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martes, 3 de marzo de 2015

LUIS MARIN, LA DUDA DE DUDAMEL

Gustavo Dudamel es objeto de discusiones públicas cada cierto tiempo, con más o menos virulencia, lo que impone preguntar cuál pueda ser la razón de esta recurrencia y lo primero que salta a la vista es la incomodidad que causa en algunos de sus admiradores el hecho de que sea chavista.

La contrariedad es manifiesta entre quienes consideran al chavismo como algo horripilante, un sector que no deja de crecer incluso entre el público de la música clásica, para el que resulta inexplicable que alguien a quien tienen en tan alta estima pueda ser no sólo partidario sino propagandista de un régimen atroz.

El fenómeno no es nuevo, podría decirse que en todo tiempo y lugar ha sido así y que esto es lo que le da mayor interés: que un caso particular sea ilustrativo de una cuestión universal, tanto como para convertirse en ejemplo ilustrativo, casi una parábola moral.

Quizás la raíz de la cuestión se encuentre en el imperativo de coherencia que parece dirigir el pensamiento y la acción humana, lo que exige rechazar la contradicción como un imposible lógico, una prueba de falsedad; pero que se vuelve problemático en el terreno moral, en que las contradicciones no sólo son posibles sino acaso inevitables.

Un efecto colateral del imperativo de coherencia, que cae en el terreno de la psicología social, es la creencia arraigada de que quien es bueno en un aspecto debe serlo también en todos los aspectos de la vida, lo que a pesar de ser evidentemente falso, sin embargo, es una idea de notable persistencia, resistente al más crudo testimonio de la realidad.

Tan arraigado está este prejuicio que merecería formar parte del inconsciente colectivo, si tal cosa existe; pero lo cierto es que es explotado por la  publicidad y la propaganda de la forma más irracional, por ejemplo, mostrándonos ídolos del deporte o la farándula con artículos que no tienen nada que ver con sus reales o supuestas habilidades, con el mensaje subyacente de que si ellos lo hacen debe ser también bueno para nosotros.

Y éste es el quid de la cuestión: de cómo ídolos del arte, el deporte o la ciencia, pueden convertirse en propagandistas de mensajes ponzoñosos, de cuánto daño pueden hacer en el público que cree en ellos y de cuál puede ser su responsabilidad personal por los perjuicios que  causan en personas inadvertidas o en terceros, víctimas inocentes.

Los partidarios de Dudamel oscilan desde los que creen que en realidad no es chavista sino que se adapta a la situación para poder realizar su obra y que se comportaría igual cualquiera fuera el gobierno; hasta los que argumentan que aunque sea chavista debe ser considerado como un virtuoso, independientemente de su posición política.

He aquí otra vez la eterna cuestión del arte puro, de la estimación del artista en cuanto tal, libre de sus inclinaciones personales y de responsabilidad moral y política, la clara separación del hombre y su obra.

El problema es determinar si esto es realmente posible o sólo un truco argumentativo.

LA MÚSICA DEL TOTALITARISMO

Una vez más, la mayor proliferación de estudios y reflexiones sobre este conflicto nos la proporciona la experiencia del nacionalsocialismo, por un lado por la proverbial inclinación alemana a la especulación abstracta y, por el otro, la característica vocación polémica de los judíos, que han abordado el tema desde todas las aristas posibles, sin que hasta la fecha se haya llegado a una conclusión satisfactoria.

El modelo más remoto podría ser el mismo Richard Wagner, de cuyo nacionalismo y antisemitismo no existen dudas. Con este espíritu su viuda, Cósima Wagner, fundó el festival de Bayreuth, que fue la vitrina cultural del nacionalsocialismo bajo la dirección de su nuera, Winifred Wagner, desde 1931 a 1944, amante de Hitler, a quien siempre llamó “nuestro adorado Adolf”, hasta su muerte, en 1980.

El más próximo sería Valery Gergiev, director del teatro Mariinsky de San Petersburgo y de prestigiosas instituciones musicales occidentales, con mucho el director más laureado que cayó en la diatriba política por su incondicional apoyo a Vladimir Putin.

