YSRRAEL CAMERO |
Hace poco más de un año un grupo de amigos conversábamos sobre las
expectativas que teníamos para Venezuela en 2014. Ante la interrogante directa
no pude sino contestar con dos reflexiones que se tornaron dramáticas. En
primer lugar señalé “¡No se van a aburrir!”, a pesar de que no tendríamos
elecciones 2014 prometía ser un año de movilizaciones sociales y políticas
importantes, derivadas tanto de la profundización de la crisis económica y
social como de la rápida erosión de liderazgo dentro del chavismo. En segundo
lugar agregué “¡Extrañaremos el 2013!”, todos los indicadores económicos
señalaban que la crisis se profundizaría y se extendería a todos los campos y
niveles de la vida social y económica, con lo que nuestros escasos ingresos
serían cada día más insuficientes para mantener cierta calidad de vida.
Lamentablemente en ambos casos me quedé corto.
Una economía en caída libre
Durante el año 2014 la crisis socioeconómica se agudizó al ritmo
de la caída de los precios petroleros, de la destrucción sistemática de PDVSA,
y de la incapacidad gubernamental para realizar cambios en el modelo que nos ha
llevado al foso improductivo y dependiente en que nos encontramos.
La legislación aprobada a través de la Ley Habilitante, aparte de
todas las iniciativas del Ejecutivo, apuntan hoy en dirección contraria a la
recuperación que requiere la economía venezolana, y el dogmatismo ideológico
junto con la incapacidad auguran más controles y menos producción para 2015.
Con una inflación que supera el 70%, la más alta del mundo, la
política de controles de precios se ha evidenciado, nuevamente, como un fracaso
estrepitoso. La sistemática destrucción del aparato económico venezolano, que
llevó a la mayor dependencia importadora de nuestra historia, alcanzó a PDVSA,
llevándola prácticamente a la quiebra. El desabastecimiento y la escasez se han
convertido en paisaje cotidiano para los venezolanos.
CONINDUSTRIA ha alertado que caída del PIB industrial puede
alcanzar el -10% en 2014, en un contexto en el cual la caída del PIB venezolano
se ubica entre -1% para los más optimistas (CEPAL), -4% para algunos
economistas, y -6,5% para los analistas de Barclays. La falta de transparencia
de la información oficial perjudica también cualquier análisis, aunque nadie es
ya capaz de negar la profundidad de la crisis.
La destrucción del valor adquisitivo de la moneda nacional golpea
directamente sobre la población más pobre, pero también se expresa en la
desaparición de la clase media profesional venezolana, que ve desaparecer
rápidamente su calidad de vida, su capacidad de ahorro y sus posibilidades de
labrarse un futuro autónomo.
Este derrumbe económico ha tenido un gran impacto social negativo,
que el gobierno ha pretendido ocultar al esconder o disfrazar las cifras. El
aumento de la pobreza no puede ser negado. El aumento del gasto público
inorgánico, sin respaldo real, representa una devaluación cotidiana del
bolívar, minimizando el salario de los venezolanos.
El mal estado de la economía ha afectado el apoyo popular que
otrora tenía el chavismo. La popularidad de Nicolás Maduro está por debajo del
veinte por ciento, y no hay institucionalidad política que lo sostenga, por eso
juega a los malabares, mientras avanza la militarización del poder.
Moderados y radicales, reformistas y revolucionarios, cubanófilos
y militaristas, planificadores al estilo soviético y pragmáticos, en un cruce
caótico múltiples tendencias pretendieron darle una dirección a la política
económica del gobierno. Este caos terminó en nada, la política de los controles
discrecionales, de la retórica hueca e irresponsable, de la acumulación de
parches que solo expresan la vigencia de una mentalidad totalitaria, fue lo que
se impuso en la práctica. Pretender hacer pervivir un modelo que nunca funcionó
implica un gigantesco costo político, económico y social. El petróleo ya no
salvará a Maduro, ni al régimen que preside.
Una conflictividad luctuosa e infructuosa
Por otra parte 2014 fue un año conflictivo en materia de
movilizaciones. Pero el grueso de dicha conflictividad estuvo poco conectado
con la crisis socioeconómica y muy vinculada al tema específicamente político:
las famosas guarimbas. Las movilizaciones que se iniciaron en febrero
lamentablemente ocasionaron más de cuatro decenas de fallecidos, incrementaron
la represión gubernamental, la violación de los Derechos Humanos y la
persecución política, sin propiciar un cambio efectivo en el funcionamiento ni
en la correlación de poder en la sociedad.
Paradójicamente, la caída en la popularidad gubernamental no se
debió a las movilizaciones sino a la incapacidad del gobierno para detener el
impacto socialmente destructivo del derrumbe del modelo socioeconómico que
quisieron imponer a la sociedad venezolana.
El efecto de las movilizaciones si fue importante dentro del
liderazgo opositor. Las tensiones internas dentro de la oposición tienen larga
data, pudiendo rastrear divergencias recurrentes a lo largo de estos tres
lustros. Varios episodios de los últimos dos años podemos recordar como
expresión genealógica de dichas tensiones, como por ejemplo, las movilizaciones
truncadas tras las presidenciales del 14 de abril, la iniciativa
“Constituyente” anunciada por algunos factores a finales de ese mismo año, etc.
