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lunes, 15 de junio de 2015

IVÁN JOSÉ SALAZAR ZAÍD, EL NAUFRAGIO DE LA “ANA CECILIA” (PARTE 1), HACIENDO HISTORIA.

El malecón de la ciudad de Maracaibo, construido durante la administración de Jesús Núñez Tébar se constituyó en aquel entonces en el punto de entrada y salida de varias decenas de piraguas y en ocasiones algunos que otros cayucos y canoas. Fueron estas naves las primeras embarcaciones de cabotaje que operaron en el Lago de Maracaibo. Las piraguas de principios de siglo XX que fueron adornando con sus velas las riberas del lago eran de varios tamaños, construidas casi siempre de madera y pintadas de blanco. Por sus características presentaban algunos detalles que permitían diferenciarlas de otras embarcaciones: El casco lo conformaba una gran bodega donde se almacenaba la carga, tenían una punta delantera llamada bauprés y dos palos altos sobre los que se elevaban las velas ubicados en la cubierta (Nosotros, 1989: p.p. 22-24).

Las primeras piraguas navegaban gracia a la acción del viento. Las velas delantera, central y posterior recibían el nombre respectivamente de foque, trinquete y vela mayor. Ellas atrapaban el viento que les permitiría el ondulante movimiento para navegar con firmeza durante sus travesías, gracias a un conjunto de jarcias (cuerdas) y palos (Nosotros, ídem).
Entre las cuerdas que sostenían los mástiles de la piragua, estaban ubicados dos faros de forma triangular, construidos de madera y alimentados por una bombona que hacían el papel de luz de babor y luz de estribor. Su función era la de indicar entre unas y otra piraguas las direcciones que seguían en la oscuridad de las misteriosas noches del lago de aquellos tiempos (ídem).
Con el transcurrir de los años, nuevas embarcaciones hicieron desaparecer muchas de aquellas que lucían en las aguas del lago sus altivas velas blancas. Modernas naves las vinieron a sustituir, compuestas de rápidos motores, con más espacio utilizable en cubierta lo que les permitía colocar una especie de toldillas construidas de madera y forradas de lona pintada que protegían del inclemente sol zuliano a los pasajeros y tripulantes.
Las piraguas en sus afanosos viajes tocaban puerto en los pequeños pueblos de las costas sureñas del lago: Bobures, la Ceiba, La Dificultad y Santa Bárbara; los de la costa sureste: Moporo, Tomoporo y San Timoteo; los de la costa oriental como: Los Puertos de Altagracia, Santa Rita y Cabimas. En ellos se veían salir cantidades de piraguas cargadas con un sin fin de mercadería y pasajeros. Algunas hacían travesías a través de los navegables ríos como el Escalante y el Zulia para tocar puertos fluviales como Encontrados.
Cada piragua contaba con una tripulación compuesta de cómo mínimo cuatro personas: el capitán, el bodeguero, el “cayuquero” y el maestro.  El capitán generalmente era a su vez el dueño de la embarcación. Se encargaba de dirigir toda la actividad de navegación y de negociar el transporte de la mercancía. El bodeguero se ocupaba de distribuir convenientemente la carga que el “cayuquero” traía desde el puerto en el vientre de la nave. El maestro era el cocinero, encargado de preparar los alimentos que se ofrecían a los pasajeros durante el viaje que en ocasiones llegaba a durar más de un día (ídem).
Fueron muchas piraguas lacustres las protagonistas de algunos hechos que dejaron huella en la historia de las actividades que estas embarcaciones desarrollaban en el lago. Entre los más relevantes se encuentran el caso del incendio de “La Diáfana” y el naufragio de la “Ana Cecilia” (tema de nuestro estudio) que ha sido la peor tragedia suscitada en el lago, donde ha fallecido hasta el presente la mayor cantidad de personas.
Al momento de la tragedia (65 años atrás), trasladarse hacia la costa oriental del Lago de Maracaibo era como hacer un viaje especial porque estos se realizaban por medio de transporte lacustre  que navegaba  partiendo desde Maracaibo, ubicado en la costa oeste, para luego atravesar el lago, utilizando usualmente una ruta que iba bordeando prácticamente la costa oriental. Por eso las rutas a seguir se cubrían en mayor tiempo que en el presente.
