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sábado, 20 de diciembre de 2014

FELIPE GUERRERO, GRITO DE LIBERACIÓN

FELIPE GUERRERO
Un conocido escritor chileno (Sebastián Urrutia) afirma: «Uno tiene la obligación moral de ser responsable de sus palabras e incluso de sus silencios. Los silencios ascienden al cielo y Dios los oye, así que mucho cuidado con los silencios». Silencio es escribir sin decir lo que se ve, silencio es justificar lo que no se puede justificar. Silencio son las explicaciones sin fundamento, pero el miedo es la mayor forma de silencio, porque cobardemente oculta la realidad.

Esta estación del Adviento es un buen tiempo para recordar que  alrededor de los años treinta después de Cristo, en la Betania del otro lado del Jordán, un joven predicador agitaba a la gente  que se aproximaba al Mar Muerto. Frente al estruendoso mensaje de aquel hombre, una comisión de sacerdotes y levitas vinieron a interrogarlo, con las mismas preguntas que nos hacen a quienes distantes del poder vivimos a la intemperie. Con la interpelación «¿Tú, quién eres?» buscaban conocer su identidad. Aquel líder ofreció una enigmática respuesta: «Yo soy la voz de uno que clama en el desierto»
El joven que se llamaba a sí mismo «La voz de uno que clama en el desierto» era Juan el Bautista que usaba las palabras del profeta Isaías. La frase resume lo que era aquel líder: Era, ante todo una voz, un hombre con un mensaje. Ese mensaje había de ser presentado en un singular escenario: en el desierto. Juan predicó literalmente en un desierto físico; sin embargo, «el desierto» al cual se refieren Isaías y Juan era más que piedras, arena y escorpiones; era el desierto de las injusticias, de los atropellos, de la corrupción y de los abusos del poder. Quienes vienen a interrogar,  a amedrentar y a intimidar son los representantes del poder religioso en conchupancia con el corrompido poder político, pero la ilegal alianza no pudo silenciar aquel estruendoso discurso de Juan que en las orillas del Jordán se atrevió a ser una voz donde otras voces habían sido calladas.
Este Juan era un hombre con cabello despeinado por el viento y con la piel quemada por el sol. Su tosca vestimenta estaba hecha de pelo de camello, alrededor de su cintura tenía un ancho cinto de cuero. Vivía de lo que producía la tierra, subsistiendo a base de una dieta de miel y de vegetales, entre ellos el fruto del algarrobo llamado langosta. El ambiente en que Juan vivió al comienzo de su vida fue el escabroso terreno de Judea oriental. Allí aprendió la autodisciplina. A partir de ese escenario, emergió la voz que proclamaba la «negación de sí mismo» para transitar por un desierto en donde no hay halagos, ni prebendas,  ni satisfacciones de  poder.
Cuánta falta nos hace en esta hora que se eleven las voces cristianas capaces de denunciar las injusticias en estos desiertos venezolanos. Resulta buena esta estación del adviento, para elevar nuevos gritos de liberación. Necesitamos alzar la voz para que se oiga nuestro lamento, como un profundo deseo que nace desde lo más íntimo de la naturaleza de un ser humano.
En este adviento estamos obligados a ser las voces que clamamos en el desierto para hablar en nombre tantas familias despojadas, de tantos seres humanos que carecen de lo elemental para subsistir, tenemos que ser la voz y  el grito de la infancia ultrajada, grito de tantos despojados de la dignidad del trabajo, un grito que quiere desprenderse de la pesada losa de la miseria, de  la corrupción y de la guerra…
En este tiempo de adviento, Dios emite alaridos ante la sordera el hombre y nosotros los discípulos del Nazareno gritamos ante la dureza del corazón humano de los poderosos.
En esta estación del adviento, Juan desde el Jordán nos enseña a quejarnos y a reclamar a favor de la dignidad de la persona. Los seguidores del Dios de la pesebrera estamos obligados a gritar estruendosamente el mismo compromiso. En esta hora no está permitido guardar silencio.
Sabe profundamente a traición ver a cristianos con dones escondidos, con sabiduría ocultada, con capacidades nobles que se retraen y no actúan porque están convencidas de que su misión única es la de callar las grandes verdades. Cuántos gritos velados. Dolor que se agazapa en el silencio incapaz de brotar al exterior y provocar el reclamo de la ansiada justicia.
En estos desiertos de la patria, hay silencios que oprimen pero que estamos obligados a romper para ser libres. Acabar con el silencio que nos reprime es una tarea de todo aquel que desee vivir una vida que valga la pena. Cuando callamos por miedo, el silencio es solo una expresión de cobardía
La autocensura es un acto de extremo acobardamiento, porque callar la verdad nos hace profundamente mentirosos. En este adviento vamos a ser la voz que clama justicia, a fin de evitar integrar la legión de los hombres que esconden su cobardía detrás de los silencios.
El grito de liberación es una exigencia de justicia. El grito de liberación es hacer el milagro de darle voz a los mudos.
Felipe Guerrero
felipeguerrero11@gmail.com

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