Corresponde rendirle homenaje a quien por su
obra y prestigio, se hiciera merecedor a ocupar un importante sitial en la
historia de las ideas del siglo veinte. Alguien que fuera un tenaz paladín de
los emprendedores y de los innovadores tanto intelectuales como empresariales,
cuya tarea constituye la llave para el progreso de la humanidad y quienes, como
él nos lo demostrara, solamente pueden florecer en el contexto de una sociedad
libre.
Ese hombre es Ludwig von Mises quien nació un
29 de septiembre de 1881 en la ciudad de Lemberg, en territorio que por
entonces pertenecía al imperio austrohúngaro. La vasta cantidad de libros y
artículos por él publicados y de conferencias brindadas conforman un valioso
conjunto de obras que aquellos que deseen abocarse al estudio de la
epistemología, la economía y la filosofía de la libertad no pueden soslayar.
Sus dos trabajos más importantes y los que mejor reflejan su pensamiento son
Socialismo (1922) y La Acción Humana (1949). Para quienes recién se inicien en
el pensamiento miseano, su lectura quizás debería estar precedida por alguna de
sus obras más populares, tales como Burocracia (1944) y Planificación para la
Libertad (1952).
Mises era un ferviente defensor de la economía de mercado y de la sociedad abierta. Su oposición al socialismo, y a toda forma de intervención gubernamental, derivaba de su simpatía por el capitalismo y su afecto por la libertad individual y convicción de que los intereses individuales de los hombres libres pueden convivir en armonía, en razón de que en una sociedad abierta la ganancia de un individuo no está constituía por la perdida de otro, sino en realidad por el beneficio que el primero le proporciona a sus semejantes.
La puesta en práctica de sus enseñanzas
resulta necesaria para la preservación de la civilización. Con Mises quedó
demostrado que en su esencia la vida en sociedad se basa en la división del
trabajo. Si careciéramos de la mayor productividad laboral que nos brinda la
división del trabajo, sencillamente gran parte de la humanidad moriría de
inanición. Al mismo tiempo, encontramos que la propia existencia y el eficaz
funcionamiento de esa división del trabajo dependen fundamentalmente de que
contemos con las instituciones básicas de una sociedad abierta, es decir:
gobierno limitado y libertad económica, propiedad privada, moneda sana, ahorro
e inversión, libre competencia, y afán de lucro. Como vemos, se trata de
instituciones que en todas partes, y en especial en nuestro país, han sido
severamente atacadas desde hace ya varias décadas.
Cuando Mises ingresa al mundo de las ideas,
el marxismo y otras corrientes socialistas detentaban un monopolio intelectual
de facto, situación a la que coadyuvaron ciertos errores e inconsistencias
significativas en los trabajos de Adam Smith (1723-1790) y David Ricardo
(1772-1823) y algunos de sus seguidores. A su vez, las obras de William S.
Jevons (1835-82), y de los primeros economistas austriacos—Carl Menger
(1840-1921) y Eugen von Böhm-Bawerk (1851-1914)—no eran lo suficientemente
extensas como para ofrecer una contraofensiva eficaz frente a los socialistas.
Por su parte, Frédéric Bastiat (1801-1850) si bien había procurado ofrecer una,
falleció muy joven, y de todos modos probablemente hubiese carecido de la
profundidad teórica necesaria.
Así las cosas, cuando el profesor von Mises
irrumpió en el mundo de las ideas, virtualmente no había ni una oposición
intelectual al socialismo ni una defensa del capitalismo que tuviesen un carácter
sistemático. Las murallas intelectuales de la civilización estaban
desguarnecidas y lo que Mises logró, y que constituye la esencia de su
grandeza, fue la construcción de una defensa intelectual de la sociedad
abierta.
Por entonces, el núcleo del argumento
colectivista sostenía que las instituciones de una sociedad liberal estaban al
servicio de los intereses de tan solo un puñado de poderosos explotadores,
especuladores y monopolistas y que dichas instituciones se desenvolvían en
flagrante oposición al bienestar de la gran mayoría de la sociedad, bienestar
del que supuestamente el socialismo sí vendría a ocuparse.
La respuesta que solía ofrecerse frente a
este planteo era una que exclusivamente se avocaba a pergeñar mecanismos
tendientes a quitarle a los emprendedores un poco menos del fruto de su trabajo
que lo que exigían los socialistas. Mises en cambio, desafió esa conjetura
simplista y generalizada y demostró que una sociedad basada en el respeto por
la libertad de acción y la propiedad privada favorece los intereses
individuales de todos sus integrantes, incluidos aquellos que no son
“capitalistas”—sino “proletarios”, según la jerga de la época.
