En tiempos autoritarios la verdad es, con más frecuencia que en la
democracia, sustituida por el rumor. Se hacen consustanciales, porque el
autoritarismo necesita imponer la horma de un pensamiento único para asegurarse
el control de la sociedad y la perpetuación en el poder.
El autoritarismo, particularmente el tentado por desenlaces
totalitarios, niega el diálogo porque no le interesa la convivencia política o
procesar críticas, sino hacer desaparecer en bloque toda expresión del
desacuerdo, incluso entre sus seguidores. Ejerce la forma más nociva de
hegemonía, la excluyente. Por eso criminaliza a la oposición.
El autoritarismo y el rumor tienen como punto de contacto su
indiferencia por la verdad. Una conexión potenciada por dos circunstancias: el
rumor es información anónima y sin pruebas, el autoritarismo desecha la
investigación imparcial y se ampara en
el secreto. Por eso elimina el debate de la vida pública.
En los actuales momentos el poder ha terminado de consolidar la
institucionalización de la
desinformación. La matriz de opinión sobre las calamidades que vive el país se
configura desde los máximos órganos de los poderes públicos y se difunden a
través del sistema de medios para el que sólo existe el país bambi de la
retórica oficial.
Se continúa operando agresivamente para cerrar las ventanas informativas
que sobreviven y normalizar la autocensura de medios inundados de noticias
rosas y píldoras tranquilizadoras sobre
espectáculos, salud o deportes. Ante sus fracasos económicos, el desgaste de su
discurso y la reducción de su capacidad populista el gobierno bloquea la libre
circulación de la verdad. No la resistiría.
En esas condiciones, cada quien puede
leer cotidianamente la agenda de los rumores: sus temas, sus objetivos, sus
destinatarios, sus resultados y alcances. Y decidir individualmente que es lo
que conviene difundir. Negarse a repetir ingenuamente rumores que no son
neutros y que buscan favorecer unos intereses o servir a un plan.
Un ejemplo reciente de la incertidumbre inconveniente que crean los
rumores ha ocurrido en torno a Cabello desde la primera reunión entre Shanon y Maduro. A partir de allí se prendió una batidora de
rumores de todo tipo y origen. Cada vez se le agrega un nuevo elemento y cada
día se extiende una madeja que nos aleja del esclarecimiento de los
señalamientos y de la atención a hechos que deben interesar al país en ese y
otros temas.
Disipar el rumor sería fácil. Bastaría con un debate en la Asamblea
Nacional y una investigación imparcial. A todos debería interesar resolver lo
que es especulación y lo que haya de verdad en la relación entre altos funcionarios
del gobierno, la corrupción y el narcotráfico.
Pero el presidente no tiene fuerza para hacerlo. Se prefiere la campaña
de solidaridad automática, poner al ministro de la defensa como juez de
opiniones y arreciar demandas contra medios y periodistas.
Respuesta incorrecta que justifica que el rumor pase a ser un arma
secreta de la democracia.
Simon
Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
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