VG ha firmado comunicados poniéndose al lado de Putin en momentos álgidos como su postulación a la reelección como presidente de Rusia, el boicot a los juegos olímpicos de Sochi, el affaire de las Pussy Riot, la promulgación de leyes antigays, la recientemente controversia con la UE por la anexión de Crimea y la guerra de Ucrania.

Lo más interesante de VG es que con motivo de las protestas que ha recibido en sus giras por occidente se sintió obligado a publicar un intento de justificación que es un estupendo compendio de los argumentos eternamente esgrimidos en estos casos.

En resumen, personalmente él nunca ha discriminado a nadie; luego, él es un artista y como tal, está enfocado en su obra, que se expresa en el éxito del teatro Mariinsky y como director de la Orquesta Filarmónica de Londres, etcétera. En torno a Crimea, es un problema complejo que no puede resumirse en la palabra “anexión”. Curiosamente a  un hombre tan culto y poderoso no se le ocurrió nada mejor sino decir que Mariinsky es el Bayreuth ruso, esto es, la vitrina cultural de Putin.

La lista de artistas controvertidos por la política podría hacerse interminable: Prokofiev, Shostakovich, Jachaturian, que sufrieron los vaivenes de las purgas estalinistas, pero al final, fieles servidores de la URSS. El pianista Sviatoslav Richter, gran propagandista del régimen soviético, recordado por las protestas de que fue objeto en USA y Europa. David Oistrakh, virtuoso del violín, profesor del conservatorio de Moscú, retrato vivo del perfecto ciudadano soviético, humilde y servil, quizás demasiado servil.

Frente a ellos aparecen personajes incómodos como la pianista María Yudina, recordada por un incidente que la vinculó indisolublemente con Stalin a quien conmovió su interpretación del concierto Nº 23 de Mozart, que escuchó por la radio. El tirano pidió la grabación al estudio y como la transmisión era en vivo, tuvieron que precipitarse a hacerla en el acto, trabajando hasta la madrugada para producir ese solo y único disco.

Stalin agradecido le envió un premio de veinte mil rublos a lo que ella le contestó con una carta suicida que decía más o menos así: “Le agradezco, Joseph Vissarionovich, por su ayuda. Voy a rezar por usted día y noche y pediré a Dios que perdone sus grandes pecados contra el pueblo y el país. El Señor es misericordioso y El le perdonará. Yo di el dinero a la iglesia a la que asisto”.

María Yudina era una judía conversa de manera que el dinero fue a dar a la Iglesia Ortodoxa Rusa. Contra todo pronóstico, Stalin no hizo nada contra ella y es fama que la grabación se encontró en su tocadiscos el día de su muerte, el 5 de marzo de 1953, probablemente, lo último que escuchó en esta vida.

Esto nos lleva a otra pianista problemática, Gabriela Montero, que ha compuesto una pieza a la que tituló “Expatria” y dondequiera que la interpreta da una explicación sobre la tragedia que atraviesa este expaís, lo que le ha causado grandes inconvenientes y conflictos con extremistas que nunca escuchan callados, por lo que es fácil predecir que su carrera será afectada no sólo en Venezuela sino en los escenarios internacionales.

Y con esto llegamos al punto: ¿Quién tiene razón? ¿Es lo mismo servir al totalitarismo que desafiarlo? ¿Pueden ser juzgados unos y otros con el mismo rasero?

A veces la grandeza de una actitud consiste en obligar a los demás a definirse.

MEFISTO

La fábula es simple: Un hombre vende su alma al Diablo a cambio de la satisfacción de deseos habituales: fama, dinero, mujeres (el poder no, que celosamente conserva el Diablo). La moraleja también es simple: se cambia algo esencial por vanidades.

