Un
liceísta de 15 años es asesinado en el plantel por otro adolescente de 13; por
celos, un joven de 17 mata a una de 16 en el liceo; una niña de 8 años y uno de
11 mueren por balas perdidas; un niño de 12 mata a un compañero al perder un
juego; casos reales de homicidios entre niños y adolescentes por armas de
fuego, de las cuales entre 9 y 15 millones circulan ilegal y libremente en el
territorio nacional.
Solo
en Caracas, en el primer semestre de 2014 fallecieron 2.464 personas por causas
violentas, una cada dos horas. Sabemos que la tasa de homicidios en Venezuela
es una de las más altas del mundo (79 por 100 mil habitantes; promedio de
América del Sur: 20), siendo el único país de Sudamérica cuya tasa de
homicidios ha aumentado a paso firme desde 1995.
Lo
más doloroso es que en esa estadística, la tasa de niños y adolescentes entre 0
y 17 años se ha casi triplicado de 1998 a la fecha. De ellos, son los varones
entre 15 y 17 años los más afectados, con una tasa de mortalidad por homicidio
de 106 jóvenes por 100 mil habitantes, un bochornoso segundo lugar en
asesinatos de adolescentes en América Latina, solo superado por Honduras.
Balas
perdidas, sicariato, asesinatos a mansalva, homicidios contra niños y
adolescentes o ejecutados por ellos, dan cuenta de una terrible epidemia
invisible que se está llevando una porción representativa de la población
joven. En vez de formarse para labrar un futuro, la juventud es asesinada en la
calle, su casa o la escuela, o es inducida a matar, tocada por el virus de una
sociedad cada vez más enferma por la corrupción y la impunidad. No en balde,
según índice ONU elaborado con 35 variables sociales, Venezuela está entre los
10 peores países del planeta. Todo vale, parece ser la consigna.
En
una encuesta local de la UNICEF, se reportó que el 73% de los adolescentes
armados declara no ser reprobado por sus padres por ese hecho. Según la UNICEF,
el nivel de belicosidad propagado entre la población es tan alto, que cualquier
conflicto degenera en agresiones físicas, con armas blancas o de fuego. En
algunos planteles, la obligación de llevar bolsos transparentes surge de la
necesidad de revisar sus contenidos para impedir el ingreso de armas.
Una
maestra en Catia declara que los alumnos suelen traer cuchillos, hojillas,
cortaúñas, navajas. ¿Por qué? "Para mi defensa, profe, en caso de que me pase
algo en la calle o el colegio".
Nelson
Mandela habla para nosotros cuando apunta:
"La
violencia medra cuando no existe democracia, respeto por los derechos humanos
ni una buena gobernanza. Los comportamientos violentos están más generalizados
en las sociedades cuyas autoridades respaldan el uso de la violencia con sus
propias actuaciones. Y cuando la violencia prevalece, desbarata las esperanzas
de desarrollo económico y social.
La
violencia es posible prevenirla, los gobiernos, las comunidades y los
individuos pueden cambiar la situación".
*Fuentes:
UNICEF, ONU, OVV, CECODAP y
Violencia
en las escuelas , G. Perdomo, Centro Gumilla.
Gioconda
San Blas
gioconda.sanblas@gmail.com
@daVinci1412
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