La construcción de la Mesa de Unidad Democrática fue un arduo
trabajo de filigrana política para equilibrar visiones contrapuestas y
otorgarle direccionalidad política a las acciones de la oposición democrática,
encauzando la búsqueda del cambio democrático en una política de crecimiento
que tuviera expresiones electorales. En el marco de las movilizaciones la MUD,
su configuración, su liderazgo y su estrategia, fueron sometidas a fuertes
críticas por algunos sectores de la misma oposición.
Dos fracasos mellizos emergieron de esta coyuntura: la política de
confrontación en calle, “La Salida”, y la política del “Diálogo” se cerraron
sin lograr cambiar ni la correlación ni el funcionamiento del poder. Estos dos
fracasos son hermanos, a la calle le faltó política y a la política le faltó
calle. Se debió combinar la negociación política con la política de
movilización y confrontación en la calle, pero alrededor de objetivos políticos
concretos y viables. La selección de poderes públicos independientes,
incluyendo el Consejo Nacional Electoral, pudo haber sido un objetivo político
concreto para presionar, al unísono, en calle y en la mesa de negociaciones
políticas. No se hizo, los vasos comunicantes entre salidistas y dialogantes
estaban rotos. Una política de confrontación en calle sin negociación política
no tenía viabilidad real, y una participación en una mesa de diálogo sin
capacidad para meter presión masiva en la calle tampoco. Allí se perdió la gran
oportunidad política de 2014.
La salida de Ramón Guillermo Aveledo puede ser considerada epílogo
del conflicto dentro del liderazgo opositor, así como los cuestionamientos
crecientes al rol del gobernador Capriles. El presidio político de Leopoldo
López, la defenestración de la diputada Machado, el exilio de varios líderes
del salidismo, pueden ser vistos como parte de un proceso de debilitamiento de
la capacidad operativa de varios sectores de la oposición, en una coyuntura
social donde Venezuela nos exige fortaleza.
En este escenario el partido Un Nuevo Tiempo ha ratificado durante
2014 su vocación unitaria, frenando las tentaciones divisionistas dentro de la
MUD, así como ha fortalecido su organización en un proceso democrático interno
que ha permitido renovar al partido. La realización del Congreso Federal en
noviembre de este año fue ocasión también para ratificar el compromiso con el
cambio político, económico, social y cultural que requiere Venezuela y que va
más alá de la coyuntura de las elecciones parlamentarias de 2015, pero que la
incluye.
La respuesta gubernamental implica cambios importantes, reforzando
una preocupante tendencia. La militarización del poder político ha sido la otra
cara de dicha conflictividad. Cada vez más se deja ver que el verdadero
proyecto del chavismo es rojiverde. La violación de los Derechos Humanos, la
persecución y represión política, la judicialización de la política y la
politización de la justicia, expresa el reforzamiento del control militar sobre
el poder de lo que poco que queda de institucionalidad estatal.
Si entre 1999 y 2010 el régimen venezolano se constituyó en un
autoritarismo competitivo, una especie terrible de ornitorrinco de la política,
luego de 2010 se ha acentuado su carácter autoritario. Esto se reforzó durante
2014, el escenario de los medios de comunicación es sintomático, la compra
agresiva por parte de “grupos empresariales” interesados en “bajar el volumen a
la política” se acompaña con expresiones de autocensura o censura explícita.
Existen aún los espacios para la disidencia y la oposición, de hecho en 2015
las elecciones parlamentarias serán ocasión para promover el cambio a partir
del sufragio popular, pero el contexto es cada día más hostil para el ejercicio
de la disidencia política.
Mirando al 2015
Con un precio del petróleo que roza los 50 dólares por barril, con
una economía en caída libre, una sociedad dependiente, un régimen que se
desliza por un lado hacia un mayor autoritarismo mientras que por el otro se
muestra incapaz de responder a la crisis socioeconómica, el escenario es de
agudización de los conflictos sociales y políticos. He de repetir mi percepción
del año pasado, será 2015 un año de movilizaciones y económicamente miraremos
con ilusa nostalgia el año 2014.
No perdamos las oportunidades de 2015 como perdimos las de 2014.
En medio de esta crisis el gobierno tiene claro que una derrota electoral en
las elecciones parlamentarias de 2015 es altamente probable, pero se le hace
difícil escapar al sufragio popular. La estrategia diseñada para evitar esta
inminente derrota es debilitar las opciones electorales de la alternativa
democrática. Promover la división en las filas de la oposición, aupando las
divisiones internas, montando candidaturas ficticias que confundan al ciudadano
democrático, es una táctica empleada. La otra es incrementar la abstención del
electorado opositor, incrementando la represión, la persecución política, el
autoritarismo, el abuso, el atropello y la ilegalidad, fortaleciendo la
sensación de indefensión cívica, promoviendo la apatía o el radicalismo
infructuoso. Ante esta estrategia tenemos que responder con firmeza, unidad y
movilización de las fuerzas democráticas, convirtiendo la legítima indignación
ciudadana en una avalancha de votos para construir, desde la Asamblea Nacional,
el cambio que el país nos está exigiendo.
Ysrrael Camero
ysrraelcg@yahoo.com
@ysrraelcamero
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