En esos tiempos ni siquiera se tenía pensado la construcción de un puente sobre el lago que permitiera unir las dos costas. Apenas si se estaba iniciando la construcción de carreteras. Por eso cualquier viaje que partía desde Maracaibo haciendo escala en las poblaciones y puertos de Cabimas, Lagunillas, San Timoteo, San Lorenzo, Tomoporo, La Ceiba, Gibraltar y Bobures, era siempre acompañado de efusivas despedidas por parte de los familiares y amigos que se congregaban en el antiguo muelle de “La Ciega”, para  ver partir a sus seres más queridos, y entre brazos elevados, ondeándolos a manera de saludo, observaban como desaparecían en el horizonte cubierto de la oscuridad de la noche y al vaivén de las olas, las luces que iluminaban a las piraguas con rumbo a los lugares ya señalados.
Quienes frecuentaban este tipo de transporte lacustre eran en su mayoría personas que residían en Maracaibo, pero que su sitio de trabajo se encontraba en la costa oriental del lago. Por ello se trasladaban hacia la otra banda del lago los días domingos por la noche, a cumplir con sus labores cotidianas y regresaban a sus hogares los días viernes por las noches o sábados por la mañana. Desde la seis de la tarde se encontraba en el puerto de cabotaje de Maracaibo la “Ana Cecilia” esperando a sus pasajeros para transportar a algunos de ellos hacia la población de Cabimas y de allí partía con el resto de pasajeros que en su mayoría eran obreros hacía otros poblaciones o campamentos petroleros donde se incorporarían al día siguiente a sus labores cotidianas.
Esta piragua era sumamente popular y bastante conocida por los obreros que la frecuentaban. Ellos ya estaban acostumbrados a sus instalaciones puesto que era su usual transporte desde la otra banda del Lago hacia Maracaibo y viceversa. A la hora de partir, en su interior se podía observar un hervidero humano, unos llevaban sacos, otros bolsas con mercancía. La mayor parte cargaba con pequeños bultos con ropa y otras pertenencias personales. Era costumbre del Capitán atracar en el muelle a eso de las 6 de la tarde. Esperaba a los pasajeros hasta la 10 pm, hora de salida con rumbo a la costa este del lago, transportando diariamente la valiosa carga compuesta de 112 pasajeros que era lo que le permitía su capacidad (Barrientos, 1992: p. 18).
Las expectativas sobre la tragedia que originó el naufragio de la motonave “Ana Cecilia” eran muchas.  Quienes lloraban por la desgracia de sus seres queridos ponían toda la responsabilidad de lo sucedido sobre los hombros de las autoridades marítimas y del Capitán de la nave. Muy pocos culpaban del naufragio al mal tiempo que estuvo acompañado de un recio oleaje, y un chubasco precedido de un fuerte viento lacustre. Cuando el pueblo se enteró del hecho, se empezó a observar a una gran multitud que iba y venía a los muelles, angustiada y ansiosa, con el rostro empapado de lágrimas y marcado por el desespero, en espera de nuevas noticias sobre los desaparecidos, los cadáveres de algunas víctimas o de supervivientes. El ambiente se notaba abrumado y lleno de una natural excitación que iba invadiendo rápidamente a las personas que tenían como pasajeros a: esposos, padres, hermanos, etc., al ver que no recibían ningún tipo de noticias sobre su paradero.
El sentimiento público esperaba que los tribunales a quienes competía la investigación de lo ocurrido y el establecimiento de  responsabilidades dictaran su veredicto, esperaban ver también las medidas y disposiciones que tomasen las autoridades para salvaguardar la vida de futuros pasajeros, pero que fueran disposiciones que fuesen acatadas y que perduraran evitando de esa manera que tuviesen una breve duración y que no quedaran engavetadas para que el tiempo con su manto del olvido no cubriera la terrible tragedia de la “Ana Cecilia”.
Si comparamos el pasado con el presente en relación a esta tragedia, podemos observar que no ha habido cambios en cuanto a las medidas de prevención de accidentes de este tipo o similares. Estas aparecen con la tragedia, se mantienen vigentes por unos días mientras este tensa la vena de la sensibilidad, pero con el transcurrir del tiempo se vuelve a lo mismo, a lo de antes, a lo de siempre, a la indolencia que se mantiene hasta que se presente otra desgracia que enlute a muchas familias y al pueblo zuliano.                                                                                                                                                                                                                                 
Datos específicos sobre el naufragio

Tipo de nave siniestrada: motonave o barco motor (Piragua a motor).

Nombre del Capitán: Arturo Soto.

Lugar de la tragedia: Lago de Maracaibo, (entre el sector de “La Arreaga” y la población de San Francisco), Estado Zulia, Venezuela.

