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jueves, 2 de octubre de 2014

AMÉRICO GOLLO CHÁVEZ, NOTAS PARA SU MAJESTAD.

         Era la tarde, el jardín lucía de impecable verdor con matices florales de variados, caprichosos, multiformes colores y fragancias. La presencia en ausencia del Rey se dejaba sentir a plenitud, colmando todos los espacios con su magia. 

La princesa heredera deambulaba por todos los rincones, vestía su dorada bata de  seda producida por una exclusiva selección de gusanos celosamente conservados para las damas de la familia real durante todo el imperio Ming, en donde se  recogían grabados sus triunfos, sus glorias, de batallas heroicas de las guerras que estructuraron el imperio o los campos de amor, donde la libido alcanzó su plenitud de fuego,  adecuados a cada espacio de su cuerpo, según se alcanzaban los encuentros  de los  grandes períodos,  que se desprendía suelta desde sus hombros para cubrir su desnudez sin obstáculo alguno dibujando a plenitud sus impecables senos cóncavos inhiestos, cálices guardianes de  inalcanzable lujuria inmaculada y los espacios vírgenes de todos los encuentros habitáculos de  lo sublime,  hilvanaba nostalgias, hilaba sueños, entretejía el futuro que  deslizaba entre los dedos su inasible forma. De la manos del Rey había recorrido La República, visitado prudente  la sabiduría de La Política, reflexionado tantas veces  en torno a las lecciones sutiles por sabias del Tao Te King,   según eran las lecciones de Confucio para la realización de los detalles de la verdad, el amor, el poder, conjugados con los testimonios de Agar y de Sara para la realización de los altos destinos, sin que escapase nada de las posibilidades del Príncipe en el Paraíso Perdido, que bien pudiera ser Barataria, ínsula, territorio único donde gobernados y subalternos crecieran en su dignidad diferenciada según juntos iban recreando el mundo. ¿Qué  hacer para que el reino   permanezca, cuáles los secretos del  buen gobierno, cuáles los riesgos surgidos desde dentro, venidos desde fuera?.    Desde dentro de uno. Desde dentro de todos los rincones del imperio y los que llegados desde fuera lo pusieran en riesgo. Sabía, tal la sabiduría del Rey, que compartió desde los primeros momentos,  que la defensa del imperio ante los acosos ajenos radicaba en sus condiciones, en su cualidad interna. Alguna vez, lo recordaba ahora, le escuchó reiterar  que la grandeza del imperio radicaba en su poderío interior, pero que éste, más que en la capacidad bélica y en la fuerza económica - que eran imprescindibles - radicaba en la sabiduría del buen  gobernar para lograr la fidelidad del súbdito como el pleno ejercicio de su libertad, de modo que su conciencia de ser súbdito le permitiese conservar la distancia y ejercer la licitud de sus funciones con grandeza. Dijo, muy fuerte, el súbdito debe sentirse rey en la dignidad de su propio espacio para que no lo tiente la avaricia, para que no lo toque la codicia, pero mantenga con dignidad lo que le es propio y pueda entonces comprender cuál es la propiedad del Rey, la función de ser Rey y la comprensión de lo que es el reino y, sólo así, sabrá qué es ser Rey y cuál su función de súbdito del reino, diría mejor, explicó, ciudadano del reino. Lograr esto era la cualidad del buen gobernar del Rey, que en la memoria del rey padre, evocó la sentencia de Alejandro, el Grande, “debo más a Aristóteles, mi maestro, que a Filipo, mi padre, éste me dio un reino y aquel me enseñó a gobernarlo”. La princesa pensaba en voz alta, sus gestos traducían mucho más la necesidad de escucharse que la de ser oída.