En una sociedad libre, demostraba el profesor
von Mises, la propiedad privada de los medios de producción está al servicio
del mercado. Los beneficiarios directos de las empresas y comercios son todos
aquellos que adquieren sus productos y utilizan sus servicios. Y, junto con el
incentivo de las perdidas y las ganancias y la libertad para competir que el
mercado implica, la existencia de la propiedad privada garantiza una siempre
creciente oferta de productos para todos.
La mayor y más original contribución al pensamiento económico que hiciera Mises fue la de demostrar que el socialismo no solamente elimina el incentivo que proporcionan las ganancias y las perdidas y la libertad de competir junto con la propiedad privada de los medios de producción, sino que torna imposible el cálculo económico, y en consecuencia es un sistema que redunda en el caos. Por socialismo entendemos a la abolición del sistema de precios y la división del trabajo; y la concentración de todo el proceso de toma de decisiones en manos de una junta de planificación centralizada o dictador supremo.
Sin embargo, la planificación de un sistema
económico está más allá del poder y del conocimiento de alguien: el número, la
diversidad, y las características propias de los distintos factores de
producción, las diferentes alternativas tecnológicas que están abiertas a
ellos, y las disímiles combinaciones posibles de lo que se podría llegar a
producir con ellos, escapan a las facultades de incluso el más grande de los
genios que pudiésemos concebir.
Mises probó que la planificación económica requiere de la cooperación de todos los participantes del sistema económico. Ella solamente puede existir en una sociedad libre y capitalista en la cual, cada día, los empresarios efectúen sus planes basándose en el cálculo de las ganancias y las pérdidas; donde por su parte los trabajadores, hagan lo mismo en función de los salarios que se están abonando por servicios similares a los que ellos ofrecen y los consumidores planifiquen ponderando los precios de los bienes de consumo a su disposición.
Sostenía que el cálculo económico es esencial
para una economía desarrollada; y de ello se colige una importante conclusión
adicional: Solamente en una economía capitalista puede tener lugar el cálculo
monetario. Una economía centralmente planificada no tiene manera de calcular
económicamente y de esa forma no puede prosperar. Mises demostró la
imposibilidad de todos los esquemas socialistas, porque los mismos dejan a los
planificadotes económicos sin medio alguno con el cual desarrollar el calculo
económico. Una oficina central de planificación no posee ningún mecanismo que
pueda suplir el rol que los precios desempeñan en el mercado.
Las contribuciones que Ludwig von Mises hizo
a la confrontación teórica entre el capitalismo y el socialismo son inmensas.
Antes de su aparición en escena, la mayoría de los individuos no eran
concientes de que en una sociedad libre existe una planificación económica.
Aceptaban, sin entrar en detalles, el dogma marxista de que el capitalismo
implicaba una anarquía en materia de producción y que el socialismo venía a
representar a la planificación económica racional.
Quienes viven en una sociedad capitalista, se
encuentran literalmente rodeados por la planificación económica, y sin embargo
no se dan cuenta de su existencia. A diario, hay incontables empresarios que
están planificando expandir o achicar sus empresas, introducir nuevos productos
o discontinuar alguno de los más vetustos, abrir nuevas sucursales o cerrar
alguna de las existentes, modificar sus métodos de producción o seguir con los
métodos y procesos actuales, contratar a nuevos trabajadores o dejar que se
marchen algunos de los que ya trabajan para ellos. Y también, a cada instante
existen innúmeros trabajadores que están planificando mejorar sus habilidades,
cambiar de empleo, o seguir como están; y cientos de miles de consumidores,
planificando adquirir una casa, automóviles, electrodomésticos o simplemente
helados.
No obstante ello, la gente no utiliza el
término planificación para referirse a todas esas tareas, reservándolo pura y
exclusivamente para describir los vanos esfuerzos de un puñado de burócratas
gubernamentales, quienes, habiendo obstaculizado o directamente prohibido la
planificación por parte de los demás, presuponen que con su sapiencia e
inteligencia pueden reemplazar las decisiones de millones de seres. Cualquier
similitud con la presuntuosa actitud de los líderes de nuestra Argentina actual
no es mera coincidencia.
Mises fue quien destacó la existencia de la planificación dentro de la economía de mercado, la circunstancia de que la misma se basa en los precios, es decir en el cálculo económico, y el hecho de que el sistema de precios es el único que nos brinda a cada instante la información necesaria para coordinar las actividades de decenas de millones de planificadores individuales.
