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lunes, 19 de enero de 2015

ANTONIO JOSÉ MONAGAS, LA DESESPERACIÓN DEL ALACRÁN, PIDO LA PALABRA, VENTANA DE PAPEL,

ANTONIO JOSÉ MONAGAS
En la desesperación, la política fenece. Más al reconocer que la desesperación es como una enfermedad mortal.  Es lo que sucede cuando algunos animales ponzoñosos entran de tan intemperante crisis de vida.

Conciliar responsabilidades con desesperación, es casi un suicidio a cielo abierto. Cuando cunde la desesperación, el pensamiento se embota y las acciones se atropellan al aglomerarse sin orden ni claridad alguna. Aunque mucho peor resulta del hecho cuando la desesperación se hace hábito ante la confusión que asalta ideas afanadas por dar con algún objetivo todavía indeterminado en la confusión en la cual ilusamente se recrea. De hecho, es indudable el grado de complicación al que se llega cuando el norte es confundido con el sur por aquello de que las polaridades parecieran homogeneizarse en el plano del caos que mejor explica la Segunda Ley de la Termodinámica.

Sin embargo, este mismo asunto proyectado al ámbito de la política, entendida ésta como cotidianidad y necesidad, adquiere otro matiz que si bien luce comparable, tiene su propio proceder. Primeramente, en política, cualquier actitud de desesperación termina frustrando o arruinando toda pretensión de gestión. Incluso, más allá de las ideologías que sostienen los distintos proyectos políticos de gobierno. Sobre todo, de programas gubernamentales que pecan en anuncios democráticos que ni siquiera son atendidos. Y que además, por arrogarse la condición de popular, se reducen a meras mamparas para así evitar ser descubiertos en sus recónditos propósitos.

En el plano de tan confabuladas realidades, suelen emerger actitudes despóticas. Actitudes éstas tentadas por el afán de apropiarse del poder sin más recursos que aquellas emociones negativas o peligrosas capaces de torcer el rumbo de una nación. Como en efecto sucede cuando la desesperación domina sobre la inteligencia y la moralidad de quienes en principio se atribuyen la presunta responsabilidad de conducir procesos de gobierno. Sin embargo, en el fragor de revueltas así, poca cabida tienen las esperanzas. Es ahí cuando la desesperación, revisada desde la perspectiva de la política, toma forma de amenaza. Pero rebosante de la fuerza necesaria para impulsar los peores errores que desde el poder pueden cometerse.

El gobernante desesperado, es víctima de su propia trampa sin más limitación que la que levanta en su desmesurada angustia para después dejarse arrastrar por la violencia, el resentimiento o la exasperación. Así llega a elaborar decisiones tan equivocadas y contradictorias, que se convierten en la espiral que inducirá, tristemente, la perdición de lo que en un momento constituyó la motivación de su propuesta política. 

Es decir que en la desesperación, la política invoca la muerte de lo que avivó. En la desesperación, la política fenece. Por eso se dice que la desesperación es como una enfermedad mortal.  Es lo que sucede cuando algunos animales ponzoñosos entran de tan intemperante crisis de vida. Sólo que en política, la desesperación le infunde valor al demagogo y brío al corrupto. Sobre todo, cuando estos adalides del populismo grosero se sumergen en el caos creado por sus mismas artimañas. Es como hablar de la desesperación del alacrán.

