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jueves, 30 de abril de 2015

ENRIQUE VILORIA VERA, ESTA GENTE, DOS PASIONES ENCONTRADAS

¿Cuándo comenzó a ser esta gente para nosotros mismos? Esta gente es la realidad escindida que se nos metió en el  tuétano de los huesos y pudo con Gumersindo, y está pudiendo con cada uno de los treinta millones de venezolanos, porque esta gente, somos nosotros todos, nadie escapa de ella. Siendo así no veo cómo esto va a cambiar en el futuro inmediato, esta gente no tiene un final previsible…   Francisco Suniaga

La más reciente obra de Francisco Suniaga, Esta Gente (Randon House  Mondador, SAS, Bogotá, 2012) puede ser considerada como una novela de dos pasiones encontradas. Recordemos que una pasión, de acuerdo con el DRAE, tiene varias acepciones, entre ellas subrayamos las siguientes: por un lado, inclinación o preferencia muy vivas de alguien a otra persona, y por el otro,  apetito o afición vehemente a algo. Ambas acepciones nos proporcionan los criterios con que vamos a interpretar la novela Esta Gente de Suniaga. Dos pasiones encendidas son, en nuestro criterio, los fundamentos de la trama que se desarrolla en una isla, Margarita, proclive y detonante de pasiones tropicales de diferente cuño y sino.
La primera de esas apabullantes pasiones, es de tipo carnal, esa que se traduce en la inclinación, en la preferencia  muy viva de alguien por otra persona, ésta es la que experimenta feroz y desgarradamente José Alberto Benítez -  ese abogado margariteño cercano a los sesenta años de edad, excelentemente formado en los asuntos de su profesión en Venezuela y en Alemania, correcto en sus actuaciones, casado a los treinta años con la maestra Elvira e iniciado tardíamente en el sexo, en Boston, con una moza cubana  – por Dinorah Josefina Terán Machuca – Fiscal Cuarto del Ministerio Publico en la Circunscripción Judicial del Estado Nueva Esparta, tachirense, cuarentona, soltera y en la denodada búsqueda de un cada vez más difícil compañero que le alivie la soledad presente y futura - . Ocurre que Benítez, el puritano, aquél para quien “el sexo de una mujer continuaría siendo (…) un misterio ecuménico al que iba a destinar horas y horas de ensoñación por el resto de su existencia” se topó de buenas a primeras , sin anestesia,  verdaderamente, en vivo y en directo, con el sexo depilado de Dinorah, con “la venerable concha de una mujer absolutamente pelada – como se imaginó que habían sido todas antes de que existiera la vergüenza en el mundo – por lo del oscurantismo sexual, poco faltó para que aplaudiera y gritara ¡bravo!  Se abalanzó sobre ella con el empuje de un mastodonte prehistórico en celo; quería tocarla, besarla, lamerla, pasar su rostro por aquellas mejillas suaves y trémulas: Tal fue el nivel de exposición de sus atavismos que ella luego se jactaba: Yo a usted ya lo tengo dominado con mi totona mágica, José Alberto”.
Y así sigo siendo hasta que otra pasión más sublime se impuso sobre ésta de carne, cama y sexo. Sin embargo, durante un contradictorio período de varios meses, signado por el goce y la culpa, el abogado Benítez y su estrenada amante se encontraron en la casa de ella, para disfrutar diariamente del placer de los amores furtivos, a fin de evitar, en lo posible, el riesgo, la incomodidad, el desaseo, el peligro, de los hoteles de turismo o de los dos baratones moteles de comida rápida de la isla.
Por ese tiempo el  estado de ánimo del jurista era de fiesta y esplendor. En efecto, señala el escritor: “…se sentía eufórico, optimista, un varón en el pico de su capacidad sexual, capaz de cumplir con la responsabilidad que la madre naturaleza le había impuesto a su género: aparearse con hembra capaz de procrear. En otras circunstancias y tiempos, esa felicidad inusitada lo habría llevado a presagiar que alguna tragedia estaba por ocurrir y a desplegar cierta cautela, pero, enamorado y ciego de lujuria como se encontraba, no quiso pensar en augurios buenos ni malos. Contrario a lo que había sido su historia personal – una larga sociedad con el pesimismo – se negaba siquiera a considerar su dicha inesperada como una anormalidad sospechosa. Más aun, se lisonjeaba con las posibilidades de felicidad erótica que le inspiraba su nueva pareja y vivía el sueño de un renacimiento sexual con visos de eternidad, sí, un hombre en el cénit de su vida”.
