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sábado, 12 de abril de 2014

DIEGO BAUTISTA URBANEJA, LA AGUJA DEL DIÁLOGO

No encontrar de nuevo la vía de la política es ahondar en la ruta de la mutua destrucción

Después de quince años de haber experimentado la presencia de un avasallante líder carismático, los precios petroleros más altos de nuestra historia, el control más absoluto de todos los poderes del Estado, un vasto imperio de medios de comunicación a su servicio, un apoyo regional poco menos que incondicional… el proyecto político de Hugo Chávez y sus sucesores no ha avanzado ni un milímetro en respaldo popular. Al contrario, ha retrocedido unos cuantos.

Eso debería indicar por sí mismo algo en lo que se ha insistido: el fracaso del proyecto en cuestión. Simplemente, no resultó. Es de suponer que entre sus personeros habrá muchos que se resistan a admitir tal evidencia y que preferirán pensar que lo que hace falta es un último esfuerzo, un último envión de represión y control para tener de una buena vez la vía libre para la implantación de un modelo de cosas al que esta sociedad se ha resistido con una tenacidad admirable. Me temo que, entre otras cosas, un pensamiento así está detrás de la estrategia que ha escogido el Gobierno para enfrentar la reciente ola de protestas.
Cederá finalmente
También podría alguien en el oficialismo pensar que ya ha pasado lo peor y que lo que viene ahora será tan bueno que la reticencia de una parte tan grande del país a aceptar el proyecto oficialista cederá finalmente. Pero es justamente esa expectativa la que está eliminada por el fracaso económico del Gobierno. Las perspectivas para la vida de la gente son muy oscuras. Si en tiempos en los que se tenía todo a favor no se pudo aumentar el respaldo social, ¿cómo pensar que con lo que le espera al país en términos económicos ese respaldo no siga disminuyendo?
Ignoro en qué medida la ola de protestas, con sus secuelas de represión y violación de derechos humanos, le ha emborronado a la población la visión de tal deterioro económico y social. Ignoro en qué medida le ha dificultado a la oposición el desarrollo de planes de trabajo en los sectores populares, que sobre la base de tan negativa realidad se hubiesen podido llevar a cabo. Pero las cosas ocurren como ocurren y la política venezolana habrá de desarrollarse teniendo como uno de sus datos lo que ha ocurrido en el país desde el 12 de febrero para acá.
Un paso
Se ha llegado a una situación en la que nadie puede dar un paso. Un juego trancado, con el Gobierno atascado en su mezcla de represión e incapacidad, y con la oposición impedida ni de penetrar más profundamente en la conquista para su causa de sectores sociales en los que le ha costado hacerse presente con la fuerza que la situación del país amerita.
De ahí la importancia de lo que se ha dado en llamar el diálogo. Viene ello a ser el sentarse frente a frente Gobierno y oposición, con garantes internacionales, a discutir la solución de unos puntos de agenda que signifiquen logros concretos para la vida democrática y para el cumplimiento de la maltratada Constitución nacional. En el contexto de la actual situación venezolana, ello significa poner en marcha de nuevo la vida política del país, hoy por hoy paralizada por una guerra de trincheras donde nadie está en capacidad de avasallar al otro, donde las fuerzas de ambos se debilitan y donde la colectividad se llena de más y más encono.
Hablar de diálogo hoy en día equivale a recibir un vendaval de insultos de parte de algunos sectores. Pues ni modo. Lo cierto es que no encontrar de nuevo la vía de la política y de la Constitución es ahondar en la ruta de la destrucción mutua y de la destrucción del país. De ahí la enorme responsabilidad que tienen los principales actores de la escena política: el Gobierno, la oposición, los estudiantes, los dirigentes políticos y sociales. Hay reclamos prioritarios, como los que tienen los estudiantes, que han recibido el grueso de la represión. Por sobre todo, no es hora de cálculos, porque si al juego de alguien se le ven las costuras -y todo el mundo sabe dónde buscar las del otro- todo fracasará y quedaremos librados a la dinámica destructiva a la que me referí. Allá cada quien.
Existe la sospecha universal de que ninguna de las partes quiere en verdad el diálogo, que van a él forzados por las circunstancias del momento y que, por lo tanto, es una gran ingenuidad creer en la posibilidad de que de allí pueda salir algo que valga la pena. Sería necio no ver el punto que tiene esa tesis. Pero por estrecho que sea el ojo de esa aguja, hay que intentar pasar por él, en nombre del país.
Diego Bautista Urbaneja
dburbaneja@gmail.com

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