Si la empresa Max Factor hubiese desatado el
“sacudón” del Estado, los cambios no habrían sido tan cosméticos como los
informados por Nicolás Maduro. Ni un solo anuncio trascendente que valga la
pena resaltar. Todo se redujo a enroques y reciclaje de personajes que forman
parte del sainete gubernamental. Lo que hubo fue ajustes de cuentas, cuchilladas tras bastidores, recomposición
del poder dentro de la cúpula oficialista.
El revolcón más impactante fue el que le
dieron a Rafael Ramírez, quien pasó de
ser el zar de la economía y todopoderoso jefe de PDVSA, a ocupar la
Cancillería, cargo en decadencia, pues Venezuela perdió la iniciativa y el
liderazgo internacional que tuvo cuando Hugo Chávez quiso convertirse en el
continuador de la saga de Fidel Castro, aunque con un músculo financiero mucho
más vital que el del anciano dictador cubano. Al creador de la PDVSA roja
rojita la nomenclatura cubana y madurista le retiraron el apoyo. Los chinos,
aparentemente sus mayores soportes, no pudieron, o no quisieron, hacer nada
para salvarlo. Ahora tratará de
reagrupar sus huestes desde la deteriorada Casa Amarilla. No le
resultará fácil. Se ganó muchos y merecidos enemigos.
Los
cambios burocráticos anunciados por Maduro parecieran el resultado de un
conjunto de transacciones entre las distintas corrientes que se mueven dentro
del oficialismo. A cada sector le concedieron su ministerio, su viceministerio
o su empresa pública. Al grupo de Diosdado le otorgaron algunas prebendas, al
de Jaua, otras, a los Chávez algunas adicionales, empezando por mantener a
Jorge Arreaza en la vicepresidencia, con lo cual justifican su presencia en La Casona, residencia oficial
del Presidente de la República, usurpada por ese advenedizo.
No hubo rectificación en ninguno de los ejes
fundamentales. No se desmontó el control de cambio, ni siquiera se anunció el
cambio oficial único, bandera enarbolada por Ramírez en numerosas oportunidades
en Venezuela y en el exterior. Nada dijo Maduro acerca de cómo se reactivará la
producción y la productividad para que la industria y la agricultura nacionales
provean los bienes manufacturados y los alimentos que el país demanda a diario.
La crisis de la salud, que va desde la escasez de medicinas hasta la falta de
material médico quirúrgico, incluso para cirugías menores, no fue incluida en
el discurso. La falta de divisas para la industria automotriz y los severos
problemas que confronta el sector automotor, no fueron ni siquiera rozados.
Nada habló Maduro sobre cómo combatir la inflación, ni cómo evitar que el dólar
paralelo siga escalando hacia las nubes y arrastrando al toda la economía.
La intervención fue tan ripiosa, tan
superflua, que hasta los grupos que conforman la alianza oficialista, se
sintieron defraudados. Dirigentes del PSUV han expresado su malestar, igual que
miembros de la dirección del PPT; y hasta de MEP, que no se caracteriza por su
elocuencia crítica, se ha sentido incómodo por la estafa.
Maduro habló como si viviese en un país donde
todos los problemas están resueltos y solo se requiere rotar la burocracia para
dar la sensación de que la cúpula en el poder no se ha petrificado. El país
real, ese que está acosado por problemas graves y urgentes, no apareció en la
alocución. El heredero está aturdido y desconcertado frente a las crecientes
demandas. No sabe cómo encarar los retos.
Mientras tanto, la nación se hunde en un abismo de problemas que por
cierto, ya fueron, resueltos por otros países vecinos desde hace largo tiempo.
Trino
Marquez Cegarra
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc
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