El vuelo partió desde Aruba con un destino
más allá del predestinado por los conocedores de la aeronáutica, por un
desenlace adusto como el de un equilibrista que tiene el infierno bajo su
cuerda y el calabozo al final de ella.
Cualquier juego de dados va a marcar un
número signado por esa descomunal lógica judicial; caprichosa e
imperturbable que sólo sirve para
aglutinar enemigos y no realmente culpables.
“Cualquier cosa que suceda, no quiero
conflictos. Hay que marcar distancia con la violencia”, había dicho minutos antes,
cuya misiva fue proyecta en una pantalla gigante apostada en la calle 72
de Maracaibo, a sabiendas de su sentencia a la especie de patíbulo
carcelario derivado de un país sin ley, cuya justicia está a la intemperie y
regida por estratagemas edificadas por patrones comunistas.
El cielo clareaba en una tarde para el
olvido. El avión llegó cerca de las 5.00. Manuel Rosales llevaba ese día un
pormenorizado itinerario, cuya principal meta era salir airoso para poder
arribar a la tarima donde se encontraba su pueblo, con el cual no
compartía desde hacía seis años por culpa de un destierro involuntario.
Ese día su destino era desafortunado y feroz.
El aeropuerto La Chinita se encontraba atrincherado por funcionarios del
Sebín, que no le darían tregua para cumplir con sus anhelos trazados. Se hizo
acompañar por equipos periodísticos del canal internacional de noticias CNN y
del diario regional La Verdad, como un cordón informativo ante posibles abusos
que pudiesen generarse. Pero no hubo tregua ni tiempo para reaccionar, cuando
un contingente del Sebín se apostó a las puertas del avión e hizo desembarcar a
quien fuese candidato presidencial en Venezuela y quien ostenta a pesar de su
exilio, un liderazgo sin parangón que moviliza masas con sólo pronunciar su
nombre. Ahora tenía programada su celda de la degradación, por el vil pecado de
no compartir una visión política de empobrecer al colectivo.
La imágenes captadas por el camarógrafo y el
fotógrafo fueron forzadas a ser borradas por ese cuerpo de inteligencia
gubernamental, que no media por el entendimiento sobre cuál puede ser el
concepto de la equidad, ante el mero hecho de captar órdenes.
Hoy este gobierno tiene en sus vitrinas un
nuevo preso político. La cuna de la libertad, hermoso remoquete que Venezuela
ha llevado con orgullo un par de siglos, ufanada por gestar desde sus entrañas
a la liberación continental con el aplomo de la valiente
espada de un incansable Bolívar, colecciona ahora presos políticos como si
fueran cromos de un cruento álbum de lo inhumano.
Probablemente hoy los personeros del gobierno
reirán a mandíbula batiente en su conciliábulo de la ignominia. Quizá Rosales
cayó ese día en las voraces fauces de una balanza judicial con inclinaciones
hacia caprichos gubernamentales. Pero tal sacrificio acentúa el fin crucial de
todos los esfuerzos, el cual es salir a sufragar este 6 de diciembre. Esos
nuevos parlamentarios electos se ataviarán con la indumentaria de la
liberación, permitiéndoles a López, Ledezma, Rosales y tantos otros que han
reclamado por justicia verdadera, llenar sus pulmones con el aire diáfano de la
libertad, para ensamblar el ladrillo primario del país que todos merecemos.
José Luis Zambrano Padauy
zambranopadauy@hotmail.com
@Joseluis5571
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