Fuleco,
mascota de la copa mundial de fútbol que hoy se inicia, representa al tatú bola
(nombre científico Tolypeutes tricinctus), un cachicamo de tres bandas en
peligro de extinción, que habita el noreste de Brasil, y cuya capacidad para
enrollarse hasta formar una pelota lo convierte en símbolo idóneo de asociación
entre este popular certamen y las campañas ecológicas en pro del ambiente.
No
es éste el único punto en que la ciencia toca al torneo. Este año, la colorida
Brazuca es un balón inteligente, capaz de precisar en jugadas dudosas si éste
cruzó o no la línea de gol; seis secciones aerodinámicas de poliuretano le dan
mayor velocidad de vuelo.
Los
estadios están dotados con paneles solares fotovoltaicos de energía limpia. El
saque inicial lo dará un parapléjico gracias a "BRA-Santos Dumont",
un exo-esqueleto controlado por su cerebro, creado por un equipo de 156
científicos de todo el mundo, dirigido por el brasileño Miguel Nicolelis.
De
manera que Neymar, Messi, Iniesta y el resto jugarán bajo el patronato de la
ciencia. Una ciencia que en Brasil anota goles con el impulso gubernamental de
un modesto 1,2% del PIB, para ubicarse en el puesto 13 entre los 39 países que
monopolizan el 98% de la producción científica mundial, con 26 publicaciones por
cien mil habitantes.
Mientras
tanto Venezuela, con una población 7 veces menor, apenas alcanza 0,07% de
producción científica mundial, cayendo en 2013 a 4 publicaciones por cien mil
habitantes. ¿Cómo no decaer si de 800 profesores investigadores en la USB han
renunciado 278 en 3 años, de 90 en la Escuela de Química UCV sobreviven 33 y de
los postgrados en Medicina, 40% están inactivos? ¡Puros autogoles!
Aun
así, desde el ministerio del ramo nos quieren hacer creer, sin resultados, que
el aporte estatal a la ciencia suma 2,6% del PIB, la bicoca de Bs. 44
millardos, a nivel de países de gran empuje científico.
Messi
y sus colegas jugarán bajo normas universales del fútbol, asumidas con
disciplina y tenacidad en años de formación. Nada de fútbol endógeno o
caimaneras dirigidas por el matón de barrio. Tampoco una ciencia endógena, como
lo vocea el régimen, tendrá valor internacional por mucho dinero que derroche.
Porque la ciencia universal, con color local, sólo es posible con
investigadores sólidamente preparados bajo el rigor de la disciplina. Fuera de
eso, sólo queda engañar en su buena fe a ingenuos "cultores de la
ciencia".
Con
reglas universales del quehacer científico, Brasil juega su competitividad de
manera ascendente. El régimen local, en cambio, proclive a las caimaneras,
decide que las normas universales no son para nosotros. Y establece que el
paradigma científico e industrial debe responder "a la patria socialista,
para la consagración del Poder Popular y la búsqueda de la suprema felicidad".
Con
autogoles como estos, así nos va en el concierto mundial.
Gioconda
San Blas
gioconda.sanblas@gmail.com
@daVinci1412
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