A Luis Ugalde, SJ
Obvia afirmar que comparto y
aplaudo la valiente afirmación de Luis Ugalde, a quien aprecio y admiro, acerca
de la imperiosa y vital necesidad que tenemos quienes amamos a Venezuela y
deseamos lo mejor para ella y sus hijos – nuestros hijos - de salir de Nicolás
Maduro y su infame gobierno cuanto antes. Ese cuanto antes afirma una urgencia
paulina, visto que el imperativo de implantar el reino de Dios sobre la tierra
no puede ni debe ser postergado ad aeternum. La felicidad de los venezolanos es
una categoría moral y una exigencia que no admite dilaciones. Construir la paz
y la solidaridad y la concordia entre sus ciudadanos tan pronto como nos sea
posible, sobre bases tan sólidas que imposibiliten recaídas futuras en la barbarie.
Pues ni hablamos de atajos ni de
caprichos voluntaristas: hablamos, como lo hiciera Paulo en su Epístola a los
Romanos, “del tiempo que resta”. Hablamos de urgencias. Sobreponiéndonos a las
inmensas dificultades que entraña enfrentar
no a un régimen que reclama por una transición, como el de Franco tras
su muerte o el de Pinochet, ya cumplidas las tareas de resolución de la crisis
que lo invocaran. Hablamos de la necesidad de enfrentar “cuanto antes”, en “ el
tiempo que resta” a un régimen encaminado por su propia dialéctica a devastar a
nuestro país, a nuestra sociedad, a nuestras costumbres, a la totalidad de
nuestra forma de existencia: la democracia. Una diferencia capital, irreparable
entre la transición del post franquismo a la democracia de consensos, que
encontrara en el Rey Juan Carlos un factor dinámico insuperable y en los
partidos a unos magníficos aliados, lúcidos y voluntariosos unidos tras la
causa común; o de la superación de la dictadura pinochetista, que se había
convertido al final de su mandato constitucional - alcanzado el grado de
desarrollo que la misma dictadura había propiciado y favorecido mediante la
modernización del Estado y todas sus estructuras concomitantes – en un estorbo
para ese mismo desarrollo modernizador.
Tanto la España franquista como el
Chile pinochetista sufrieron profundos cambios, que prepararon la
infraestructura material y social para una forma de vida superior,
estrictamente apegada a preceptos constitucionales. La democracia se hizo, en
ambos regímenes, una necesidad insoslayable. Lo cual fue perfectamente
comprendido por las élites, en ambos países. Razón por la cual coadyuvaron a la
transición. Y, entre todos, la hicieron posible. Sin un factor aterrador y
amenazante que dispusiera de todos los poderes y no mostrara la menor
disposición a la capitulación. Pues de capitular, pierde el poder, pierde las
riquezas, pierde el sostén que le brinda y le permite sobrevivir a la tiranía
cubana. Una burusa…
La razón es de orden estructural:
ni Franco ni Pinochet pretendieron lo que Lenin, Mao y Fidel Castro llevaron a
la práctica y Chávez intentara hasta más allá de su muerte: la destrucción
total de sus sistemas de convivencia sociopolítica para construir el comunismo.
Muy por el contrario, Franco y Pinochet establecieron la dictadura comisarial
para impedirlo. Una vez cumplido el propósito, perdieron toda vigencia
histórica.
Nada, absolutamente nada que ver
con un régimen como el chavista, ahora en manos de Nicolás Maduro, Cuba y las
Fuerzas Armadas. Salir de ellos es un imperativo categórico ineludible, pues su propósito es hacer tierra
arrasada de nuestra forma de existencia, la democracia. Ni la muerte – Franco –
ni la obsolecencia – Pinochet – juegan en su desfavor. Harán cuanto esté de su
parte por imponer su régimen tiránico, así cada día que pasa le sea más adverso
y su propósito más lejano.
Por ello: cuanto antes no significa
sentarse a esperar por conversaciones como los pactos de la Moncloa o un
Plebiscito como el que terminó por aventar a Pinochet. Nada más lejos de
nuestra realidad real. Salir cuanto antes significa unir fuerzas para provocar
un profundo cambio sociopolítico, alterar radicalmente la correlación de
fuerzas, restablecer el ritmo avasallador de la Revolución de Febrero y
adquirir una sumatoria de fuerzas críticas que impongan por los hechos lo que
ningún diálogo de buena voluntad hará posible: el desalojo. Como lo ha vivido
el país en una innoble y aviesa jugada del régimen, confabulado con los países
dominados por el Foro de Sao Paulo, fiel aliado del castrocomunismo, el diálogo
ha sido una traición a las aspiraciones populares por implantar en Venezuela un
régimen democrático, próspero, legítimo, justo, solidario.
La realidad, lo sabemos desde
Hegel, vive una permanente contradicción entre lo que es – das Sein – y lo que
debe ser – das Sollen. Venezuela cabalga a lomos de esa contradicción. Soñar es
aspirar a hacer realidad lo que la propia realidad reclama por su existencia.
Ya existe como anhelo, como aspiración, como motivo de lucha. Como memoria viva y actuante. Lo contrario,
perseverar en lo que es y caer rendido a los pies de la Omnipotencia de la
maldad, es alimentar la pesadilla. Y entre un sueño y una pesadilla, la
elección cae por su propio peso.
El diablo sabe que no le
queda mucho tiempo. Se aparece en diversas formas, pretendiendo seducirnos con
lo que es, para mantenernos atado al infierno. Dios nos insta a imponer su
reino entre los hombres de buena voluntad hic et nunc, aquí y ahora. Es el
tiempo mesiánico. “Cada tiempo es la hora mesiánica (totum illud tempus diem
vel horam ese) y lo mesiánico no es el fin cronológico del tiempo – como nos lo
contrabandearan HEGEL Y MARX – , sino el presente como exigencia de
cumplimiento, como aquello que se pone “a modo de final” (licet non in eo
tempore finis, in eo tamen titulo futurum est” (Ticonio). Dios nos conmina
desde la vida, muerte y resurrección de Jesucristo a ser felices hoy. No
mañana. Es el tiempo mesiánico de nuestros apóstoles. Es el tiempo que resta.
Antonio Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
@Sangarccs
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