Si
en los años de 1810 y 1811 hubo empresas
como Datanálisis, Keller & asociados e Hinterlaces, entre otras, las
actitudes asumidas por los integrantes de la Sociedad Patriótica y los
firmantes del Acta de la independencia con certeza habría hecho lo mismo.
Existía para esos prohombres la certeza
ineludible de propiciar un cambio político a pesar de las condiciones objetivas
que regían para la época. Existe una frase muy manida y antipática, casi como
un axioma, que reza: “los grandes acontecimientos sociales son producto de
minorías esclarecidas”.
Desde hace varios años se ha establecido que los líderes políticos,
pragmáticos y “realistas”, deben ratificar el criterio de mayorías
circunstanciales aunque estas incurran en equivocaciones y asuman conductas
antinacionales. Es decir, han olvidado que la premisa fundamental de todo
liderazgo consiste en dirigir y orientar por la senda correcta a las masas para
que determinadas conductas erradas no nos lleven al despeñadero. Por esta
razón, los verdaderos líderes se han convertido en una especie casi en
extinción. Existen conductores políticos cortos de visión histórica y honesta
de la realidad nacional. Asumen directrices producto de cálculos cínicos,
actitudes oportunistas y electoreras que los convierten en politicastros de oficio ya que anteponen
perversamente sus intereses personales y grupales momentáneos a los intereses
superiores de la república.
Los dos tercios de la población venezolana que no compartimos las políticas gubernamentales padecemos un ayuno verdadero de liderazgo nacional con visión patriótica y de futuro. Dos factores representativos que conforman parte de la oposición mantienen una aparente discrepancia táctica para enfrentar al régimen: la MUD se inclina a participar a todo evento en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015 con el CNE y las Salas Constitucional y Electoral del TSJ similares a lo actual. Quienes responden a la dirección de Leopoldo López y María Corina Machado, a su vez, proponen la constitución de un Congreso o encuentro propiciatorio a solicitar la renuncia presidencial y convocar a una Asamblea Nacional Constituyente con los recursos legales vigentes, es decir, solicitar al CNE y al TSJ el tutelaje de la pretensión.
Ambos sectores, por diversas razones, pretenden que el resto de los
venezolanos permanezcamos inmóviles y mudos ante tan desacertados proyectos que
se pueden resumir: mantener al gobierno y al resto del país dentro del llamado
cauce constitucional cada día más maltrecho y lesionado por la violación
continua del texto asentado en la Carta Magna. De esta manera, el CNE y las
Salas del TSJ, nuevamente, se prestarían a “confeccionar” a la medida los
resultados.
La
mayoría de los partidos y sus dirigentes, así como muchas individualidades,
tienen como único norte el de pertenecer a la AN sin importarle lo envilecida,
superflua e inútil en que se ha convertido. No les importa que cualquiera de
ellos, los actuales y los futuros, sean defenestrados con cualquier argucia
pseudo legal cuando su conducta sea conceptuada como molesta. El otro sector
oposicionista, de manera cándida, pretende que el gobierno permitirá con entera
libertad el uso de los mecanismos constitucionales como el Referéndum y la
convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente. Estos, inexpertos y de buena
fe, imbuidos de premisas de lucha no acordes con la realidad nacional también
se prestan a hacerle el juego al gobierno. Es sencilla la razón. Ambas
proposiciones solo distraerán la atención de lo sustantivo por lo adjetivo:
evitar la permanencia ilimitada del régimen al costo que sea, no importa lo violatorio a perpetuidad de textos legales
positivos.
El
gobierno nacional aceptó el diálogo en el pasado mes de abril. No lo hizo
porque tenga conciencia republicana y formación democrática. Lo hizo por la
sencilla razón de que la protesta popular estudiantil iniciada en los Estados
Táchira, Mérida, Carabobo, Zulia, la ciudad de Caracas y otros, de manera
espontánea e inconexa, se desarrolló de manera tan vertiginosa y letal que puso
en verdaderos aprietos a la llamada “institucionalidad” promovida por el
ejecutivo. Una vez más, recordando los sucesos del año 2002 y siguientes,
recurrieron al diálogo con el único fin de ganar tiempo, adormeciendo la
protesta, para así recuperar la estabilidad perdida. Maduro asumió Igual
criterio en la actualidad. Ahora, al creer recuperada la sumisa tranquilidad
ciudadana vuelve, con guapetonería de colectivos armados ante la civilidad
desarmada, a pretender meter en cintura dictatorial a más del 70 % de los
venezolanos.
Si
no se cumple a plenitud lo establecido en la Constitución Nacional y se
recupera la independencia de los poderes públicos de la manera prevista, no
puede ni debe haber elecciones y hechos políticos sucedáneos bajo el tutelaje
de una incierta legalidad y legitimidad. El Art. 350 CN existe.
José
Rafael Avendaño Timaury
cheye@cantv.net
@cheyejr
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