Cada
vez que se habla de la afición que sienten muchas personas por las predicciones
de astrólogos, videntes, tarotistas, fumadores de tabaco, lectores de la borra
del café y demás individuos con supuestas facultades para otear el más allá y
adivinar el porvenir, se piensa que su éxito solo es posible en países
subdesarrollados, incapaces entre muchas incapacidades, de superar el estado
primario de los pueblos en que prevalece el pensamiento mágico.
Nada más
alejado de la realidad, Inglaterra es quizá el país con mayor número de
esotéricos y afines en el mundo moderno y si quisiéramos avergonzarnos por lo
que sucede en Venezuela desde hace quince años, sírvanos de consuelo que la
nación más poderosa del mundo en tiempos en que aún era Imperio, estuvo
gobernada por un presidente muy popular -Ronald Reagan- quien a su vez estuvo
dominado por su esposa Nancy y esta a su vez por la astróloga Joan Quigley. Esa
intérprete de los designios astrales le hacía saber a doña Nancy cuáles eran
los días buenos, cuáles los neutrales y aquellos que se debían evitar para la
toma de decisiones trascendentales. Fue tan poderosa su ascendencia sobre la
Primera Dama que logró modificar la agenda de la Casa Blanca con sus
predicciones. Los días eran clasificados por colores según el consejo de la
astróloga Quigley y se decidían los más convenientes para la seguridad y el
éxito del presidente. El asunto alcanzó tales proporciones que condujo a que el
presidente Reagan despidiera a su jefe de Gabinete, Donald Regan, por estar
este en desacuerdo con el método de toma de decisiones según se presentaba el
color del día.
Dicho
esto los lectores podrían ser un poco más comprensivos con lo que ha venido
ocurriendo en Venezuela casi al unísono de la llegada de Hugo Chávez al poder y
de su división del país en dos bandos enfrentados: los que están conmigo y los
“sinmigo”, es decir, los opositores que debían ser aplastados como alimañas.
Para un pueblo acostumbrado a vivir en democracia, a expresar públicamente y
sin temores sus opiniones, a criticar abiertamente a los gobernantes sin que
eso le acarreara consecuencias que lamentar, lo que nos estaba ocurriendo no
podía ser normal. Algo había en aquel hombre ordinario, insolente, abusador y
vociferante para que más de la mitad del país estuviera postrada a sus pies.
Empezó a correr el rumor de unos babalaos que, instalados en la residencia
presidencial -el Palacio de Miraflores-, hacían sacrificios de animales y le
daban a beber la sangre al mismo Chávez. Al mismo tiempo, en Cuba, ya
transformada en la sede del verdadero gobierno venezolano, Fidel Castro tenía
bajo sus órdenes a santeros que con sus Elegua, Obátala, Changó y Ogun,
protegían al pupilo Chávez
Era
de lógica que los opositores no permaneciéramos con los brazos cruzados o mejor
dicho, con las mentes cerradas a estas poco ortodoxas formas de hacer política.
Nuestra astróloga más popular iniciaba sus informes rutinarios con noticias que
todos habíamos leído en la prensa, luego utilizaba un lenguaje bastante
críptico para sugerir que en algún momento Chávez saldría de la presidencia.
Antes nos anunciaba que moriría un personaje famoso y que habría un terremoto
en cualquier lugar del planeta lo que indefectiblemente ocurría. Pero Chávez,
ayayay Chávez, ese era realmente un hueso duro de roer hasta para la
astrología. El fracaso estrepitoso de la astróloga se produjo a raíz del paro
semi nacional de fines de 2002 y primeras semanas de 2003, cuando -ya sin
tapujos- nos aseguró que nos libraríamos del caudillo bolivariano y socialista
del siglo XXI. Ante ese desprestigio la astróloga debió autoexiliarse del país
lo que no le impide seguir enviando sus predicciones pero sin asumir demasiados
compromisos. Confieso que todas las semanas caigo en la tentación de leer lo
que nos va a suceder a los Capricornio, pero ni me dejan una herencia ni
aparece la mujer de pelo negro que me hará daño ni el hombre que está loco por
mí ni el negocio que me hará rica.
Fueron
muchos otros los astrólogos que con sus anuncios de la muy próxima salida de
Chávez, previos baños de sangre y otra serie de tragedias y luego la llegada de
un tiempo luminoso para Venezuela, nos robaban tiempo precioso de nuestras
incursiones en Internet. Entonces se enfermó Chávez. No recuerdo que haya sido
algún esotérico quien advirtiera lo que iba a sucederle a aquel hombre de
apenas 57 años. Fueron los médicos cubanos quienes lo diagnosticaron, operaron,
trataron y enterraron. Pero poco antes del desenlace para algunos fatal,
apareció en el escenario nacional un hombrecito de perenne sonrisa, cola de
caballo y ojillos entrecerrados, que con una vocecita de marcado acento
brasilero, nos fue llevando hasta la fecha exacta en que el comandante
presidente pasaría a la eternidad. No se crea que se trataba de un vidente
cualquiera, era nada menos que el Profeta de América. Su fama devenía de haber
vaticinado el ataque terrorista a las torres gemelas de Nueva York y otras
cuántas catástrofes. El Profeta estaba metido día y noche en nuestros hogares
mirándonos con aquellos ojillos y casi contando los días de vida que le
quedaban al moribundo que, al fin y como era de esperar, murió. El profeta fue
elevado rápidamente al rango de héroe. Pero poco dura la alegría en casa del
pobre y de los profetas. Apenas empezaron las protestas estudiantiles el 12 de
febrero de este año, el profeta le fijó fecha a la inminente salida de Nicolás
Maduro: ¡cuatro días! Han pasado más de tres meses.
Decepcionados de tantos estafadores de esperanzas parecíamos resignados a soportar indefinidamente al desastroso sucesor del desastroso Hugo Chávez, cuando un teórico marxista exasesor del difunto, el alemán Heinz Dietrich, sentenció que a Maduro le quedaban ocho semanas en la presidencia. Han pasado diez. Pero el 22 de mayo un periódico alemán publicó como una novedad el plazo de las 8 semanas por lo que suponemos que Dietrich pidió una prórroga.
Con
tantos fracasos a cuestas, es muy lógico que una parte de la oposición
venezolana haya dado paso a otra clase de profetas, los del desastre. Los que
ya no creen en salidas electorales, ni en diálogos, ni en la dirigencia
política que organizó unas primarias impecables y luego condujo a la oposición
a las elecciones del 7-10-12 y del 14-4-13. Tampoco cree en el candidato que si
no le ganó a Maduro en abril de 2014, lo empató y eso después de un esfuerzo
titánico apenas al mes del fallecimiento de Chávez y de toda la explotación
electorera de su muerte. Esos escépticos e indignados regresan, sin percatarse
de ello, al pensamiento mágico y a la esperanza en soluciones rápidas enviadas
por alguna fuerza ignota, una que no es de este mundo: aquí va a pasar algo o
tiene que pasar algo, pero nadie sabe cómo ni cuándo. Ojalá pasara, me cuesta
creer en fuerzas sobrenaturales que producen milagros, pero que bueno sería que
ocurriera alguno para no tener que esperar a que este infame gobierno sea
expulsado por el voto popular.
Paulina
Gamus
gamus.paulina@gmail.com
@Paugamus
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