirlo por completo, como cuando se producen situaciones de hiperinflación.
La inflación es un indicador clave a la hora de medir el llamado "crecimiento económico" (famoso) de un país o de una región. Por ejemplo, si se dice que la tasa de "crecimiento de la economía" de un país "X" es del 8 % anual, pero la inflación existente en ese mismo país es del 20 % o 25 % en idéntico periodo, se visualiza claramente que el dato es engañoso, dado que lo que realmente está ocurriendo allí es la existencia de un "crecimiento" negativo (en el caso del -12 % o -17 % anual respectivamente). Ello, sin considerar otras variables para "medir" la supuesta tasa de "crecimiento de la economía", y atento que, el poder adquisitivo de los bienes que componen el índice de "crecimiento de la economía" es igual a su precio monetario, (que será la moneda vigente en cada país, como explica Murray N. Rothbard en el párrafo citado más arriba), se advierte con claridad que la inflación, al disminuir ese poder adquisitivo, impide hablar (en esa misma medida) de "crecimiento económico" de ninguna índole, sino de su inverso.
El sistema de banca central (en EEUU Sistema de la Reserva Federal) ha tenido mucho que ver con el problema que estamos comentando:
"Después de setenta años de manipuleo monetario, es evidente que el nuevo sistema es más deficiente que cualquier otro de la historia. Ha dado lugar a una inestabilidad sin precedentes, ha reducido el poder adquisitivo del dólar estadounidense a unos pocos centavos de su antiguo valor. Ha creado inflación, que enriquece a algunos y empobrece a otros, generando de esta manera conflictos y luchas sociales. Se trata de una enfermedad que no es ni accidental ni el resultado de fallas o malicia individuales. Es el producto final de ciertas ideas económicas que guiaron a los legisladores que diseñaron el sistema, y de las autoridades monetarias que lo dirigen."[3]
Exactamente lo mismo puede decirse de todos aquellos países en donde existe un sistema de banca central o de banca estatal (al fin de cuentas la misma cosa).
En suma, las políticas estatales siempre producen pobreza y miseria generalizada, tal como se lo viene observando desde los comienzos mismos del intervencionismo y en particular en Latinoamérica.

[1] Murray N. Rothbard, "La teoría austriaca del dinero", Revista Libertas Nº 13 (Octubre 1990) Instituto Universitario ESEADE, pág. 2-3.
[2] Hans F. Sennholz. "Moneda y libertad". Revista Libertas IV: 7 (Octubre 1987) Instituto Universitario ESEADE, pág. 10.
[3] Sennholz, H. "Moneda....", op. Cit. Pág. 16.

Gabriel S. Boragina
gabriel.boragina@gmail.com

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sábado, 12 de octubre de 2013

RAFAEL LUCIANI, JESUS Y EL PODER DEL DINERO

¿Hemos, pues, invertido para construir una vida con calidad divina o una trivial?

En la época de Jesús había grupos que centraban su vida en torno al dinero, como los círculos herodianos, los terratenientes de Séforis y Tiberíades, y las familias sacerdotales de Jerusalén. Ellos representaban tres grandes poderes: el político, el comercial y el religioso. Estos grupos no solían tratarse, sólo se unían para lograr acuerdos que los beneficiaran sobre la base de un audaz sistema financiero que hacía uso de la moneda romana.

Las monedas eran acuñadas con la imagen de Tiberio para recordar que él era el único Señor capaz de dar vida y distribuir bienes. El control político romano era absoluto y fomentaba prácticas colaboracionistas. De ahí el reclamo de Jesús: «al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». No se trata de darle a cada uno su parte, como a muchos les gustaría. Mientras Dios tiene hijos y les ofrece una vida libre para que disfruten de los bienes de la tierra, el César produce súbditos esclavizando la vida y haciendo uso de los bienes para manipular las conciencias (Mt 4,9).

Las autoridades religiosas y políticas ya no pensaban en los pobres, sino en el propio bien, y lo hacían en nombre de Dios (Amós 8,4-7). Jesús no tardó en responder: se debe servir a «Dios» y nunca al «César» (Mt 22,21) ni al «dinero» (Mt 6,24). La religión no puede ser un comercio «sagrado» (Jn 2,14-16), ni la política una forma de idolatría religiosa. Cuando el dinero se convierte en ídolo (Mc 10,24) es usado como fuente de control, poniendo en riesgo todo aquello que nos hace ser sujetos: la libertad, la confianza, la solidaridad y la gratuidad.

El dinero tiene sentido cuando se usa en función de construir ese nuevo estado de cosas y relaciones que Jesús llama el Reino; si genera proyectos trascendentes que no sólo ofrezcan una mejor calidad de vida, sino una plenaen bondad y solidaridad fraternas. Algo que tanto la política como la religión suelen olvidar. El dinero deshumaniza si se usa para sobornar (Mt 28,12), si absorbe todo nuestro tiempo (Lc 14,18), al obsesionarnos por él (Lc 12,20), si sustituye las relaciones personales (Jn 2,16), cuando esperamos retribución (Mt 6,2). ¿Hemos, pues, invertido para construir una vida con calidad divina o una trivial? (Lc 16,1-13).

¿Qué hacer? Un primer ejemplo lo da un samaritano. Usó sus bienes movido por la compasión fraterna (Lc 10,31-37). Otro ejemplo lo da una viuda: no dio lo que le sobraba, los excedentes, sino lo que necesitaba: vivía solidariamente (Mc 12,41-44).

Si queremos humanizar nuestras vidas, debemos comenzar por sentir compasión ante el abandono en el que se encuentran los pobres y afligidos, y ser solidarios con las víctimas, incluso apostando nuestros propios bienes. 

La indolencia hace que quienes tienen dinero y poder para hacer algo mejor de este mundo, pasen por la vida como el rico que no tuvo compasión (Lc 16,19-25) e hizo del dinero un fin en sí mismo (Mt 6,19-21).