Demostró que cada individuo, al preocuparse
por obtener un ingreso y limitar sus gastos, es guiado de manera tal que ajusta
sus planes individuales a los planes del resto de la sociedad. Por ejemplo,
aquel empleado que decide convertirse en ingeniero en lugar de dedicarse a la
música, en virtud de que al valorar más los mayores ingresos que obtendrá como
ingeniero, modifica los planes atinentes a su carrera profesional en respuesta
a los planes que otros tienen de solicitar sus servicios de ingeniería y no de
demandar sus composiciones musicales. O el caso de la persona que decide que un
automóvil es demasiado costoso y por ende claudica en su plan de adquirirlo,
que está de manera similar involucrada en un proceso tendiente a ajustar sus
propios planes con los planes de los demás; en virtud de que lo que vuelve
demasiado costoso al vehículo en cuestión son los planes de los otros de
comprarlo al tener la posibilidad y el deseo de pagar más por él.
Fundamentalmente, lo que Mises demostró fue
la circunstancia de que toda empresa, al procurar obtener ganancias y evitar
las pérdidas, es guiada en la planificación de sus actividades de un modo en el
que no tan solo la misma resulta útil para los planes de sus propios clientes,
sino que toma en cuenta además los planes de todos los demás usuarios de los
mismos factores de producción en el mercado.
En definitiva, el profesor von Mises logró demostrar que el proceso de mercado implica la existencia de un sistema económico planificado de manera racional mediante la combinación de los esfuerzos basados en el interés propio de todos aquellos que participan en él. El fracaso del socialismo, probó Mises, se debe al hecho de que el mismo no representa una planificación económica, sino su destrucción, dado que la misma solamente puede existir en el marco de una sociedad libre y del sistema de precios.
Demostró también que la competencia que tiene
lugar en el proceso de mercado es de una naturaleza totalmente distinta a la
que observamos por ejemplo en el reino animal. No se trata de una competencia
por los escasos medios de subsistencia que suministra la naturaleza, sino una
competencia por la creación de una nueva y adicional riqueza, de la cual todos
se benefician.
Por ejemplo, las consecuencias de la
competencia que en su momento tuvo lugar entre los técnicos que se dedicaban a
la reparación de las antiguas máquinas de escribir y aquellos que comenzaron a
desempeñarse en el incipiente campo de la industria informática no fueron las
de que el primero de los grupos pereció a causa de una hambruna, sino la de que
todos comenzaron a disponer de más recursos e ingresos para adquirir también
cantidades adicionales de otros bienes. Esto fue cierto incluso respecto de los
técnicos que “perdieron” la competencia, tan pronto como fueron reubicados en
otras áreas del de mercado, las que lograron expandirse precisamente debido a
las innovaciones en el rubro de la cibernética.
Al repensar la Ley de las ventajas
comparativas de David Ricardo, el profesor von Mises demostró que en el proceso
competitivo que tiene lugar en el mercado hay lugar para todos, incluso para
aquellos que posean las más modestas de las habilidades. Esos individuos
solamente precisan concentrarse en las áreas en las cuales su inferioridad
productiva sea menor en términos relativos. Por ejemplo, una persona que no es
capaz de desempeñarse más que como un mero albañil no tiene que temerle a la
competencia del resto de la sociedad, en la que casi todos sus miembros podrían
ser mejores albañiles que él, si a eso deseasen dedicarse. La persona de
capacidad limitada que está deseando trabajar como albañil por menos de lo que
otros pueden percibir en otras actividades, no tiene porque preocuparse
respecto de la competencia de aquellos. En verdad, los está dejando fuera de
competencia para el puesto de albañil al desear aceptar un ingreso más bajo que
el de ellos.
Von Mises demostró que una armonía de
intereses prevalece también en este caso. La existencia del albañil del ejemplo
permite que individuos más talentosos dediquen su tiempo a tareas más
exigentes, mientras que la existencia de estos últimos le permite a su vez al
albañil acceder a bienes y servicios que de otra forma resultarían imposibles
de obtener para él.
Sostuvo con una lógica incontestable que las
causas económicas de los conflictos bélicos son el resultado de la
interferencia gubernamental, bajo la forma de barreras comerciales y
migratorias, y que dicha interferencia que viene a restringir las relaciones
económicas con el extranjero es a su vez una consecuencia de otra ingerencia
gubernamental, aquella que restringe la actividad económica interna. Por
ejemplo, los aranceles se vuelven necesarios como una forma de evitar la
desocupación solamente en un contexto en el cual existan leyes de salario
mínimo y una legislación favorable a los sindicatos, la cual impide que la mano
de obra interna enfrente de igual a igual a la competencia extranjera mediante
la aceptación de salarios más bajos cuando fuese necesario. Mises demostró
también que el fundamento de la paz mundial es una política de laissez-faire
tanto a nivel interno como internacional.