VENTANA DE PAPEL

OJO AVIZOR

La crisis a la que este régimen ha sumergido al país en todas sus manifestaciones, es insólita vista desde cualquier ángulo. Pudiera decirse que la ha hundido hasta donde la anegación supera todo límite de supervivencia. Venezuela está convertida en un espacio dominado por la infamia, el ultraje y la deshonra cometida por quienes actúan como sus más acérrimos enemigos. La historia política contemporánea es testigo de ello. La sociedad venezolana se ha visto humillada cuando después de haber superado tiempos de penuria económica y de opresión social, ha retrocedido a horizontes caracterizados por la incertidumbre, la oscuridad y el tormento. Particularmente, por largas hileras de venezolanos agolpados frente a establecimientos que deberían ofrecer oportunidades de decencia, de dignidad y de honor. Pero no es así. El camino para que el país haya llegado a tales extremos, ha sido el de la resignación en conjunto con la subordinación a la que está sometido. Al parecer, la orden de esbirros embutidos en trajes de gobernantes, ha sido la de oprimir al pueblo para acostumbrarlo a la mediocridad de la cual se insufla el modelo político puesto en marcha a manera de ensayo: el mentado socialismo del siglo XXI. Aunque en su apología, pareciera haber un craso error al momento de puntualizar la época. Debió transcribirse como “socialismo del siglo XIX”. Hubo una omisión cuando quiso escribirse XIX saltándose un lugar la letra “I”. Así que nada sorprende ver inmensas colas de personas de cualquier edad a la entrada de tiendas, abastos y supermercados. La desvergüenza es de tal desproporción, que no conforme con la paciencia que estos venezolanos han tenido que armarse, la violencia física ha sido fiera por tomar de los anaqueles los únicos y últimos productos que se ofertan. Todo se redujo a la forma de un círculo. De un círculo vicioso que cada día atrapa más al país con la intención de masticárselo para luego saboreárselo a sabiendas de su gusto amargo. No obstante tan deslucida forma de gobernar, comienza a verse frenada por cuanto volvieron las reacciones por parte de la población de sentimientos y esperanzas democráticas contra la superioridad gubernamental demostrada a través de la soberbia, la rabia y la inquina da la que a diario hacen gala funcionarios de alta y media jerarquía. Incluso, de baja jerarquía. quienes muchas veces sienten la vergüenza necesaria y suficiente a partir de la cual han asumido una firme actitud de protesta. De manera que ya no hay mucho tiempo para hacerle ver al resto del mundo el ensañamiento del régimen por desquitarse la imagen de atropello que lamentablemente ha cultivado. Al pueblo venezolano ya se le acabó su capacidad de conformidad y de obediencia. Las posibilidades de sostenerse con trampas electorales y infames argucias, se han mermado. Sólo queda enfrentar al despotismo y al autoritarismo. Así que en adelante, hay que actuar ojo avizor.

CERCADO POR LA CRISIS

Un viaje por China, Rusia, Portugal, y países de la OPEP que lejos de haber sido provechoso para el país, resultó ser sólo derroche, es el resultado de la gira presidencial cuya descomunal comitiva integrada por familiares e incapaces altos funcionarios sólo fue motivo para hacer turismo con divisas impropias. Sin duda, esto ha generado una inmensa molestia que bien puede traducirse en gruesos reclamos de cara a la situación de crisis económica, social y política por la que atraviesa Venezuela. De hecho, la Constitución de la República da pié para protestar “cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticas o menoscabe derechos humanos. Al menos, así reza el precepto constitucional (Artículo 350). La administración de gobierno ha sido impúdicamente acomodaticia para encubrir los dolosos manejos financieros que han enriquecido a los colaboradores presidenciales de mayor capacidad de adulancia. Esta conducta, avalada por dictámenes del Poder Judicial y de leyes improcedentes en el plano de la democracia, ha hecho que el país haya quedado a la deriva del curso de los alcances determinados por el desarrollo económico y social alrededor del cual se ha apegado la mayoría de los países latinoamericanos en los últimos años. Incluso, aquellos que en algún momento estuvieron entre los más retrógrados. Pero la voracidad por el poder, consumió el escaso nivel de gobernabilidad que en un principio definió a Venezuela por encima de muchos países vecinos. Pareciera que esta gira presidencial fue una especie de ensayo donde se ha querido practicar la cobarde estrategia de “huir hacia delante”. La exacerbación generada por la falta de los insumos habituales que determinan un nivel aceptable de calidad de vida, ha alcanzado a la inmensa mayoría de venezolanos. Sobre todo, de quienes al contrario de los personajes del alto gobierno, siempre protegidos y con todo a la mano, están al borde del abismo personal pues no tienen forma de conseguir alimentos y demás insumos que se requiere para vivir con decencia y dignidad. Tan grave malestar ha infundido razones para que los integrantes del Ejecutivo Nacional sientan temor y vivan con miedo. Con el miedo que hace recular cualquier decisión mal tomada o tomada a medias. Más, porque el gobierno, hoy más que nunca, se encuentra irrefutable e innegablemente cercado por la crisis.

“Cuando el político confunde su proceder con el de quien presume de astuto por ganar una competencia, cae en la trampa que la desesperación le tiende al hombre carente de principios y de razones para enfrentar los problemas con ecuanimidad y responsabilidad”

Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas

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