El
resultado de la primera vuelta electoral presidencial de Colombia significa un
hecho político de gran trascendencia no sólo para ese país, sino también para
Venezuela, cuyo gobierno unió su destino
al de Juan Manuel Santos.
El pacto de los nuevos mejores amigos
acordado hace cuatro años constituyó una espectacular e inesperada cabriola
política que cambió el curso de las pintorescas relaciones colombo-venezolanas
de los últimos años.
Chávez
y Uribe protagonizaron una diplomacia de abrazos y mordiscos, de
elogios y de insultos, en la medida en que las fugaces coincidencias, o las contradicciones insalvables entre ambos
caudillos quedaban en evidencia.
Los
últimos días del gobierno de Uribe
culminaron con una denuncia ante la Organización de Estados Americanos
en la que Colombia demostró la presencia de campamentos de la guerrilla de las
FARC en la zona fronteriza.
El embajador Luis Alfonso Hoyos expuso documentos según los cuales cerca de 1.500
guerrilleros se encontraban establecidos
en ese momento en territorio venezolano. Las
pruebas colocaron contra la pared
al gobierno bolivariano. Los contundentes señalamientos dejaron sin excusas a un Presidente
Comandante que sólo atinó a disparar insultos en contra del
saliente Mandatario.
El acomodaticio Insulza, alérgico a las
decisiones difíciles, pasaba aceite ante
una crisis cuyo desarrollo podía afectar
gravemente al sistema interamericano en términos aun más graves que los ocurridos en 1960. Recordemos que ese año la dictadura
dominicana fue expulsada de la
organización regional al demostrarse su participación en un atentado terrorista
contra el Presidente Rómulo Betancourt. Esta vez era el gobierno venezolano el
acusado de alterar la paz de sus vecinos y de proteger y ayudar a
terroristas involucrados en el
narcotráfico, el secuestro, el asesinato, la extorsión y en la subversión del
vecino país.
Álvaro
Uribe se despidió del poder colocando
a la OEA en el dilema de
negar su solicitud y consagrar la impunidad de las bandas criminales, o dar
curso a una investigación que comprobaba claramente la existencia de los
campamentos narco terroristas.
El inesperado cambio de actitud del nuevo
Presidente colombiano salvó al gobierno bolivariano de sufrir un grave percance que
desnudaba sus nexos con las FARC,
ELN, ETA y demás ocupantes de los
santuarios fronterizos.
Santos se divorció de Uribe, retiró las
acusaciones y convirtió a Chávez en el principal aliado de las cuestionadas negociaciones de paz. A
cambio, éste eludió una confrontación desventajosa que puso
en serio peligro la estabilidad de su régimen.
Si
ahora ocurre la victoria definitiva de Oscar Iván Zuluaga
recrudecerá la acción militar contra la guerrilla y la política interna y
externa de Colombia se desarrollará de nuevo en torno a los parámetros que
exitosamente cumplió el Presidente Uribe. En este caso probablemente se reactivará la denuncia ante
la OEA y las relaciones entre las dos naciones volverán a hacer crisis.
En el transcurso de los últimos cuatro años las FARC han adquirido el carácter de grupo armado beligerante que pacta con el Estado la redefinición institucional del país. Mientras tanto se discuten las fórmulas jurídicas para perdonar sus crímenes, y las vías legales que le permitan actuar en la vida política. El triunfo de Zuloaga revertirá estos acuerdos negociados en la Habana. El diálogo con Venezuela será sustituido por denuncias mutuas y la OEA puede volver a ser uno de los escenarios más importantes de un conflicto con repercusiones en todo el continente.
Julio
Cesar Moreno Leon
prensaalianzapopular@gmail.com
juliocesarmorenoleon@yahoo.es
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