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sábado, 6 de septiembre de 2014

ALBERTO JIMÉNEZ URE, EL PATRIARCA DE LOS «PARIAS» AL MANDO PURGA MERECIDA CONDENA EN SU SEPULCRO

«Pater noster, qui es in caelis, sanctificétur nomen Tuum, adveniat Regnum Tuum, fiat volúntas tua, sicut in caelo el in terra, Panem nostrum cotidiánum» da nobis hódie, et dimitte nobis débita nostra, sicut et nos dimittímus debitóribus nostris; et ne nos indúcas in tentationem, sed libera nos a malo. Amén» (A quien esta oración pervirtiere se le darán suplicios, que no sobre la cruz muerte. Frase Apócrifa de San Pedro)

«La Justicia Natural es el derecho del más fuerte y la Justicia Legal la barrera establecida por la multitud de los débiles para salvarse» (Calides)
Aun cuando siempre imaginé y describí a seres abominables en mi obra literaria, en el curso de más de medio siglo nunca había visto a un «paria» (de la que fue mi patria) con una propensión a la malignidad que se equiparara a mis personajes. Cierto y puedo probarlo, intuía su advenimiento a causa de la decantación de los desechos tóxicos de origen político que vi acumularse durante décadas en Latinoamérica.
Esta vez, la nefasta y cíclica resurrección de la «Suprema Bestia» eligió por territorio al más rico país (en recursos naturales) del Hemisferio Norte: Venezuela, que hoy tiene sus «llagas abiertas y purulentas» ante el estupor de una Humanidad que desestimó su potencial reaparición en el Siglo XXI.
Es falso que la tragedia de presenciar cómo gradualmente un individuo común y vulgar se transforma en  «Comandante Supremo» (arrogándose, mediante la que «Propaga» y «Anda», infalibilidad y misticismo) tenga complejidad científica: teológica, filosófica o política. Con suficiente maledicencia, propensión al timo y mínimas dotes histriónicas, cualquiera entre imbéciles e indoctos puede convertirse en una especie de «pontífice»: con o sin agujereado (mantellum) «manteo», «esvástica»  o  «libro de mandamientos». El fetichismo siempre ha socavado al Juicio porque lo aventaja con el miedo que lo sostiene y estigmatiza.
En Venezuela vimos cómo a un convicto y uniformado de verde-oliva sujeto, que había cometido gravísimos delitos en perjuicio de la Nación, por los cuales se le notificó la baja en la «Fuerza Armada», se le perdonaron sus atrocidades para luego inmerecida y desquiciadamente concederle la responsabilidad de conducir los destinos de la república. Ese que se apresuró a darse investidura (no restituirse de Teniente Coronel, porque se creyó un generalísimo) de eximio militar para más tarde transformar la institución en su personalísima o pretoriana «Puerca Armada Mercenaria». Sin resentimientos u odios, así la defino por cuanto «non cupio me esse clementem».
Mientras estuvo en esta Realidad y Tiempo que experimentamos, enfocó su fortaleza física y torcida psiquis (aparte de las instituciones públicas encima de las que expelió sus hedores) en provocar una contienda entre civiles para reinar sobre los millones de cadáveres de opositores a su tiranía. La guerra no sería estrictamente civil porque él se encargaría de inmiscuir a su «Puerca Armada Mercenaria» en la lucha, la inclinaría a favor de sus adherentes.
El obseso y lleno de veneno «Comandante en Jefe» no fue ni supremo ni benevolente con nadie, mucho menos con los pobres porque los sumió en el caos: mayor miseria, dependencia e iniquidad, aparte de obligarlos a rendir culto a su lesiva personalidad. Sus crueles, injustas, ilícitas e inmisericordes decisiones de Jefe de Estado (que soberbio expuso en lo que defino como «Tribulaciones de Radio, Televisión y Multimedia») destruyeron a millones de ciudadanos venezolanos: de súbito, perseguidos e intimidados mediante grupos de criminales que defendían su dictadura en proceso de consolidación. 
Sin embargo, Venezuela es hoy un país cuyos pobladores nos resistimos a exterminarnos los unos a los otros. Persiste la segregación fascista que, premeditada y alevosamente, ordenó el hoy difunto «pa[t]riarca» de  los «parias al mando de la Patria» que tienen la todavía inexplicable y fortuita misión de extinguir lo que nos queda de Soberanía: recursos naturales, finanzas y estabilidad social. No fue un santo hombre, ninguna cosa buena hizo por la república, la mayor parte del tiempo vivió en el exterior y hasta se ufanaba mostrándose como el principal enemigo de la Nación que le confirió el mando. 
Nadie con un mínimo de lucidez rezará el «Padre Nuestro» como si de él se tratase. Ahora la Bestia, que cíclicamente resucita, purga merecida condena en su sepultura. Y, aguarda a sus idénticos porque «Nihil est Deo acceptius» (conforme al adagio latino)
Alberto Jiménez Ure
jimenezure@hotmail.com
@jurescritor

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