No existe algo que sea más degradante a la condición
humana que un individuo traicionando, delatando a un semejante. Esta oprobiosa
actitud se vivió de manera dantesca en los años de la Europa dominada por el
nacionalsocialismo o como generalmente se le ha conocido; nazismo.
Fueron tiempos terribles, momentos cuando no era
posible confiar en nadie ni mucho menos en quienes se acercaron al poder para
protegerse, adulando a sus jefes. A esos individuos se les llamó de varias
maneras: colaboracionistas, comisarios culturales o delatores.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial la gran mayoría
de ellos, intelectuales, artistas, académicos o simples políticos, comerciantes
y parroquianos, fueron tomados por las turbas, linchados y colgados entre los
escombros que dejó semejante torbellino bélico.
Esa práctica del individuo transformado en agente
colaboracionista de un régimen fue adecuándose para poder sobrevivir con los
nuevos tiempos.
Los regímenes totalitarios, autoritarios y
militaristas, tanto de derecha como de izquierda, han sabido valerse de estos
tristes y grises personajes quienes, una vez utilizados, son desechados como
podredumbre humana que no tiene más valor para su uso.
Los más osados han sabido encontrar protección de
padrinos, quienes les ubican casi siempre fuera, lejos del país de origen
mientras el resto es sentenciado, generalmente asesinado con tiros de gracia.
A esta gente nadie le tiene confianza ni menos
respeto, pues han vendido su honor por dinero, por un cargo público o por
favores financieros.
Causalmente el laureado Premio Nobel de Literatura
2014, Patrick Modiano, aborda en su obra literaria la temática de los
colaboracionistas en la Francia ocupada por los ejércitos hitlerianos.
En Venezuela siempre hemos tenido estos seres
grises, anodinos y vendidos al mejor postor, sea por dinero, por cobardía o por
resentimiento, bien social o político.
El caso más emblemático fue el del marqués del Toro,
quien cambiaba de bando según la intensidad del conflicto independentista. Unas
veces se las jugó con los patriotas mientras otras, con carta de súplica ante
el mismísimo rey pidiendo clemencia, se pasaba al bando realista. Terminó
enterrado en el panteón nacional.
Ahora en la Venezuela del siglo XXI al régimen de
turno le ha dado por denominar a estos agentes del deshonor humano “patriotas
cooperantes” con pago, bono o gratificación incluida.
Varios de ellos desde hace algún tiempo,
intelectuales y artistas, se han ganado un cargo en el servicio exterior
mientras otros, fablistanes y llamados académicos, medran alrededor del régimen
esperando su mendrugo a cambio de información.
Quienes conocen a estos individuos les dicen
popularmente “sapos” y también “chupamedias”.
Triste terminar señalado por los ciudadanos decentes
de un país de manera tan deleznable. Despreciado. Es humillante para un hijo,
un nieto, saber que su padre, su abuelo se le conoce de esa manera porque una
vez inclinó la cabeza y fue débil ante el Poder.
Juan Guerrero
camilodeasis@hotmail.com
@camilodeasis
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