Resulta lamentable que todavía existan Jefes de Estado que lejos de entender que gobiernan para todos los ciudadanos, decidan dedicar su administración a tratar de imponer modelos políticos que dividen al país.
Esos Jefes de Estado que se consideran invencibles y que administran al país como si fuese su propiedad, marchan en la vía contraria al desarrollo democrático. Mientras la libertad, la justicia, la independencia de poderes y la alternancia son valores que se han afianzado como elementos aledaños al progreso, estos presidentes buscan perpetuarse en el cargo a través de reformas constitucionales y legales muy polémicas. Además, persiguen a la prensa por hacer su labor divulgativa y hasta han llegado a promover un obsceno culto a la personalidad que se incrementa con el uso abusivo de los medios de comunicación para hacer proselitismo a favor de sí mismos.
Estos presidentes, con gestiones pobres, acostumbran a tratar de implementar un discurso en el que desde una historia manipulada y llena de acomodaticias imperfecciones culpan al pasado por la situación que vive el país, sin tomar en cuenta que los problemas se deben a sus desaciertos, políticas sectarias, corrupción, centralismo y manifestaciones de confrontación.
Los controles a la economía y a la información se unen a una estrategia que criminaliza el hecho de disentir del gobierno y que le crea a los presidentes una esfera de supremacía y de dominio sobre todas las acciones de la sociedad.
La frase de la presidenta Fernández de Kirchner diciendo que sólo hay que temerle a Dios, y a ella un poquito, y el desprecio de Rafael Correa a la prensa de su país demuestran lo soberbio que puede llegar a ser el ser humano cuando tiene poder, olvidando que éste es temporal.
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