         Absorta se quedó la princesa escuchando el silencio. De sus manos cayó un trozo de futuro que hizo eco según la última sentencia pronunciada por ella. No tuvo tiempo de recogerlo, alguien, quizá uno de sus súbditos anónimos o un visitante de algún otro reino, se levantó para devolverlo. Con su venia, se inclinó para recibirla: 
-“ Permítame decirle que la he estado oyendo, observando todo mi propio tiempo de contemplación según mi propio sueño  y aprehensión de las cosas y hechos. Mis ojos me permiten ver lo que otros se niegan a escuchar y cargo mis oídos con la mirada suficiente para oír lo que tantos se niegan a mirar. Será una Magnífica emperatriz, tal he visto su modo de reflexionar. Pero, lo será igualmente porque ante mí, de momento, invasor - modo de ser mío en este instante,  y no su súbdito porque pertenezco a otro reino, del cual soy fugitivo-  muestra reacciones de prudente sorpresa,  no de terror ni miedo.  Presumo que este tema no fue lugar común entre su Padre Rey, porque está directamente relacionado con las circunstancias y éstas no pueden tener respuestas establecidas en normas ni en reglas, ni siquiera en lineamientos, sino que se reacciona ante ellas para superarlas o se anonada uno y entonces lo derrotan o se derrota uno a sí mismo. Esto lo saben los estrategas del imperio, del propio o del ajeno”.
         Con la suavidad de la prudencia y la largueza del poder, la princesa se dirigió al intruso:
-“La puertas de mi reino están abiertas para llegar a ellas; mas, para atravesarlas se requiere saber quién a ellas llega,  qué trae y qué busca, mucho más que sus motivos. Sin embargo, usted sea bienvenido, ha recogido usted un pedazo de futuro que cayó de mis manos, bien porque me sea difícil retenerlo o  bien, signado estuviese por alguna tragedia el alcanzarlo, por tanto debo saber de su pasado para admitirlo en el futuro o para exigirle el abandono del imperio”.
Así habló y afinó la mirada para oírlo.
-“Permítame volver a señalar que será una gran reina. No preguntó quién soy, ni se  detuvo en saber si existo  como realidad, ficción o sueño. En su honor, vaya mi confesión. Desconozco de mí si he vivido  en el pasado o si ya he transitado el futuro. Jamás me  interrogué sobre mí mismo, confiado  he estado en quienes me definen por mis actos,  incluido lo que he dejado de hacer. Viví largos años en el Celeste Imperio, huí cuando un emperador decidió quemar todos los libros, porque, como recuerda, estoy seguro, era necesario construir todo nuevo y qué mejor que acabar el pasado, quiero decir la historia, que quemar los libros, qué mejor manera de destruir la libertad que quemar la palabra de donde nace y que la protege o que la  esconde según las circunstancias. Me quedé sin mis fuentes y eché a andar. Caminé sin orden, sin planes, sin motivos, furtivo, como ahora, fui llegando a tantas partes para irme de nuevo cuando en riesgo se ponía mi alma. Vi la  Atenas de Pericles, tuve la prudencia de salirme a tiempo, porque cuando se tiene tal grado de libertad es mucho mayor la tiranía que se engendra y surge de su seno. Bebí los grandes vinos, cielo abierto, en compañía de Omar el Kayan, sin que él nunca lo haya sabido y sin que jamás supiese de mí. Un poeta como él sabe a plenitud lo que es el hombre, pero no le hace falta saber cómo es cada hombre, problema propio de los reyes, no de los poetas. Podría contarle muchas historias mías, pero son poco importantes para las que ya conoce de la palabra de su padre Rey, me  lo imagino así, según,  furtivo, la contemplo y he visto todo el tiempo como revelación. Me tocó sobre tantos espacios recorridos contemplar, conservar, mirar, oír  a reyes, jeques, papas, imanes, rabinos,  tiranos de todas las especies y clases, demócratas, farsantes, y tantos otros más. He seguido marchando, me prometí detenerme y pedir cobijo ante un rey sabio, si lo hubiere y por cuanto he escuchado y he visto, podría ser su imperio mi morada final, salvo que no sé qué posición tendría en el reino. Detesto el papel de Bufón y me da terror la función de consejero, antes de que hable, permitidme – asumió a plenitud en el lenguaje el papel