Algo que von Mises puso en evidencia es el
hecho de que todas las acusaciones en contra del mercado libre eran infundadas
o que las mismas debían ser dirigidas contra la intervención gubernamental, la
cual distorsiona y destruye las realizaciones y logros del mercado.
Estuvo entre los primeros en señalar que la
pobreza que existía en los albores de la Revolución Industrial era fruto del
legado de toda la historia previa. La misma se debía a que la productividad del
trabajo era todavía sumamente baja, y a que los científicos, inventores,
empresarios, ahorristas e inversionistas solamente podían alcanzar progresos de
un modo muy paulatino pues les resultaba dificultoso acumular el capital necesario
para poder incrementarlos con el paso del tiempo.
Demostró que todas las políticas legislativas
tendientes supuestamente a mejorar la condición de los trabajadores y de las
masas eran en verdad contrarias a los intereses de aquellos a los que estaban
diseñadas a ayudar—que su efecto era el de generar desempleo, retardar la
acumulación de capital, y de esa manera mantener baja la productividad del
trabajo y el estándar de vida de todos.
En una trascendental y original contribución
al pensamiento económico, demostró que las depresiones eran consecuencia de las
políticas de expansión crediticia auspiciadas por el gobierno, diseñadas para
lograr que la tasa de interés se mantuviese por debajo de los niveles del
mercado. Dichas políticas, evidenció Mises, daban lugar a malas inversiones a
gran escala, las que privaban al mercado del capital liquido necesario y
resultaban a posteriori en contracciones del crédito que provocaban los ciclos
económicos de depresión.
Fue uno de los principales defensores del
patrón oro y del laissez-faire en el ámbito de la industria bancaria, la cual
consideraba que alcanzaría en ese marco virtualmente una reserva cercana al
100%, lo que imposibilitaría de ese modo tanto la inflación como la deflación
de la moneda.
En síntesis, Mises fue capaz de demostrar:
que la expansión de los mercados libres, la división del trabajo, y la
inversión privada de capital constituyen el único sendero posible hacia la
prosperidad y el florecimiento de la especie humana; que el socialismo sería
desastroso para una economía moderna en virtud de que la ausencia de propiedad
privada de la tierra y de los bienes de capital impide cualquier clase de
determinación racional de los precios, o estimación de costos, y que la
intervención gubernamental, además de obstaculizar y paralizar al mercado,
resultaría ser anti productiva, conduciendo inevitablemente al socialismo a
menos que el conjunto entero de las intervenciones fuese derogado.
En el prologo de la edición en español de
Planificación Para la Libertad, el Doctor Alberto Benegas Lynch en su carácter
de Presidente del Centro de Estudios sobre la Libertad escribía sobre Mises
estos conceptos que compartimos en su totalidad y que cobran una vigencia
inusual en nuestro medio por estos días: “De las enseñanzas de Mises resulta
claro que es perjudicial sostener que primero hay que producir y luego
distribuir, porque la producción y la distribución son simultáneas y sólo se
logra la productividad óptima en el marco del respeto a la propiedad y a la libertad.
Nadie va a invertir sus ahorros y capitales con entusiasmo si le dicen que
cuando haya producido la abundancia que promueve el bienestar general, el
estado, compulsivamente, le va a confiscar una parte de la producción para
distribuirla de otra manera que no sea mediante el libre juego de los factores
productivos. Mises explica con claridad meridiana que ninguna distribución es
más justa y equitativa que la que resulta del mercado no intervenido, en el
cual cada factor de producción recibe su parte en función de su aporte al
proceso productivo”.
Desde el deceso de Mises acaecido el 10 de
octubre de 1973 en la Ciudad de New York a los 92 años, su doctrina e
influencia han experimentado un renacimiento. Si bien nadie que analice las
actuales circunstancias que vive el mundo y en particular América Latina, puede
evitar tener un dejo de pesimismo respecto al futuro, las tendencias pueden
cambiar y ello en gran medida dependerá de cuán diestros y tenaces seamos en la
difusión de ideales tan nobles como los que Ludwing von Mises nos dejara.
Gabriel Gasave es Investigador Asociado del
Centro Para la Prosperidad Global en el Independent Institute y Director de
www.ElIndependent.org
Gabriel Gasave
ggasave@independent.org
@ElIndependent
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