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sábado, 14 de septiembre de 2013

TRINO MARQUEZ, SIRIA: MISERIA DEL IZQUIERDISMO

El asesinato premeditado y a sangre fría perpetrado por Bashar al Asad contra la población civil, especialmente niños, el 21 de agosto -comprobado de manera irrefutable por el servicio de inteligencia francés- no ha conmovido la dura fibra del tándem castro-chavista, asociado para sembrar calamidades en Venezuela desde hace quince años. 

Las declaraciones de Nicolás Maduro, Elías Jaua y el resto de dirigentes oficialistas que han rechazado la posibilidad de una intervención militar norteamericana en ese país del Medio Oriente, han sido de una complicidad nauseabunda con el carnicero que prolonga la vida de una de las dinastías más longevas y crueles de la historia mundial contemporánea.

         El ataque de al Asad con gas sarín a una población inerme y que no participa directamente en el conflicto bélico, representa un paso más en la escalada represiva que ese déspota desató desde hace dos años contra  los sectores políticos que exigen cambios en un régimen que se ha mantenido petrificado por más de cuatro décadas. Además de las armas químicas al Asad ha atacado con aviones de combate centros densamente poblados. Su único propósito ha sido eternizarse en el poder sin importarle las cien mil muertes que el enfrentamiento ha causado. 

Las iniciativas de la ONU y la Liga Árabe para propiciar una salida dialogada que termine con el conflicto, se han estrellado contra la arrogancia de ese autócrata que actúa como un mandatario de la Edad Media, pero que dispone de la tecnología militar del siglo XXI. La crueldad de al Asad alcanza tales niveles de demencia que Nabil Al Arabi, secretario general de la Liga Árabe, ha pedido castigar al régimen de Damasco.

Los tartufos de la izquierda troglodita venezolana, latinoamericana y mundial han buscado en el basurero, donde se mueven, las banderas del antiimperialismo -en realidad antinorteamericanismo, como habría dicho Jean Francois Revel- para oponerse a una intervención que está plenamente justificada por razones humanitarias, precisamente, pues la participación extranjera es la única forma de detener esa orgía de sangre que desencadenó la satrapía Siria desde 2011. La izquierda troglodita se alinea con China y Rusia, opuestas a la intervención militar por razones estrictamente comerciales, financieras y geopolíticas, muy alejadas de  las motivaciones humanitarias. China, además. no quiere abrir ni una pequeña rendija que coloque en el tapete la situación del Tíbet, sometido al poder imperial chino desde hace largo tiempo.

         Para eso quedó la izquierda cavernícola: para apadrinar autócratas asesinos que tratan de justificar la violación de los derechos humanos y los genocidios en nombre de la  autodeterminación y la soberanía de los pueblos, como si en Siria estuviesen enfrentándose dos ejércitos equiparables, como si hubiese algún grado de simetría entre los niños fulminados por los mortíferos gases sarín y los esbirros del gobierno, apertrechados con poderosas armas letales.

         No pretendo analizar los detalles de esa conflagración en la que se mezclan elementos religiosos y étnicos de difícil comprensión para quienes no formamos parte de esa cultura. Pero no creo que pasearse por esas circunstancias sea indispensable para tener una comprensión exacta de la monstruosidad cometida por al Asad. En Siria está consumándose un crimen de lesa humanidad que exige el repudio y la condena de los demócratas del mundo. Este es el punto crucial. No caben medias tintas, ni es aceptable invocar la tesis del multiculturalismo a la que apelan los izquierdistas para hacerles la corte a todos los bárbaros que cometen desmanes en nombre de la diversidad cultural y otras patrañas parecidas.

         Entre las grandes conquistas de la Modernidad y de Occidente está la posibilidad que tienen las sociedades de ponerle límites al poder del Estado. El resguardo de los derechos humanos, especialmente el derecho a la vida, forma parte de esos logros que ningún tirano, movido por el afán de eternizarse en el poder, puede quebrantar impunemente.

         El papa Francisco pide orar y ayunar por la paz en Siria. Su enorme prestigio mundial le confiere autoridad para hacer ese llamado ecuménico. Sin embargo, hay que diferenciar entre el Papa y los farsantes vernáculos que se desentienden de la guerra civil de baja intensidad que existe en el país, se solidarizan con criminales de guerra y mantienen una dictadura milenaria en Cuba.

            La izquierda troglodita vive en un mundo incongruente y miserable.
           
@trinomarquezc

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miércoles, 24 de julio de 2013

ALONSO MOLEIRO, REFLEXIONES PARA PATRIOTEROS Y PATRIOTAS


El patriotismo es la menos perspicaz de las pasiones, Jorge Luis Borges

Por mucho que pretenda hacerse pasar por virtuoso, el nacionalismo es una de las enfermedades más extendidas en los colectivos humanos en estos tiempos. Las tragedias más sobresalientes del siglo XX se alimentaron del delirio supremacista, el culto demente hacia el ancestralismo y la obsesión paranoide hacia la diferencia. La última de ellas, bordada al costado de Europa Occidental, en las orillas del Adriático, la tenemos a la vista: la Yugoslavia de Slobodan Milosevic.