Día del naufragio: domingo, 8 de agosto de 1937.

Iván José Salazar Zaíd
ivasalza48@hotmail.com

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domingo, 6 de noviembre de 2011

MANUEL MALAVER : LAS PRIMARIAS COMO ANTESALA AL FIN DEL CHAVISMO

Hubo un tiempo (años 2001-2003), cuando la oposición venezolana fue saludada en el exterior “como la mejor oposición del mundo”. Y otro, (2004-2006), cuando pudo ser etiquetada “como la peor”.
Diferencia que, en el primer caso, fue marcada por una creciente, cuantiosa e inagotable movilización de calle, y en el segundo, por un regreso a la tranquilidad familiar que permitió que se perdiera todo lo que había ganado, y que Chávez recobrara todo lo que había perdido.
La movilización de los “años dorados”, en efecto, no se acompañó con las políticas democráticas que prepararan la derrota de la autocracia en las presidenciales del 2006, sino que más bien, fue fragmentada en brotes y estallidos que, al desafiar a Chávez en el terreno en que mejor podía y sabía defenderse, la violencia, tenían que conducir a la derrota.
Inscribo el “11 de Abril” y “el Paro Petrolero” del 2002, así como el “Referendo Revocatorio del 2004, y el llamado a “la abstención en las parlamentarias de finales del 2005”, en estas impaciencias que, milagrosamente, no significaron que el chavismo se entronizara en el poder en una duración monstruosa tipo Corea del Norte o la Cuba de los hermanos Castro.
Entretanto, Chávez y los suyos, aprovechaban el tiempo de la “indignación” oposicionista para recuperar entre los más pobres los puntos que había perdido durante los años en que, incluso, salió momentáneamente del poder, y con agresivas políticas sociales que una veces llamó “misiones”, y otras “simples traslados de recursos líquidos a los sectores más vulnerables de la población”, volvió a recuperar los porcentajes de popularidad que tuvo cuando comenzó su mandato (un 70 por ciento).
Pero las peores consecuencias de los errores de los demócratas, no se vieron sino cuando procedió a “limpiar” la FAN de oficiales militares institucionalistas, llevó a cabo una escabechina en PDVSA que despidió a 25 mil trabajadores no afectos al régimen, fue controlando, lenta pero implacablemente, medios audiovisuales privados independientes que hasta hacía poco lo habían adversado, y convirtiendo en herramientas de la autocracia a los poderes públicos (CNE, TSJ, AN, Fiscalía y Contraloría General de la República) que desde entonces pasaron a ser sus “paredones de fusilamiento legales” para ir reduciendo, minimizando y desapareciendo a la oposición.
También puso fin a la libre convertibilidad del bolívar con un férreo control de cambio, y variables como los precios y los costos de producción pasaron a ser instrumentos políticos para ahogar el capitalismo privado e imponer el estatal.
O sea que, todo lo que en un sentido ortodoxo no podía llamarse sino un sistema comunista “en tránsito”, o “desovación” que, con el control de la economía a través de la fijación de los precios, la manipulación de los mercados y los límites a la propiedad, no podía sino derivar en un totalizante predominio político con cuyo empuje la luz de la oposición se fuera apagando.
No sucedió así, sin embargo, y ya para el 3 de diciembre del 2006, cuando se realizan las elecciones presidenciales que debían decidir si Chávez era reelecto o entregaba el poder a otro venezolano, el candidato de la oposición, Manuel Rosales, se alzó con casi el 45 por ciento de los votos.
Siguió otra batalla electoral, la del “Referendo para la Reforma Constitucional” del 3 de diciembre de 2007, y aquí si el gobierno (y aún la oposición) se llevaron una mayúscula sorpresa: el “NO” opositor (50,65 por ciento), derrotó al “SI” del oficialismo (49, 34 por ciento).
Y siguió el arrollamiento en las elecciones para gobernadores y alcaldes del 23 noviembre del 2008, con la oposición constituyéndose en mayoría electoral al barrer en casi todas las alcaldías de Área Metropolitana de Caracas, y ganando en 6 de los estados más poblados del país (los que constituyen casi el 60 del patrón electoral); y quitándole la mayoría calificada al chavismo en la Asamblea Nacional en las parlamentarias del 26 de septiembre del año pasado, aumentando, por esa vía, sus ventajas y reduciendo las del gobierno, para darle un cambio de rumbo al país en las elecciones presidenciales del año próximo.
Es, para graficarlo en términos lúdicos, la partida electoral que la oposición inicia con las mejores posibilidades de imponerse, y no solo porque se repetirá la tendencia de recuperación democrática que viene dándose desde el 2006, sino porque se enfrenta a un chavismo obeso, agrio, desgastado, cansado, rancio, caduco y sin otro mensaje para el electorado que la destrucción a que ha conducido a Venezuela después de 13 años de socialismo chavista, petrolero y saudita.
Un país sin servicio eléctrico regular, con autopistas, carreteras y caminos vecinales colapsados, sin agua y con un mar de basura que inunda calles, frentes y hasta el interior de los hogares, sin escuelas ni centros de salud funcionales, inflación del 35 por ciento anual, desabastecimiento, con una inseguridad personal que cobra más de 20 mil víctimas al año, corrupción creciente, generalizada e impune, narcotráfico sin control y punta de lanza de la delincuencia organizada y aliado de estados y grupos políticos calificados por la comunidad internacional “como fallidos y terroristas”.
Para colmo, con el que fue su comandante en jefe, guía máximo y conductor supremo, vapuleado por una salud en deterioro creciente e irrecuperable, agrietado, y más allá de lo que pueda pensar y desear, despidiéndose de los tiempos que dilapidó jugando al “heroecito” y tratando de imponerle al país un sistema político y económico anacrónico, inviable e inútil.
Del otro lado, de la oposición democrática, cuatro jóvenes, con promedio de edades que no traspasa los 45 años, con experiencias como funcionarios públicos electivos y exitosos, o como María Corina Machado, curtida en una gestión pública que le ganó un sitial en el corazón de Venezuela como directora-fundadora de SÚMATE; y todos con enorme vocación social, probados en su solidaridad con los más vulnerables y los que menos tienen, y dispuestos a rescatarlos del infierno de dádivas, caridad parroquial y pensiones a cambio de votos, en que los ha hundido Chávez.
Son cuatro: Enrique Capriles Radonski, Pablo Pérez, María Corina Machado y Leopoldo López, y que, si la legalidad me lo permitiera, podría votar por todos, aunque claro, lo haré por uno.

