No hay recodo en la situación nacional. En el primer plano, siempre
dentro de un mismo guión, siguen sucediendo nuevos eventos. Cada uno atrae la
atención pública hasta que, cumplido el objetivo de distraerla, pasa tras el
telón donde se acumulan los fracasos. Lo
malo es que los errores gubernamentales, sobre todo en materia económica y de
seguridad, lo pagan inmediatamente todos los espectadores. Aumentan las
calamidades cotidianas.
Nadie se explica el empeño gubernamental en multiplicar sus desaciertos. Sus estropicios obedecen no sólo al choque con su nivel de incompetencia. Derivan también de un plan que copia revoluciones fallidas, ejecutado con la convicción ciega que el modelo conducirá a liquidar a la burguesía, aunque se ahorque al país entero.
El razonamiento parece una locura porque lo es: se le ocasiona a toda la
sociedad daños graves para probar que ella puede existir sin capitalistas. Este
ya largo período del no hay, de colas, pulverización de los salarios, inflación
de tres dígitos y hampa haciendo de las suyas es el sacrificio que hay que
rendir hasta que desemboquemos en una igualdad donde todos tengan que pelear
por su subsistencia. Todos, menos los enchufados.
Maduro pasa a ser el nuevo terrible ejemplo de que la ideología aliena.
Sin fuerza para corregir rumbos o dar un paso atrás, repite lo de la guerra
económica, embiste a la oposición, inventa enemigos afuera para unir al país
adentro, genera división, intimida, crea desesperanza y él mismo se desespera
ante un descontento que ya no puede contener. Pero no atina ni con la mitad de
una solución.
La magnitud del fracaso presidencial es
tal que, a pesar de que tiene en sus manos la descomunal fuerza del Estado, ha
entrado en una fase de debilitamiento en la que hasta sus operaciones ofensivas
muestran desgaste y terminan olvidándose como golpes en el vacío.
Tres hechos están modificando el escenario. El primero es que los fracasos gubernamentales están tocando techo a medida que la reducción de su base social de apoyo obliga a tantear donde colocar la escalera que lo mantenga en el poder. El segundo es que al usar la crisis como mecanismo de control y sumisión de la sociedad al Estado, ha terminado por cosechar la resistencia y el rechazo de prácticamente todo el país. El tercero es que el gobierno es socialmente una minoría y a partir de diciembre pasará también a ser formalmente una minoría electoral y política.
Maduro tiene que acostumbrarse a gobernar en minoría y a contar con una
nueva Asamblea que le exigirá apego a la Constitución Nacional y que ejercerá
su cooperación con autonomía.
La nueva situación le exige más democracia, más persuasión, más dialogo,
más entendimientos. Pero el aturdimiento, el miedo al cambio, la infiltración
de grupos delictivos y el apego a los privilegios pareciera que está tentando a
sectores de la cúpula a replicar con autoritarismo, provocaciones y violencia.
Si el PSUV asume esa línea, sus corrientes internas partidarias de introducir
rectificaciones, se fortalecerán y se verán obligadas a deslindarse.
Para disfrazar su condición de minoría
el gobierno apela a presentar la distinción entre oposición social y
oposición política como una debilidad de la MUD. Pero por su dimensión, la oposición social
surge cuando el gobierno se hace insoportable hasta para quienes votaron por
él.
Si es la sociedad la que expresa una actitud de resistencia al gobierno, es evidente que se ensancha el terreno donde la oposición política puede crecer y aumentan los estímulos para que la MUD intensifique la comunicación, la presentación de soluciones y el llamamiento a que juntos, todos los venezolanos, puedan acordarse sobre qué es lo que queremos para Venezuela.
Simon
Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
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