TRINO MÁRQUEZ |
Las luces de alerta
las han encendido los mejores especialistas venezolanos.
Si se excluye a
Haití, Venezuela es el país con el peor desempeño económico del continente americano,
a pesar de poseer una de las mayores riquezas petroleras del mundo. Todos los
indicadores que miden el crecimiento y el bienestar muestran un comportamiento
pésimo. Es la única nación de Latinoamérica que no crecerá en 2014, mientras
que el promedio para la región -según el Banco Mundial- es 2.9%, cifra
apreciable porque el aumento de la población es de 2.1%. Países de la ALBA
-como Bolivia, Ecuador y Nicaragua- han aumentado significativamente su PIB per
cápita, entre otras razones por las transferencias venezolanas. La inflación
-ya se ha convertido en un lugar común señalarlo- es la más alta del continente
y una de las más elevadas del planeta.
Varios economistas
que integran la Academia de Ciencias Económicas han advertido acerca del
peligro de entrar en una espiral hiperinflacionaria (incremento de precios de
tres dígitos o más). En el rubro de los alimentos ya podría decirse que se
alcanzó ese umbral. La escasez de productos de alta demanda, incluidas algunas
medicinas, se montó en un nivel superior a 30%, mayor al registrado después del
paro petrolero. La desindustrialización galopa debido a la fuga de empresas
hacía el exterior y a la falta de inversión nacional y foránea.
Preocupación
Las luces de alerta
las han encendido los mejores especialistas venezolanos, algunos de los cuales
han tenido que marcharse al extranjero. Hasta algunos economistas y gente
vinculada con el Gobierno han señalado que la situación es preocupante y que
los planes oficiales no han dado los resultados esperados. Alí Rodríguez Araque
-hombre cuya lealtad con el proyecto revolucionario es inquebrantable- indicó
en unas declaraciones emitidas hace varios meses, que las estatizaciones habían
resultado excesivas e innecesarias. Jesús Farías, diputado del PSUV y
entusiasta promotor de la intervención estatal, también ha declarado llamando
la atención sobre la inconveniencia de seguir por el camino de las
confiscaciones. Los diagnósticos de unos y otros, aunque difieren en los
enfoques, coinciden en apuntar que la pendiente se ha inclinado demasiado.
Frente a este cuadro,
¿cuál ha sido la respuesta del Gobierno? El Presidente de la República se ha
debatido entre introducir los ajustes que corrijan los entuertos o mantener la
misma política de cerco a la iniciativa particular, controles y regulaciones
desmedidas. En algunas coyunturas parecía que se inclinaría por adoptar
posturas pragmáticas alineadas con las políticas de las naciones que han podido
crecer fomentando la equidad distributiva a partir del fortalecimiento del
sector privado. Chile, Perú, Brasil y Colombia representan algunos ejemplos que
deben destacarse. En ellos el auge económico y el fortalecimiento del sector
privado ha ido ligado a una distribución cada vez más equitativa entre el
capital y el trabajo asalariado y a un comportamiento del Estado que ha
permitido mejorar la salud, la educación, la seguridad social, la modernización
de las infraestructuras, el acceso a la vivienda y a servicios públicos de
calidad. El bienestar social ha mejorado. Las expectativas de una vida mejor y
más prolongada son más altas. Las clases medias se han ensanchado. La sociedad
se parece más a un hexágono que a una pirámide. El Estado se ocupa de lo que
tiene que atender porque es su obligación intransferible mientras fomenta un
clima que favorece la producción y la productividad.
El caso que
usualmente se menciona es el de Chile, que con gobiernos de centro derecha o
centro izquierda ha mantenido una estrategia coherente en la que coexisten el
Estado y la sociedad. Sin embargo, ya la nación austral no es la excepción sino
la norma. Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega, tan cercanos al proyecto
ideológico bolivariano, se han plegado al mismo esquema.
Desde hace años esos
gobernantes no impulsan ninguna invasión, confiscación, toma de empresa o
violación de los derechos privados establecidos en la Constitución y las leyes
de sus respectivos países. Son regímenes que introdujeron la reelección
indefinida y tratan de eternizarse en el poder cometiendo abusos inadmisibles
en una democracia, pero son capaces de separar el autoritarismo del fanatismo
ideológico.
En Venezuela, la elite gobernante escogió el peor camino. Trata de abrocharse a Miraflores a partir de la destrucción del aparato productivo privado, para reemplazarlo por un modelo estatista en el cual el control es ejercido por un cuerpo de comisarios y burócratas desconectados de la producción y sin la experticia requerida para gerenciar una empresa de forma eficiente.
Los resultados de
esta visión dogmática, dictada por los manuales más ortodoxos de la antigua
URSS, están a la vista.
Trino Marquez Cegarra
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc
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