Aunque todo parezca marchar pacíficamente, el Diablo siempre puede aparecer a cobrar su crédito: Valery Gergiev lo sabe vívidamente. Putin invirtió setecientos millones de dólares en plena crisis para reinaugurar el Teatro Mariinsky, del que lo nombró Zar; pero no hay ni un solo caso de conflicto con la opinión pública en que no haya recurrido a reclamarle apoyo para darse un baño de civilidad y éste ha cumplido diligentemente.

Dudamel también ha cumplido: apareció en la primera escena de apertura de TVES, luego del cierre y robo de instalaciones de RCTV, uno de los momentos más bajos por los que pasó la tiranía de Chávez, quien lo condecoró y nombró padrino de la “Misión Música”. Hizo la banda sonora de la película propagandística “Libertador”. Allí lo vemos compungido haciendo guardia al ataúd que supuestamente contendría los restos del tirano. ¿Gran escándalo con la niñera de Elías Jaua en Brasil? Aquí está la oportuna foto de Dudamel con la niñera. Y así, ad nauseam.

“El sistema” en Europa, EEUU y el resto del mundo, no es una cosa aterrorizante, como pretenden hacer ver algunos, sino el símbolo de un país armónico, un conjunto de jóvenes rescatados de la miseria a través de la magia de la música.

El dilema se impone de manera aplastante: o el régimen no es tan malo o Dudamel no puede ser tan bueno; la maldad de uno es incompatible con la bondad absoluta del otro.

Esto trae a la memoria el caso de un colega profesor de la UCV que desempeñaba un altísimo cargo y que en uno de esos momentos álgidos que puede ser cualquiera, como el asalto a Los Semerucos o la cadena de Chávez maldiciendo al Estado de Israel, estaba al teléfono con su hija, que ya había abandonado el país.

La muchacha preguntó: ¿Y ese es el régimen del que tu formas parte? Sí, respondió el amigo. ¿Y no te da vergüenza? Ese día fue que decidió renunciar al cargo, porque advirtió que podía perder el cariño o el respeto de su hija, o las tres. Y eso era algo que no estaba dispuesto a sacrificar, ni siquiera por la revolución, confesó tristemente.

Probablemente Dudamel no tenga familiares así, o están imbuidos por la magnificencia de su gloria que se convencieron que él no es bueno porque hace cosas buenas, sino que las cosas son buenas porque las hace él; pero llega el día en que su imagen no beneficia más al régimen, sino al contrario, el régimen daña su imagen.

La otra salida, que él es un artista puro y que no debe “politizarse” por ser una especie de patrimonio nacional, un factor de unidad en que todos los venezolanos podrían encontrarse, fuera de la polarización política, además de irreal tiene la desventaja de lo antirrevolucionaria que resulta.

Precisamente, lo que exigen los revolucionarios constantemente es el compromiso (social, político) de artistas e intelectuales. Para ellos no hay arte puro, ni artistas neutros, sino  que se es revolucionario o contrarrevolucionario, no hay otra posibilidad.

Sería demasiado cómodo ser un artista comprometido con el proceso, con el régimen, con la revolución o personalmente con el caudillo, como se prefiera decir, y luego, a la hora de la verdad, salir que eso de que el arte es una cosa y la política otra, que se está con lo bueno, pero lo malo no les concierne.

Valery Gergiev lo ha dicho nítidamente: Él personalmente no discrimina a nadie, sirve a todos por igual, tiene miles de admiradores en todas partes muchos de los cuales son sus amigos, ciertamente también podría decir que no se ha anexado a Crimea o derribado un avión de pasajeros con un misil a diez mil metros de altura; el problema es que el régimen de Putin sí lo hace y él lo apoya con idéntica nitidez.

Dudamel no dice nada, deja que sus actos hablen por sí mismos. Al fin y al cabo, si la situación se pone muy incómoda, cualquier orquesta lo recibiría encantada, desde Los Ángeles pasando por Gotemburgo hasta Tel Aviv.

Como muestra el caso de Herbert Von Karajan, que tocaría las mañanitas en el cumpleaños del Führer, occidente suele ser muy indulgente con el talento.

Luis Marin
lumarinre@gmail.com
@lumarinre

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