Y como es habitual lo que iba a ocurrir, sucedió, y sobrevino en el peor momento de su historial erótico, Benítez comenzó a experimentar unas ganas constantes de orinar y la incomodidad de no poder hacerlo plenamente, situación que imputaba a causas distintas a la de una impensable y lejana enfermedad de próstata. Sin embargo, al año de esas dolencias, un lunes en la mañana, al orinar, el jurista experimentó un severo ardor en la uretra que achacó al picante añadido a unos calamares el domingo anterior en un merecido y familiar día de playa. Luego de varios y sucesivos desagradables episodios al momento de ir al baño, Elvira -  la fiel y preocupada esposa - lo convenció para que fuera al médico.
“Cheo” Villarroel su médico amigo y viejo compañero de aulas, lo trató y prescribió hasta que fue inevitable la operación para resolver la hiperplasia que padecía. Después de la exitosa intervención, Cheo le comunicó a José Alberto, aquello que no quería escuchar en esos momentos de henchidos placeres sexuales, de coitos excepcionales y orgasmos sin parangón: “En cuanto al sexo (…) te recuerdo la prescripción: tienes una cuarentena mínima de un mes. Bajo ninguna circunstancia la violes, aunque te sientas bien, porque el coito es traumático, te puedes lastimar seriamente y sangrar, es una herida abierta la que tienes allí adentro, no lo olvides”. Elvira lo entendía con resignación, Dinorah, por el contrario, lo urgía con ardor: “¿Y va a esperar tres semanas para que nos veamos de nuevo? Bien podría invitarme a una comida un día de estos. Ande, invíteme a almorzar la semana que viene...” Y el abogado invitó a yantar a la fiscal, sin imaginarse la importancia que tendría ese almuerzo en el destino final de su relación adúltera con la infatigable y demandante tachirense, a la que visitó -  vencida la cuarentena,  temeroso y con el corazón enloquecido - esperando a solas y en la cama con Dinorah, la llegada del ansiado momento: “A pesar de sus temores, todo funcionó a la perfección, todo excepto su cerebro, que volvió a jugarle una mala pasada. La preocupación por tener un coito de excelente calidad, para demostrarle a ella que era un verraco (…) El coito iniciado con óptimos augurios devino en un acto mecánico, sin contenido, y su erección languideció sin estrépito, pero de manera definitiva, incapaz de producirle placer a ella ni sentido a él. Algo se desconectó entre su cabeza y su miembro y de nada valieron el reposo, las caricias de ella, las explicaciones que ambos se dieron ni la confianza ciega que tenía en la industria farmacológica. Gallo postrado, sentenció con amargura”. 
Ciertamente la pasajera felicidad de Benítez con Dinorah no estaba exenta de dudas y prejuicios relacionados con la injusta traición a Elvira, con el reiterado adulterio con A de aventura y atrevimiento. De allí que una tarde, una de esas de bienvenida tertulia con los camaradas de siempre en la Plaza Bolívar de La Asunción, el abogado contertulio se franqueó con su viejo amigo el psiquiatra  Pedro Boadas y le confesó: “Estoy enredado…con otra mujer (…) la verdad es que no podría explicarte con precisión de qué va esta relación, porque ciertamente tiene varios ingredientes, aunque el sexo, lo reconozco, es el factor principalísimo”.  Boadas escuchó con atención el detallado relato de su adúltero compañero, para simplemente ilustrarlo y aconsejarlo acerca de su delicada situación: “No estás viviendo nada nuevo José Alberto eso es lo que en Margarita, desde maríacastaña, hemos llamado encueramiento (…)  Pues ya llegará el día en que tendrás que saber cuál es el punto de quiebre”.
Y la otra pasión libertaria que anida en Esta Gente, hizo vertiginosa su aparición en la vida del abogado para generar inesperados e inauditos  hechos y situaciones, y propiciar de paso el ansiado punto de quiebre requerido por Benítez, el amante,  para disolver el vínculo adúltero y retornar al conyugal.
