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miércoles, 12 de noviembre de 2014

JOSE LEOPOLDO DECAMILLI, EL MURO ANTIFASCISTA DE BERLÍN, DESDE ALEMANIA

JOSE LEOPOLDO DECAMILLI
Hace 25 años, en un nueve de noviembre como el que acaba  de  pasar, se desplomó el símbolo pétreo de la infamia marxista-leninista.

Dondequiera que el comunismo lograse imponerse y  asentarse en el poder levantó siempre bochornosos vallados interiores y exteriores, pero ninguno adquirió tan triste renombre como el Muro de Berlín.
Es de público conocimiento que al término de la II Guerra Mundial los aliados dividieron a Alemania en cuatro zonas  (y a Berlín en 4 sectores). Gracias a la asistencia económica de las potencias occidentales, las zonas y sectores  alemanes bajo su administración consiguieron al poco tiempo organizar con éxito su vida, sobre las bases de reglamentaciones de espíritu liberal, y la economía experimentó un fuerte desarrollo. Corrigieron así con mucha cordura los errores en que incurrieron al fin de la primera guerra mundial con el afrentoso Tratado de Versalles. En la zona soviética, en cambio, las cosas no marchaban muy bien. La Unión Soviética, con la eficaz ayuda de marxistas alemanes,  se  había lanzado  a la tarea de estructurar un Estado totalitario, con un completo control de la vida política, social y económica. El cociente: miles de personas -obreros, estudiantes y representantes de la vida cultural- huían por la única puerta abierta (Berlín). 
Este continuo desangramiento, la ola ininterrumpida  de fugitivos , constituían naturalmente una verdadera afrenta para quienes se ufanaban de ser lo gestores  de la redención del género humano . Era imperiosa la búsqueda de una salida.
Ante los rumores que circulaban insistentemente, de que el gobierno marxista se proponía la bárbara solución de construir  un muro que partiese la ciudad en dos mitades, el máximo jefe del Estado de la Alemania Oriental, Walter Ulbricht, desmintió públicamente tal propósito : „Nadie tiene la intención de construir un muro en Berlín“. La mentira le quemó los   labios. Poco tiempo después ordenaba la construcción de un monstruoso  monumento de cemernto y piedra que separaba corazones, calles y barrios. El Estado comunista hizo lo que sabe hacer: encerrar en jaulas a los habitantes para obligarles a gozar de los dones de la bienaventuranza socialista.
Veintiocho años se mantuvo este grotesco monumento  de represión de un pueblo. El Partido Social-Demócrata (Socialista) de la República Federal de Alemania consideró en algún momento  que la única vía para preservar la paz en Europa exigía el reconocimiento de la división definitiva de Alemania en dos Estados. Penosa claudicación. El gran mérito de los dirigentes de la Democracia Cristiana – Konrad Adenauer y Helmut Kohl – fue el haber mantenido  la reivindicación de la unidad de Alemania. La feliz coyuntura histórica, con el ascenso al poder de   Gortbaschov  en la  Unión Soviética y sus liberadoras ideas de ,la perestroika (trasformación, reestructuración) y glasnot (apertura,de transparencia), y la presencia  de masas en las calles    de ciudades alemanas („Nosotros somos el pueblo“),          permitieron finalmente que las ansias de unidad y libertad del pueblo alemán  adquiriesen realidad.
Con el derrumbamiento del "Muro de protección antifascista“ - en la terminología de los ideólogos comunistas- y su profunda repercusión en todo el bloque de países del este- muchos creyeron que la paz  se afincaría al fin en toda Europa y aún  en el mndo entero. Algunos hablaron incluso del fin de la historia...Se olvida que la vida en la tierra, por desgracia, está sometida  a las imperfecciones de la naturaleza humana. 
Su vocación de felicidad  discurre sobre el escabroso sendero en el que frecuentemente se ocultan las raíces venenosas del mal. Mas, una cosa es segura, el desplome del muro de Berlín se ha convertido en el emblema de las más puras aspiraciones humanas, contra los regímenes totalitarios de  cualquier  color.
Jose Leopoldo Decamilli
joledecamilli@gmail.com

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