Las denuncias de The Wall Street Journal
contra Diosdado Cabello, la aparición del libro Bumerán Chávez, escrito por el
periodista español Emili Blasco, las visitas al país de Thomas Shannon,
Consejero del Departamento de Estado de EE.UU., y otros misiles atómicos que le
han lanzado al gobierno de Nicolás Maduro desde diferentes flancos, han llevado
a pensar a algunos analistas nacionales e internacionales que el derrumbe del
régimen se encuentra en el horizonte cercano. Se imaginan una guerra fratricida
entre Maduro y Cabello y un desenlace en el cual inevitablemente uno hará
morder el polvo de la derrota al otro.
No soy tan optimista. Este régimen se
mantiene sobre la base de lealtades que pasan por la complicidad y el
celestinaje con todas las formas de corrupción aplicadas a lo largo de dieciséis
años disfrutando del poder. Aunque sea solo por hipocresía, la respuesta de
Maduro frente a las denuncias contra el Presidente de la Asamblea Nacional fue
de una solidaridad enfática. “Quien ataca a Diosdado me ataca a mí”, fueron sus
palabras. Además, señaló que iniciará –financiará con recursos públicos- una
campaña nacional e internacional en defensa
del segundo hombre de abordo. Mario Silva, quien supuestamente es
encarnizado adversario de Cabello, salió en defensa de su compañero de tolda.
Lo mismo hizo el TSJ por intermedio de su presidenta, Gladys Gutiérrez.
En este momento, cuando deberían aparecer sus
hipotéticas fisuras, el régimen se cierra en torno a la defensa del personaje
más impopular y rechazado de los rojos. La disputa frontal entre maduristas y
diosdadistas no se percibe por ningún lado. Lo que se registra a través de los
medios de comunicación es una unidad hermética.
¿Por qué estas expresiones de apoyo con
Cabello? Desde luego que no es porque los miembros de la élite formen una especie de hermandad
basada en el afecto y la admiración mutua. En todas partes del mundo, incluso
en las democracias más asentadas, quienes se encuentran en la cercanía del
poder sienten recelos mutuos. Desconfían unos de otros. La cúpula roja no
representa la excepción de la regla. Sin embargo, de los cubanos han aprendido
que la única manera de eternizarse en el poder es mostrando una fachada
unitaria, no importa cuánto se odien entre sí. Para la nomenclatura cubana el
verdadero enemigo no estaba en el territorio de la isla, sino en Florida. Lo
peor que podía ocurrirles era caer en manos de unos exiliados que habían
abandonado Cuba solo con lo que llevaban encima, dejando atrás familia,
amistades y trabajo. El castigo sería bíblico.
Los rojos criollos tienen mucho más que
perder que los comunistas cubanos. Al lado de Venezuela, la isla antillana era
una nación modesta que no contaba con nada parecido a Pdvsa, a la CVG o al Bandes. La alta jerarquía del ejército
cubano no podía enriquecerse con dólares preferenciales, con el contrabando de
extracción o con las millonarias compras de buques o armamento chatarra. En
Venezuela la situación es completamente diferente.
Muchas de las fortunas súbitas e
inmensas que se conocen, se han amasado
bajo la sombra del Estado chavista. Es sobre esta red de corrupción y
privilegios que se mantiene el régimen. Sobre esa inmensa malla se sostienen
dirigentes políticos, militares, empresarios, jueces, policías, allegados al
régimen. El mérito de los rojos, con la asesoría cubana, fue haber organizado
un tinglado tan férreo como las pirámides egipcias.
Trino Marquez Cegarra
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc
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