En efecto, un día sin más, Gumersindo Salazar -   su ex profesor en el Liceo Rísquez, periodista y editor, cronista de Porlamar, amigo muy cercano del padre de José Alberto, integrante del grupo de señalados notables de la isla -  se presentó, como ofrecido, a la oficina del abogado para hablarle “de un asunto muy importante”, un viejo sueño, una pasión militante, un proyecto por el cual estaría dispuesto a ofrendar la poca vida que le quedaba; “ver a Margarita, como un Estado libre e independiente, igual que Trinidad o cualquiera de esas otras islas del Caribe”.
Estupefacto e incrédulo, Benítez escucho pacientemente la monserga del anciano independentista, quien le adujo – entusiasta y convincente -  razones muy de fondo y de diversa índole: históricas, jurídicas, políticas, antropológicas, idiosincrásicas, para justificar aquello que los ojos y el entendimiento del abogado se negaban a admitir, dado el peligro inmanente y la trascendencia de la pasión de Don Gumersindo; una pasión patriótica, sublime, libertaria, que no tenía nada que ver con la suya de bajo vientre, de orgasmos bienvenidos en medio de un adulterio ejercido con arrebato en lecho ajeno. 
El anciano adujo argumentos de distinto tono y naturaleza en el intento de enrolar a su ex discípulo en las filas de su descabellada causa independentista, arguyendo de entrada y sin miramientos que: “Margarita nunca necesito de los gobiernos de Caracas para resolver las dificultades que podría traer consigo la insularidad (…) para nosotros ser una isla no ha sido un problema sino una bendición”.  Para darle más énfasis a su argumentación,  y ante el alegato de Benítez de que ese proyecto era un verdadero disparate, Salazar le interpuso además la incontestable realidad  del imaginario caribeño tan pleno de realismo mágico, al que tampoco escapan los margariteños: “Por esta razón, en el Caribe, históricamente, no ha habido una idea, por loca que parezca, que no haya prendido, que no haya tenido seguidores, y algunas de ellas incluso se han impuesto contra la lógica más avasallante. Eso fue así desde los piratas y corsarios, pasando por Henri Cristophe, el negro esclavo de Haití que se proclamó rey, hasta nuestros días. Por ejemplo, ¿tú has visto una vaina más loca que tomar una sociedad moderna y gobernarla según las percepciones de la economía de Inglaterra que tuvo un filósofo alemán de mediados del siglo XIIX? Un hombre tan irresponsable que, mientras escribía sus teorías los hijos se le morían de hambre. Algunos podrán pensar que es una tontería, pero nunca he seguido a nadie que no haya sido un buen padre de familia”. 
El secesionista margariteño contaba además con dos grandes argumentos de fondo que servían por sí solos de poderosa sustentación jurídica de su propuesta independentista. El primero de ellos, tenía que ver con la absoluta nulidad del vínculo original de la Provincia de Margarita con la naciente Venezuela independiente, que la llevo a ser una de las siete estrellas del nuevo pabellón nacional, recuerda Salazar: “En Margarita, en la asamblea que representaba a los habitantes de esta isla, se designó  diputado al congreso de las provincias, de la Capitanía General de Venezuela, a un ciudadano de Pampatar, Manuel Plácido Maneiro (…) Por esas cosas de nuestra política, (…) mientras el congreso de las provincias  de Venezuela estaba deliberando en Caracas, aquí en Margarita, donde había mucha gente que objetaba la elección de Maneiro, se realizaron unas maniobras que condujeron a la convocatoria de una nueva asamblea provincial de ciudadanos. En ella se destituyó a Manuel Plácido Maneiro como representante de la Provincia de Margarita y se designó a otro ciudadano, Obdulio Rodulfo (…) Rodulfo partió para Caracas tan pronto le resultó posible (…) Así que el nuevo representante llegó a Caracas exactamente el 6 de julio, un día después de realizada la sesión que declaró la independencia, pero, curiosamente, un día antes de que se firmara el Acta lo cual, y eso es un hecho histórico comprobado, se hizo el día siete.  