Nicolás Maduro anunció que “sacudiría”, para
remozarla, la vieja y paquidérmica estructura del Estado venezolano. La
advertencia tiene toda la pinta de ser un cambio gatopardianos.
En el Congreso
del PSUV, informan algunos de sus
voceros, se recogieron más de treinta mil proposiciones formuladas por las
bases del partido, luego de la consulta organizada por los dirigentes como
parte del “gobierno de calle” y de la preparación del evento. Ahora se trata de
buscar combinarlas para intentar
complacer a los pragmáticos, a los radicales maocheguevaristas, a los
moderados, a los socialdemócratas, a quienes quieren profundizar el Estado
Comunal y todos sus componentes periféricos (monedas comunales, economía
popular, propiedad comunal) y a quienes aspiran a impulsar un modelo
neocapitalista similar al de China y Vietnam. En economía resulta imposible
conciliar y satisfacer las aspiraciones de quienes piensan de forma tan
diferente y contradictoria. De este coctel lo único que puede salir es una
bomba molotov que termine de dinamitar
la destrozada economía nacional.
La
primera característica que se le exige a un programa de reformas estructurales
es su coherencia. Sin este rasgo resulta imposible que los cambios sean
exitosos. Si se avanza hacia reformas de mercado para elevar la producción y la
productividad de modo que la oferta interna de bienes y servicios se
incremente, hay que desmontar el control de precios y el de cambio. Con el
congelamiento de los precios ningún empresario va a entusiasmarse a invertir e innovar.
La productividad está asociada al rendimiento y eficiencia de los trabajadores.
Con leyes laborales punitivas que castigan al empresario y propician el
ausentismo y la rotación continua de los trabajadores, no es factible mejorar
el comportamiento de ese factor. La seguridad jurídica es otro componente
esencial de la coherencia. Sin reglas concertadas, permanentes y claras, que minimicen la discrecionalidad de
los funcionarios, hay que descartar que
las inversiones fluyan hacia el país, en un contexto internacional donde una de
las ventajas competitivas de las naciones reside en garantizar el respeto total
al Estado de Derecho. La autonomía de la autoridad financiera, del BCV, es otro
vector de los cambios. Sin una autoridad que le ponga límites estrictos a los
gastos del Gobierno, le impida emitir dinero inorgánico o endeudarse, y proteja
la fortaleza de la moneda, la posibilidad de someter la inflación se anula.
Estas son solo unas pocas reformas, de las muchas que el Gobierno
tendría que emprender. Maduro carece de la fortaleza y claridad para
acometerlas. Le falta claridad porque considera que todo lo que establece la
ciencia económica, la experiencia histórica y el sentido común, pertenecen al
satanizado capitalismo. El grupo de ignorantes y dogmáticos que lo rodean,
algunos de ellos provenientes de la Madre Patria, le envenenaron el cerebro. Le
han convencido de que en el marxismo pueden encontrarse las respuestas a los
problemas de la economía nacional. Se asumen como los legítimos defensores del
socialismo del siglo XXI, legado del comandante desaparecido. Otros, menos
ingenuos y más ambiciosos, no desean que Maduro se anote ningún triunfo que lo
atornille al poder y le despeje el camino hacia la reelección en los comicios
de 2018. Los cambios institucionales y el relanzamiento de la economía lo
colocarían en un peldaño inalcanzable.
Sus adversarios internos propician su fracaso para ofrecerse como alternativa.
Los cambios que el país necesita no pueden
salir del marxismo y del socialismo. No es con más estatizaciones,
colectivizaciones, controles y regulaciones herméticas, como van doblegarse la
escasez, la inflación, el desabastecimiento, la caída de las inversiones, el
desempleo, la improductividad. Las naciones del continente que han crecido y
superado progresivamente el
estancamiento y la pobreza, lo han hecho con planes de reformas articuladas, en
donde el Gobierno –sin ceder la conducción- ha consultado y promovido la
participación de empresarios, sindicatos, gremios, partidos políticos y
factores organizados de la sociedad civil, como la Iglesia,
En el socialismo inaugurado por Chávez
–engrasado con petrodólares y dominado por el autoritarismo populista- se
encuentra el origen de la mayoría de los problemas que la nación confronta. Han
sido dieciséis años de desafueros. Mantener ese esquema, maquillado con algunos
retoques, solo conducirá a la ruina total. El comunismo es incompatible con el
bienestar y el progreso. Tratar de combinar esas dos dimensiones es igual que
intentar cuadrar un círculo.
Trino
Marquez Cegarra
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc
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