de súbdito – y otra vez  otra venia para el asentimiento, que no me deis, si me aceptáis en su reino,  ni el inocuo papel del Bufón y no me pidáis el terrible papel del asesor. Mi experiencia de tierras y espacios de todos los espacios y los tiempos me dice que el papel del Bufón es decir a su señor, a su amo, cuántas veces ha incurrido en error, hacerlo ver  tras la ironía, la sátira, el chiste, cuáles sus principales fallas, los marcados errores que su señor no ve, o no quiere ver, o los ve  a través del lente de sus aduladores, para quienes los eructos del rey son un poema. El consejero, en cambio, debe hablar más por amor  a la verdad  que al señor, sin importar quién fuere, más sobre lo que debe hacer, esbozar cómo hacerlo, antes que juzgar lo hecho. El buen bufón es juez, sentencia con su celebración el pasado; el consejero   convoca a la aventura, previene los riesgos del trayecto tras la huellas  del futuro que se invoca y busca. La tragedia del bufón la vive en la inocua alegría del señor.  La del consejero, el desconocimiento, si el éxito corona los aciertos. Si los aciertos se ven coronados por el éxito, son las glorias del rey, del amo, del señor... si fracasa el rey, si al amo es derrotado, la responsabilidad, más que ella, la culpa, recae en el consejero  y hasta  llegar puede a pagar con su vida los yerros del imperio o, lo que aún es peor, vivir sin la palabra,  vivir en ostracismo  condenado. El bufón vive la alegría de su venganza oculta por la derrota de su amo, vestida su  farsa de  tristeza; el asesor se desvive en el pánico por los yerros del amo o por  su desmedida arrogancia colmada de soberbia.  Pública es la existencia del Bufón mientras mejor es la mascarada de su obra, oculta es la existencia del asesor si sabios, buenos,  sus consejos. Público su castigo por la derrota de su amo. Público el prestigio del Bufón mientras  menores méritos sustentan la teatralidad de sus muecas.
         Si esto es así, permitidme que hablemos mañana. Es probable que ya tengáis a un Bufón cercano o alguna especie rara, que si bien no admitida su historia, bien pudiera existir, un consejero – bufón, híbrido monstruo pero que pudiese tener la virtud de haceros la verdad oculta y reírse podáis sin alegría.  Pero debo deciros algo antes de irme. Es mi deseo de preveniros. El fracaso del rey y la caída del imperio ha solido estar, esencialmente, perdonad la palabra,  en los compañeros íntimos del rey, sean su familia, favoritos, ministros, amantes, confesores, con lujuria de poder, horror al sueño, miedo a la poesía. Fracaso por el desconocimiento de sí mismo y confiarse en sus fuerzas sin medir sus debilidades. Fracaso por confiar en enanos el destino. Fracaso por construir la libertad, condenándose sus posibilidades de ser libre. Fracaso por vivir la libertad en  desmedido uso y abuso y  apropiarse de ella sin medidas. Fracaso por dejar el amor en manos del corazón sin los necesarios límites de la razón o dar a la razón todo el derecho de actuar ante la vida negando la fantasía  del corazón. Fracaso por su sordera a la verdad que duele, feliz  a la falacia que el engaño esconde.  Fracaso por impedir al súbdito emprender su camino imponiendo su marcha de estático destino. Fracaso por asirse a la roca sin emprender el vuelo”.
         Era la noche, la calma dormida quedaba en el jardín, efluvio de colores – olores. Sus miradas auscultaron los espacios y el tiempo. La suavidad de sus manos se posó en sus ojos y desliza  tenue hasta cubrir su inmaculada cara. La brisa deshizo de su cuerpo la intachable seda y  alzó su vuelo convertida en papagayo de papiro sobre el cual escribió su único edicto real “Sea siempre la princesa en su verdad desnuda, no ocultarás es el primer mandamiento de un buen Rey, que sean sus sastres los creadores de humor, de poesía, de ciencia y de belleza para vestir las decisiones graves del imperio y abordar con éxito los detalles del cotidiano juego”.  Caminó hasta alcanzar la casa de muñecas y cerrar con herméticas llaves sus entradas.   

Americo Dario Gollo Chávez
americod@gmail.com
@americogollo

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