Me parece haberlo visto entre las ruinas de
Pompeya, vecino a las figuras petrificadas por la lava del volcán iracundo, en
alguna calle desolada apenas incidida por algún turista errabundo.
Sí, me
parece haberlo visto entre los restos de comida solidificada e inclusive vecino
a la fundida estatua de una pareja que hacía el amor.
Era un crucigrama, que gracias a una guía espontánea y voluntariosa supe se llamaba “cuadrado sator”, uno que, sin embargo, no indicaba nada de concesión de poder por traspuesto, nada de la designación de una hermana como ministra para aliviar la pesada carga de alcalde olvidado entre los indeseables a los que no se les puede permitir salir de la pobreza pues pueden derivar en oposición.
Un simple pasatiempo, una plantilla para
cruzar palabras verticales y horizontales, uno para el cual, no obstante, se
requiere habilidad y conocimiento del lenguaje. Tal como un scrabble sobre un
tablero de 15 x 15 casillas donde gana el que acumule más puntos.
Algo así como
capturar tres generales en uno de los países que casi alcanza más trisoleados
que el ejército norteamericano o jugar sudoku para romperse la cabeza con una
lógica inexistente ingresando los números del 1 al 9 como pueden ingresarse
conspiraciones e intentos de magnicidio, tratando de no repetirse, aunque cada
día se juegue a fecha en que una “memorable hazaña” fue cometida por el
desaparecido sin que hubiese ocurrido la sorpresiva erupción y un escándalo de
corrupción perturbase los baños del imperio.
No hay palabras a cruzar en esta Pompeya
recalentada por protestas, a no ser por los que luchan denodadamente por
recobrar protagonismo y marchan bajo la erupción con un pliego de peticiones
que recuerdan a Gustavo Cisneros como gran figura en la autopista frente a la
multitud, acompañado de Miss Venezuela de traje típico y de brazos de Osmel
Sousa, mientras en el balcón se veía al Secretario General de la OEA junto a
Roy Chaderton matando las horas y a un denodado Centro Carter vigilando que el
papel se firmaría no se conviertese en algo realizable como un crucigrama.
Los
tiempos son otros: nuestras mujeres bellas caen muertas o se les ve iracundas
en un desafío que no tiene nada de sudoku.
La diplomacia carcomida gusta de empezar los
crucigramas con la palabra “diálogo” y procurar derivaciones. La palabra en
cuestión permite degenerar la palabra a nivel de una pimpina desde la cual
Poncio Pilatos vertió el agua en una ponchera. Es cómoda la palabra,
especialmente si ya ha sido utilizada como argucia por el régimen al cual se
llega con entrañable simpatía.
Siempre hay gente dispuesta a jugar al
crucigrama. Lo está, porque siempre ha jugado a realizar el crucigrama y el
sudoku termina en 9, sólo que representando el final de la segunda década del siglo.
El derecho se hace palabreja y la conjunción
vertical, de arriba hacia abajo, como una daga rasga cualquier posibilidad de
idioma, porque en el arriba del hemiciclo sólo hay orden de silencio, de gritos
sobre “fascistas” y, por ende, se levanta la inmunidad parlamentaria a gusto, a
voluntad, a decisión unipersonal del co-dictador. Uno recuerda nadie se entrega
a una dictadura, uno recuerda lo que dijeron los perseguidos del ayer sobre el
deber de mantenerse libre o de imponerse el pensamiento, 24 horas sobre 24, de
tratar de fugarse. Uno recuerda dónde el perseguido o la perseguida puede
rendir mayor utilidad, por ejemplo viajando, sin pedir aún el asilo, hablando
allí y acullá.
No hay crucigrama repetido. Las palabras con
acento venezolano que cruzan el mundo son otras. La mirada del mundo, por
encima de la diplomacia ramplona, habla de un deterioro irreversible, como
tampoco es la misma dentro, dónde se nota una caída vertiginosa en el apoyo
popular que espera tarjetas de racionamiento, precios inimaginables de los
productos básicos y cansancio de llevar silla y sombrilla a la espera del acto
normal de comprar comida. En las colas no se hacen crucigramas, más bien se
cocina la ira.
El precio ha sido alto, altísimo, aún con letras de cambio por pagar, pero este país, donde una clase dirigente agotada hace crucigramas, las palabras que surgen son para indicar el peor de los temores: una clase dirigente nueva se asoma no a jugar.
Teódulo López Meléndez
tlopezmelendez@cantv.net
@TeoduloLopezM
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