La esencia de la política radica en su ambivalencia Maurice Duverger
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La ciencia política debe a Duverger grandes constataciones. Una de ellas, la
llamada Ley Duverger, registra que en los sistemas electorales mayoritarios
prevalece el bipartidismo. Se trata de una realidad constatable en numerosos
países democráticos pero no en todos. Personalmente reduciría su ámbito a la
dimensión de tendencia principal. Una “tendencia” no una ley, y por tanto
susceptible de predominar o de no hacerlo. ¿Es bueno que predomine? Depende de
su efecto sobre la estabilidad social en el marco de la democracia. Tres
partidos mayoritarios han podido garantizarla tanto como dos.
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¿Y qué decir de la ambigüedad? Duverger no la considera negativa. Es una
realidad. La política es ciencia y también arte. Nada peor que adivinar tal o
cual desenlace con base en datos objetivos. Algunos se sienten irrebatibles con
preguntas capciosas: ¿pero tú crees que este régimen va a salir por las buenas?
¿Sí? ¿No? Hay experiencias para sostener una o la otra posibilidad.
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Ningún régimen querrá soltar el mando si conserva fuerza suficiente frente a
una alternativa democrática poderosa, pero la fuerza se pierde con mala gestión
y división interna. Ayudará al régimen que la disidencia sea más testimonial
que serena y profunda. Difícilmente cristalizará el cambio democrático si sus
promotores se encierran en un lenguaje agresivo o excluyente que ahuyentará a
los indecisos y a los disidentes del otro lado.
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El cambio se construye en cada pulgada de terreno sin desdeñar ninguna plaza,
especialmente cuando se vive una crisis tan vasta y sistémica como la actual.
Abandonar con arrogancia tales o cuales espacios es rendirlos, donárselos al
otro.
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Burlarse del diálogo, tan temido por el gobierno, contraponiéndole la “calle”
es un doble error. Absolutizar la calle es desacreditarla, desgastarla a la
larga. Es suicida encanallar líderes valiosos en nombre de criterios falsamente
antagónicos. Despreciar un diálogo acompañado por entidades internacionales de
primera línea donde el gobierno tiene que “dar” y la oposición que “exigir”, es
olvidar la enorme importancia de la opinión internacional y nacional. ¿Acaso es
fácil tener al Papa y a Unasur en Venezuela testificando quién y por qué rehúye
el diálogo y quién y por qué persevera, así el otro no abra el puño? Es obvio
que si no lo abre, pierde terreno en el público que nos observa; y si lo abre,
la democracia gana batallas tangibles. Ganar o ganar. ¿No se dan cuenta?
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Ganar el cambio democrático con adhesión mayoritaria en Venezuela y el mundo no
es cuestión de gritos desgarrados o deslindes quirúrgicos, cualquiera que sea
el significado de semejante deslinde.
Me
explicaba en Santiago el periodista Manuel Cabieses que su partido, el MIR
chileno, llamó a última hora a votar por Allende porque su abstencionismo no
fue atendido por el país y en cambio el programa relativamente ambiguo de
Allende, sí.
La
moderación allendista puso a sus adversarios electorales contra la pared, en
tanto que con el radicalismo del MIR la colocación habría sido exactamente
inversa.
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A Allende lo perdió que el fundamentalismo radical le impusiera el recetario
fracasado en todo el mundo: estatizaciones “doctrinarias”, autogestión
sustitutiva de la gestión privada, consejos de trabajadores en lugar de
sindicatos, centralización empuñada, partidización de la economía, amenazas
punitivas contra la inversión privada en nombre del socialismo. A lo que se
sumó la fidelización, simbolizada en la presencia de Castro en Chile durante un
mes, pregonando la hermandad socialista cubano-chilena. Allende fue triturado
por los extremistas de ambas aceras. Por eso naufragó la fórmula en Chile, en
Perú del general Velasco y en Venezuela del injerto Chávez-Giordani-Maduro.
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Cuando se escucha de un lado anun- ciar un “deslinde” o del otro decir que la
Mesa es un emporio de vividores, se llega a la conclusión de que no hay todavía
líderes idóneos para interpretar la gran causa de la unidad y menos para
encabezarla. ¿Deslinde de qué? ¿De contenidos? Las diferencias en la unidad
democrática se dan por supuesto, precisamente por eso se va a la unidad, que en
puridad significa lo siguiente: Tú y yo pertenecemos a corrientes distintas,
pero se levanta un gran obstáculo que extingue la democracia y la posibilidad
de discutir nuestras diferencias en libertad. Estamos pues obligados a unirnos
para remover ese obstáculo y salvar la democracia y el pluralismo El “deslinde”
amputa el poder del cambio precisamente cuando se pide el concurso de todos,
simpáticos o antipáticos. ¿Cómo explicar que la oposición urgida de extender
la unidad más allá de sus fronteras y de abrir cauce a la disidencia chavista-
no sea capaz de unir lo que ya tiene?
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Lamentable es suicidarse con artificios como el falaz antagonismo renuncia vs
elecciones. ¿Cuál es el problema? Si la renuncia fuera viable ¿en qué afectaría
a quienes descansan en las elecciones? La renuncia las anticiparía; si
resultara inviable, las fechas electorales siguen ahí. Ambiciones enfrentadas,
dicen. Perfecto, ¡luchen por el liderazgo sin patearse! Es la fuerza del
pluralismo.
La
desgracia del pensamiento único.
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La unidad democrática es la causa superior. La idea a la que le llegó su
momento Una fuerza serena, según Miterrand. Imanta a la mayoría ajena a los
extremos y a los desengañados de la otra banda.
“Crecer”
sobre fragmentos de unidad es engañarse. Hay excelentes líderes. Los unitarios
sin reservas sobresaldrán. Incluirán, no excluirán. Atraerán a quienes puedan
ser atraídos, sin recibo de cuentas por cobrar.
Por
eso dicen que los grandes políticos reflexionan sin calumniarse, aprenden y
actúan.
Americo
Martin
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
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Excelente... Muy acertado!
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