No encontrar de nuevo la vía de la política
es ahondar en la ruta de la mutua destrucción
Después de quince años de haber experimentado la presencia de un avasallante líder carismático, los precios petroleros más altos de nuestra historia, el control más absoluto de todos los poderes del Estado, un vasto imperio de medios de comunicación a su servicio, un apoyo regional poco menos que incondicional… el proyecto político de Hugo Chávez y sus sucesores no ha avanzado ni un milímetro en respaldo popular. Al contrario, ha retrocedido unos cuantos.
Eso debería indicar por sí mismo algo en lo
que se ha insistido: el fracaso del proyecto en cuestión. Simplemente, no
resultó. Es de suponer que entre sus personeros habrá muchos que se resistan a
admitir tal evidencia y que preferirán pensar que lo que hace falta es un
último esfuerzo, un último envión de represión y control para tener de una
buena vez la vía libre para la implantación de un modelo de cosas al que esta
sociedad se ha resistido con una tenacidad admirable. Me temo que, entre otras
cosas, un pensamiento así está detrás de la estrategia que ha escogido el
Gobierno para enfrentar la reciente ola de protestas.
Cederá finalmente
También podría alguien en el oficialismo
pensar que ya ha pasado lo peor y que lo que viene ahora será tan bueno que la
reticencia de una parte tan grande del país a aceptar el proyecto oficialista
cederá finalmente. Pero es justamente esa expectativa la que está eliminada por
el fracaso económico del Gobierno. Las perspectivas para la vida de la gente
son muy oscuras. Si en tiempos en los que se tenía todo a favor no se pudo
aumentar el respaldo social, ¿cómo pensar que con lo que le espera al país en
términos económicos ese respaldo no siga disminuyendo?
Ignoro en qué medida la ola de protestas, con
sus secuelas de represión y violación de derechos humanos, le ha emborronado a
la población la visión de tal deterioro económico y social. Ignoro en qué medida
le ha dificultado a la oposición el desarrollo de planes de trabajo en los
sectores populares, que sobre la base de tan negativa realidad se hubiesen
podido llevar a cabo. Pero las cosas ocurren como ocurren y la política
venezolana habrá de desarrollarse teniendo como uno de sus datos lo que ha
ocurrido en el país desde el 12 de febrero para acá.
Un paso
Se ha llegado a una situación en la que nadie
puede dar un paso. Un juego trancado, con el Gobierno atascado en su mezcla de
represión e incapacidad, y con la oposición impedida ni de penetrar más
profundamente en la conquista para su causa de sectores sociales en los que le
ha costado hacerse presente con la fuerza que la situación del país amerita.
De ahí la importancia de lo que se ha dado en
llamar el diálogo. Viene ello a ser el sentarse frente a frente Gobierno y
oposición, con garantes internacionales, a discutir la solución de unos puntos
de agenda que signifiquen logros concretos para la vida democrática y para el
cumplimiento de la maltratada Constitución nacional. En el contexto de la
actual situación venezolana, ello significa poner en marcha de nuevo la vida
política del país, hoy por hoy paralizada por una guerra de trincheras donde
nadie está en capacidad de avasallar al otro, donde las fuerzas de ambos se
debilitan y donde la colectividad se llena de más y más encono.
Hablar de diálogo hoy en día equivale a
recibir un vendaval de insultos de parte de algunos sectores. Pues ni modo. Lo
cierto es que no encontrar de nuevo la vía de la política y de la Constitución
es ahondar en la ruta de la destrucción mutua y de la destrucción del país. De
ahí la enorme responsabilidad que tienen los principales actores de la escena
política: el Gobierno, la oposición, los estudiantes, los dirigentes políticos
y sociales. Hay reclamos prioritarios, como los que tienen los estudiantes, que
han recibido el grueso de la represión. Por sobre todo, no es hora de cálculos,
porque si al juego de alguien se le ven las costuras -y todo el mundo sabe dónde
buscar las del otro- todo fracasará y quedaremos librados a la dinámica
destructiva a la que me referí. Allá cada quien.
Existe la sospecha universal de que ninguna
de las partes quiere en verdad el diálogo, que van a él forzados por las
circunstancias del momento y que, por lo tanto, es una gran ingenuidad creer en
la posibilidad de que de allí pueda salir algo que valga la pena. Sería necio
no ver el punto que tiene esa tesis. Pero por estrecho que sea el ojo de esa
aguja, hay que intentar pasar por él, en nombre del país.
Diego
Bautista Urbaneja
dburbaneja@gmail.com
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