Pero podría ser por la visión estructurada que del futuro del país maneja, Enrique Capriles Radonski, su manera de acercarse a la misma, sin petulancia ni soberbia, sino más bien pensando en un esfuerzo donde él no sería sino otro obrero.
O la franqueza de brazos abiertos y sin trabas de Pablo Pérez, impaciente por compartir sus experiencias como alcalde de Maracaibo y Gobernador del Zulia y recibirlas de otro, de origen intrínsecamente popular y como tal angustiado de que sus políticas lleguen a los sectores de los cuales proviene, sin barniz intelectual ni de cualquier otra hipostasión y dejando siempre la impresión de que, no solo es un buen tercio para compartir un cafecito colocado, sino también para hacerlo, sembrarlo, cosecharlo y molerlo.
María Corina Machado, mi amiga, con quien, incluso, peleé en el programa de noticias de la mañana de la irreemplazable RCTV que conducía, Luisana Ríos, al otro día de conocerse los resultados de las parlamentarias del 26 de septiembre del año pasado donde arrasó, cuando me reclamó que no la había apoyado, que la había dejado sola, y no era que no la había apoyado, sino que dije que me parecía difícil, sino imposible, que ganara por su solo prestigio, derrotando a las maquinarias de “Primero Justicia”, “AD”, “UNT” y la en ciernes “Voluntad Popular”…!Y lo hizo!.
Y Leopoldo López, a quien he perdido de vista en los últimos tiempos, sin duda que por los meses que pasó en el exterior defendiendo su causa de la inhabilitación inconstitucional que le ha impuesto el gobierno y que tiene todas las credenciales para convertirse el 12 de febrero próximo, no solo en una sorpresa para el gobierno, sino para toda la oposición.
Cuatro líderes democráticos que como tales, se someten al veredicto de que sea el pueblo quien los postule para las presidenciales, que ya han dicho que no quieren nada con la reelección, que gobernaran con y para toda Venezuela y siguiendo los paradigmas, conceptos y principios del tiempo que les tocó vivir y no de filosofías sacadas de los baúles del siglo XIX.
Y en frente, una atmósfera no distinta al laboratorio del doctor Frankestein, y donde con artilugios seudocientíficos y menjurjes, rezos y milagros de la peor brujería, tratan de mantener a flote una realidad que ya murió y solo espera porque se le dé cristiana sepultura.
¡Paz a sus restos!

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