Fundado en los documentos que lo acreditaban como nuevo representante, Obdulio Rolando realizó gestiones para ser él que firmara el Acta (…)  Juan Germán Roscio (…) para solicitar el impasse solicitó que el pleno del congreso designara una comisión que decidiera quién iba a firmar por Margarita (…) El dictamen de la fulana comisión (…) al parecer le dio la razón a Rodulfo. Digo al  parecer porque la decisión nunca apareció registrada en acta alguna (…) Pasado un mes de la declaración de independencia (…) Rodulfo introdujo ante la secretaría del congreso una carta que montaba un auténtico libelo de demanda, donde solicitaba la nulidad de la firma de  Maneiro y pedía que los amanuenses hicieran una nueva copia del Acta que debía ser firmada por él y, de nuevo, por los demás diputados del congreso. (…) Tengo en mi casa una copia de la carta introducida por Rodulfo (…) Hay un amigo, integrante de nuestro grupo, un historiador, margariteño de pura cepa, Pedro Incera, profesor universitario jubilado, que lleva una semana en Sevilla, consultando esos archivos y nos llamó para decirnos que ya dio con las cajas donde están los documentos del congreso de julio de 1811 (…) Si aparece ese documento (…) pues quedaría claro que la firma por parte de Maneiro, en aquella fecha del siete de julio, estuvo viciada de toda nulidad y no habría discusión posible sobre eso. Esa acta, como te voy a explicar, se ha convertido en un documento increíblemente importante. Tan pronto lo tengamos…” 
El segundo argumento jurídico de índole jurisprudencial tenía que ver, de acuerdo con la bordada perorata de Gumersindo, con decisiones del Tribunal Supremo de Justicia; según el independentista “… de esas sentencias se puede deducir que para el TSJ ciertos actos  viciados de nulidad al momento de su realización no se convalidan nunca y, más aún, que el lapso para demandar su anulación es imprescriptible, infinito (…) A la luz de esta novísima norma jurisprudencial que ordena realizar de nuevo el acto viciado, y así subsanarlo en su origen el vicio, según me explicó el doctor  Espinoza, sigue siendo nula, no se convalidó a pesar de los actos ratificatorios de esa voluntad realizados por Margarita como entidad política, y por los margariteños como pueblo, desde la independencia hasta nuestros días (…) según esas nuevas sentencias, formalmente, no somos parte de Venezuela, nuestro vínculo con la república nació nulo, y continúa siendo nulo porque no se convalidó con la realización de actos posteriores. En consecuencia, en sano derecho, sólo falta demandar la nulidad, según los nuevos criterios, y quedamos desligados de Venezuela”.  
Benítez, quien fue consultado no por este asunto secesionista, sino para ver si ayudaba a construir un informe sobre la supuesta venta de Margarita, en tiempos de Gómez, a Alemania, se vio – entre ingenuidades e intrigas – envuelto en la revuelta secesionista, a riesgo de su propia seguridad personal. Gumersindo Salazar dio la rueda de prensa en la que anunció el proyecto independentista, fue hecho preso por traición a la Patria, confinado a un sucucho húmedo y maloliente, irrespetando su condición de octogenario enfermo, y sin que se le otorgara la prevista y justa detención domiciliaria. En fin, el privado de libertad – como eufemísticamente llaman ahora a los presos – inició un ayuno que quince días después lo llevó a la muerte.
A todas estas, Dinorah Terán – Dino para su jefa - , la fiscal y amante de José Alberto, el abogado de Don Gumersindo, se negó enfáticamente a tener alguna consideración para con el anciano, argumentaba: “Usted está empeñado en que yo lo salve de sufrir las consecuencias de su insensatez y no puedo hacer eso. No puedo salvarlo de eso ni que fuese mi abuelo (…) La conciencia que tiene uno y el sentido de justicia se corresponden, Benítez. ¿Es que usted no entiende lo que está pasando? Hay una realidad que se concreta en que los que nunca fuimos nada, los que nunca importábamos nada, como yo, ahora somos e importamos. Ese proceso se ha ido afirmando no sólo en la justicia sino en las demás  áreas públicas de la nación, y en su desarrollo, se cometen hechos que parecen ser injustos, pero que analizados en profundidad y retrospectivamente, fundados en la historia no lo son”.
Benítez entendió a cabalidad que “los venezolanos llevamos a esta gente por dentro, como si fuésemos un cuerpo que genera anticuerpos contra sí mismo. Así nos dividiéramos hasta el infinito y quedáramos solos en el universo, esa realidad distinta que nuestra intolerancia genera va a estar allí, sin remedio, esta gente”.
 Benítez vislumbró finalmente que la pasión de la carne no podía estar en contradicción con su pasión por la justicia y la libertad, en fin, que no podía ser cómplice de esta gente.
Enrique Viloria Vera
viloria.enrique@gmail.com
@EViloriaV

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