Algunas plumas anotadas en la causa incondicional del gobierno hacen en estos días toda suerte de malabarismos retóricos para presentar al fascismo como una suerte de prolongación de los intereses de los capitales financieros. Afirmaciones de una flacidez por demás notoria, que técnicamente se rebaten solas: desde la Alemania Nazi hasta el fundamentalismo Hutu, las degollinas más extendidas de todos los tiempos han estado atadas al costumbrismo totalitario: partido único, modales marciales, grima a la modernidad, propaganda de guerra, satanización del adversario, degradación del debate público, montoneras en las calles.

Por supuesto que la afiliación voluntaria a una nación no coloca a nadie, de forma automática, en los peligrosos dominios del nacionalismo doctrinario. Sin ser nacionalista, en lo particular puedo afirmar que soy un resuelto defensor de un criterio que encuentro mucho más consistente: el de la identidad cultural. Los países no son inventos de nadie: son realidades palpables con entornos, anclajes emocionales y efectos jurídicos concretos.

El nacionalismo latinoamericano encuentra sus orígenes en el otro extremo del pensamiento: la izquierda y la extrema izquierda. El tutelaje cultural y los sucesivos escamoteos militares llevados adelante por los Estados Unidos en esta parte del mundo hicieron posible que se asentara de forma por demás genuina y legítima en muchos intelectuales, pensadores y activistas latinoamericanos de mediados del siglo XX. 

La afirmación nacional era, a diferencia de otras ocasiones, una palanca para afirmar los derechos de la ciudadanía. Bolívar y sus huestes; los palestinos, los partisanos de Tito, Garibaldi, los combatientes armenios: en los tiempos del florecimiento republicano, nacionalistas han sido aquellos que no tienen nación en la cual asentar sus vidas.

Un complejo entramado de desarrollos diversos ha tenido lugar en América Latina y el mundo a partir de entonces. Las formas de propiedad, la pertenencia cultural, el lenguaje, la ciudadanía: todos son elementos sometidos a una lenta pero intensa metamorfosis producto de la expansión tecnológica, el poder de los buscadores en Internet y el carácter fractal de las redes sociales.  

La globalización no es, como piensan las variantes monocordes del chavismo, un antojo trasnacional, o una circunstancia impuesta, sino un estado de la historia, a estas alturas de carácter irreversible. La cosmópolis es una de sus consecuencias culturales directas. No es una casualidad que las constituciones más avanzadas del mundo, incluyendo la nuestra, consagren el derecho de las personas a tener dos nacionalidades. Anthony Giddens, el autor inglés de La Tercera Vía y Más allá de la izquierda y la derecha, lo definió con enorme precisión: son estos los tiempos de la “fidelidad múltiple”.

Mutaciones e intercambios que también tienen su correlato en el lado izquierdo del consumo cultural: Manu Chao, por ejemplo, uno de los intérpretes más brillantes de este tiempo, es un músico de carácter nómada, de padres españoles, nacido en Francia, amante de los dominios árabes y latinoamericanos, con éxitos grabados en portugués, francés, italiano y español. El artista global por excelencia. La misma afirmación vale para Le Monde Diplomatique y el inefable Ignacio Ramonet.

El modelo mixto desarrollado por Brasil también puede servirnos de ejemplo. Los brasileros no han perdido tiempo culpando a los demás de sus problemas. Tienen una influencia geopolítica que toca, incluso, a sus conquistadores, los portugueses, y a las naciones africanas que comparten su lengua, y un desarrollo tecnológico que no deja de sorprender. Así como la Unión Europea y los Estados Unidos se ríen de las enternecedoras bravatas antioccidentales de Cuba o Nicaragua, respetan con entera sinceridad las disposiciones del gigante sudamericano.  La realidad brasilera es hija de un modelo democrático liberal que respeta y promueve la independencia de criterios. Un entorno cultural flexible, complementario y múltiple, que tiene a algunas de sus universidades en la vanguardia de la subregión. La independencia que tanto alude el chavismo no la vamos a alcanzar colocando discos de Xulio Formoso: la obtendremos desarrollándonos como lo ha hecho Brasil

Son circunstancias multidimensionales, de carácter concurrente y de una enorme complejidad. El chavismo, el falangismo, el castrismo y el leninismo tienen para esta realidad respuestas muy elementales. Dividir a la humanidad en parcelas; suponer que esa sola circunstancia las hace únicas y mejores que las otras; hacer ascos de la diferencia y el mestizaje cultural. Mirar el futuro con la nuca. Tener una visión policial de la política. Llorar con el himno, cuadrársele a una bandera, desbordarse en cánticos cursilones de carácter rural. Son parte de los vicios más genuinos de la extrema derecha y la extrema izquierda. Ese es nuestro verdadero dilema: apertura o aislamiento. Uno de los aspectos más interesantes de la plataforma programática de la MUD descansaba en esa cláusula: “Venezuela, país abierto al mundo”. El eje del racionalismo democrático.

Pío Baroja lo dijo una vez: “el nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando”. 

No hay insulto que me de más risa que ese de “apátrida”.

alonsomoleiro@hotmail.com

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